domingo, 26 de julio de 2009

El proceso (Orson Welles)


Entre los cineastas cuya aportación al mundo del Séptimo Arte ha sido más decisiva —y entre los preferidos de un servidor— figura con letras mayúsculas el nombre de Orson Welles (1915—1985), genio creador de talento desmesurado.
Gracias al capital que le ofreció el productor Alexander Salkind, Welles llevó a cabo, en 1962, un proyecto fascinante: la traslación a la gran pantalla de la obra de Franz Kafka. Ambas personalidades —la de Welles y la de Kafka— se fundieron de manera extraordinaria en la adaptación de El proceso, novela de difícil plasmación cinematográfica, al menos a primera vista. El resultado fue una pieza tan compleja como el original literario que demostraba las aptitudes de su realizador para traducir en imágenes estructuras narrativas infrecuentes y universos tan solipsistas como el del escritor checo. Welles recurrió a una puesta en escena repleta de innovadoras soluciones plásticas que dieron a luz una nueva obra tan personalmente asumida en forma y contenido por el cineasta que se ha hecho merecedora de una existencia completamente autónoma e independiente a la del libro.

Joseph K (Anthony Perkins) despierta una buena mañana y descubre la presencia en su habitación de dos agentes de la ley que le informan de que está bajo arresto. Por más que lo intenta, no consigue averiguar qué delito se le imputa y acude a todas las esferas posibles del estamento judicial en busca del origen de una culpabilidad que se remonta a su propia existencia humana. Finalmente, K será condenado y morirá en la ignorancia como víctima de una sociedad absurda y una burocracia inútil.

El tortuoso y acongojante recorrido del personaje por un mundo que se le revela irracionalmente cruel y despiadado fue un concepto que Welles recogió de Kafka en esencia pero al que el realizador debía encontrarle una expresividad equiparable, en el aspecto visual, a lo que había significado la narrativa literaria actual para los críticos y lectores de la primera mitad de siglo. En ese sentido, un cineasta que durante toda su carrera había tratado de explotar al máximo las múltiples posibilidades de la sintaxis fílmica estaba mucho más capacitado que nadie para alcanzar ese grado de abstracción. Los esfuerzos de Welles se encaminaron hacia una representación ambigua del espacio de manera que éste se volviese tan inconstante y desconocido para el espectador como lo era para el protagonista, quien rara vez consigue percatarse del lugar en que se encuentra.

A tal efecto, fue determinante para el autor de El cuarto mandamiento la utilización de una antigua estación de tren parisina como lugar donde recrear los escenarios en los que transcurriría la particular odisea de Joseph K. La arquitectura en ruinas de la Gare d'Orsay reunía plenamente las condiciones para la elaboración de un decorado simbólico que asumiría las veces de laberinto pesadillesco. Welles convirtió salas y andenes en enormes dependencias del tribunal repletas a rebosar de archivos y habitadas por acusados a la espera de juicio que ofrecían una imagen desoladora del aparato de la ley.

La película fue rodada también en Zagreb, Dubrava y Roma, ciudades que ofrecieron localizaciones inesperadamente idóneas (como la impresionante catedral que aparece al final) para recrear los lúgubres pasajes de la novela. El mayor acierto fue emplazar todas y cada una de las acciones que ocurren de manera sucesiva en lugares que jamás se comunicarían entre sí en la vida real: de ese modo, asistimos al deambular incesante de Joseph K por una asfixiante geometría física de pasadizos sombríos que conducen lo mismo a las oficinas de trabajo que al teatro o al despacho del abogado Hustler, sin que el espectador tenga, en ningún momento, una idea clara del espacio en que se halla.

Esta aportación a los parámetros fílmicos del espacio se ha convertido en una característica fundamental de El proceso y constituye uno de sus principales hallazgos, sobre todo a la hora de valorar su influencia como rasgo de modernidad en autores posteriores que han sabido plasmarlo con mucho acierto en sus respectivas obras (es el caso, por ejemplo, de Jean-Luc Godard en Alphaville o Alain Resnais en Providence).

Este modo de conectar diferentes espacios de manera arbitraria consiguió reproducir a la perfección la sensación de angustia que debían provocar las calles de Praga al escritor checo, a juzgar por cómo son descritas en su libro. También es significativo el uso del encuadre contrapicado, que destaca la presencia del techo como elemento que aplasta simbólicamente al protagonista dentro de su entorno.

Desde la misma escena de la detención, Joseph K es presentado como un personaje con un sentimiento de culpabilidad innato que le desestabiliza antes las acusaciones de los demás y le torna inseguro y vulnerable. A pesar de saberse inocente de cualquier delito, su conciencia cede continuamente frente a las palabras intimidatorias de las autoridades. El desaparecido actor Anthony Perkins encarna maravillosamente a K y le dota de una enorme fragilidad a través de su físico frágil y su expresión atormentada.

El film se abre con una secuencia compuesta por dibujos inanimados que representan la alegoría del hombre que busca acceso a la ley. Welles creyó necesario incluir este prólogo, que no aparece en la novela, para que el espectador no se sintiese sumergido demasiado abruptamente en una historia de difícil comprensión. Acompañada por el relato en voz en off del propio director, esta sucesión de viñetas se muestra como síntesis del espíritu de la obra.

La escenografía asumió un papel decisivo dadas las características de la historia, pero igual de importante fue la planificación que Welles impuso a la hora del rodaje. Son numerosas las escenas en que la simbiosis entre ambos aspectos determina la expresividad dramática. No obstante, un par de ellas merecen una especial mención. En primer lugar, la llegada de Joseph K a su oficina, una amplia sala repleta de mecanógrafas que Welles filma en profundidad de campo y con ángulos de cámara muy pronunciados para acentuar la crispación. El estruendoso sonido de las maquinas de escribir está especialmente intensificado con el propósito de aumentar este mismo efecto.

El segundo momento se corresponde con el recorrido del protagonista entre la muchedumbre de acusados —auténticos muertos en vida, pálidos y semidesnudos— que asolan una explanada sobre la que se alza la estatua de un Cristo amortajado. De aquí se desprende la amargura del abandono del ser humano en un mundo caótico y sin sentido donde la vida es una eterna sala de espera, todo ello remarcado por la penumbra de la noche.

En otro orden de intereses cabría situar la persecución que padece el protagonista por parte de unos niños en los estrechos corredores que conducen al estudio del pintor del tribunal. El afortunado manejo de la cámara en travelling, siguiendo a un Joseph K rodeado de sombras humanas y estridentes chillidos de criatura, trae a la memoria soluciones de distorsión plástica empleadas por Welles en otros films (tal es el caso de la secuencia de la sala de espejos en La dama de Shanghai o la del asesinato del detective Menzies en Sed de Mal).

Sin embargo, la escena de la discusión final entre Joseph K y el abogado Hustler es la que resulta más definitoria a nivel de contenidos. En ella, la condena a la irracionalidad de la existencia es rotunda, absoluta y desalentadora. El propio Welles bajo la piel del abogado intenta convencer al protagonista de la necesidad de adoptar una solución conformista frente al absurdo de las sociedades humanas, planteamiento que será rechazado por K sin llegar a vislumbrar una verdad alternativa.

Pero el desafío planteado con la puesta en escena de El proceso no se limita tan sólo a esto. A los aspectos ya comentados habría que añadir el cariz marcadamente expresionista de la fotografía —con un envidiable uso del claroscuro— o la magnificencia de los planos de grúa. Aspectos que adquieren un especial énfasis gracias al acierto en el empleo del Adagio de Albinoni como subrayado musical.

En lo referente al plantel de actores, destaca, junto a Perkins, la presencia en papeles secundarios de figuras de la talla de Akim Tamiroff, Jeanne Moreau o Romy Schneider, amigos particulares de Welles que demostraron siempre su apoyo incondicional al cineasta en claro contraste con las trabas que le impuso la industria cinematográfica.

De todos estos elementos, aquél que convierte a El proceso en una obra de repercusión histórica es, sin lugar a dudas, el citado empleo del espacio que impuso a éste como un protagonista más de la historia. Este rasgo de modernidad hace que, cuarenta años después de su realización, esta magistral pieza wellesiana conserve todo el carácter innovador que le fue atribuido en su día.

viernes, 24 de julio de 2009

miércoles, 22 de julio de 2009

LA QUIMERA DEL INQUILINO



"A mí con que tenga luz y 50 metros cuadrados, me basta"
Laura, Mileuristas en el zoo, El País 14-9-2007

"Sabes razonar, pero no desear"
René Menil, Carta al pequeño burgués martiniqués



¿Ya te has dado cuenta de que proyectos delirantes como la urbanización de Seseña, donde en medio de la nada se levantan 13.000 viviendas sin agua, servicios, equipamientos ni nada que lo recuerde, son otros tantos depósitos de pólvora existencial y bombas humanas de relojería que tarde o temprano protagonizarán un estallido social?¿Que no se puede vivir en el vacío de un hábitat prefabricado en mitad de la nada, lejos de las calles donde se desplegó tu infancia, donde soñaste y amaste, donde había un barrio, y personas que le daban sentido? ¿Que eso no es vida, sino supervivencia, exilio, mero descanso mínimo para que repongas tus fuerzas y puedas volver, recorriendo todos los kilómetros que hagan falta, al trabajo donde también malgastas tu existencia?


¿No? Entonces te mereces vivir en uno de esos cementerios de elefantes, donde el aislamiento, el aburrimiento y la falta total de estímulos y perspectivas que no sean las que proporciona la videoconsola harán de ti un infeliz protagonista del estallido inevitable de las futuras banlieus españolas, o una de sus víctimas. Es muy posible que antes enloquezcas, que te suicides incluso, pero antes intentarás compensar tus frustraciones mediante el consumo desaforado y las ciberparafilias de la virtualidad. Quizás lo estás haciendo ya.


¿Ya has comprendido que el precio de la vivienda es absurdo, insultante, imposible, que es una mentira que sólo oculta una variedad transgénica de la ley de hierro de los salarios por la que se nos roba la mayor parte de nuestros miserables sueldos para engordar aún más la bulimia del capital? ¿Que es además una condena, unos grilletes, una camisa de fuerza para mantenernos atados y sumisos a un lugar físico y a una forma de vida determinada, nos guste o no? ¿Que por otro lado esas urbanizaciones son horrorosas, emparedan nuestra sensibilidad y sepultan en cemento nuestra imaginación, pues son productos en serie en los que la inspiración y el deseo de cada cual no tienen ningún papel, ni pueden tenerlo? ¿Y que, sobre todo, no es el derecho a ser propietarios de una casa lo que nos interesa, sino la libertad de cambiar de domicilio cuando y donde queramos, viviendo hoy en un palacio, mañana en una cabaña de pastores, y pasado mañana donde nos lleve el capricho?


¿No? Entonces es que has nacido para pagar religiosamente todo lo que te pidan, con las condiciones que sean, y encima satisfecho pues sin duda has elegido libremente donde querías vivir, o eso te crees. Es muy posible que exhibas la misma credulidad y bonhomía ante las oportunidades del mercado de trabajo, la imperiosa necesidad de la energía nuclear, o el esperanzador progreso científico. Y encima desconoces por completo la alegría de aquellos que no se conforman con un habitáculo más o menos grande y confortable donde reventar a cámara lenta, sino que se entregan en cuerpo y alma a transformar todo lo que los rodea, forrando las paredes de una casa de campo con conchas de moluscos, o adornando la gélida fachada de un edificio funcionalista de los años 70 con unas gárgolas medievales: por eso aceptas que redecoren tu vida, casi tanto como que te la dirijan. Contigo no se puede contar, al menos por ahora.


¿Ya has vislumbrado que la solución al problema de la vivienda no consiste en construir más pisos de protección oficial ni de promotoras privadas, sino más bien cortar por lo sano y congelar la fiebre del ladrillo que se alimenta de sí misma y necesita construir para elevar los precios y viceversa? ¿Que no hacen falta más planes del gobierno ni de las comunidades autónomas, números de magia y espejismos idiotas que por otro lado nunca han arreglado nada? ¿Acaso ignoras que hay viviendas para todos, que existen miles de casas vacías, y todavía más edificios cuyo actual uso dañino e innoble (iglesias, conventos, comisarías de policía, oficinas de ETT y agencias inmobiliarias, museos y fundaciones, centros comerciales, gimnasios y polideportivos, por no nombrar sino unos poquísimos ejemplos) aconseja reconvertirlos, con mucho mayor provecho para todos, en viviendas gratuitas?


No…entonces te mereces seguir alimentando la burbuja inmobiliaria ante la que te quedarás con la boca abierta y rascándote la cabeza sin comprender nada, pidiendo a los políticos justo lo que los especuladores quieren que pidas: que construyan más casas, donde sea y como sea, pues el negocio debe continuar. Pero no son las casas ni los edificios los que faltan en la ciudad de la economía, sino los hombres y mujeres que esta sustituye por mercancías y souvenirs turísticos.


¿Ya has caído en la cuenta de que, de todas formas, el modelo actual de “ciudad” es irracional, peligroso e inhumano? ¿Que al concentrar todos los recursos en una región determinada expolia al resto forzando su despoblación, además de suponer un despilfarro de recursos y energía que se concreta en esa maldición moderna que son los desplazamientos diarios en automóvil entre la casa, el trabajo y el megacentro de consumo y ocio dirigido? ¿Que, por lo tanto, las áreas metropolitanas y las conurbaciones que han suplantado a la vieja ciudad son un cáncer que devora el territorio, además de adulterar y destruir la vida rural? ¿Acaso no se te encoge el corazón al contemplar esa sucesión monótona e ininterrumpida de polígonos industriales, colonias de adosados, urbanizaciones baratas, torres-colmena, campos de golf, descampados moribundos, centros comerciales y parque temáticos, conectados todos ellos por la tela de araña venenosa de las carreteras, autopistas, autovías, circunvalaciones, túneles, puentes y rotondas? ¿No has empezado a plantearte que, al fin y al cabo, más tarde o más temprano, no sólo habrá que detener el crecimiento urbano, sino acometer la tarea ineludible de desmontar lo construido, propiciando un regreso al campo, a las ciudades pequeñas y a los antiguos límites de las que ya eran suficientemente grandes hace un siglo, entendiendo esto como un factor más dentro de un proceso más general y deseable, esto es, la abolición del capitalismo y de la sociedad industrial que explican, justifican y fomentan la enfermedad que corroe al mundo?


¿¡¡No?!! Entonces eres cómplice, por mucho que lo niegues, del despropósito ecológico que dices que te preocupa, y perteneces a la mayoría silenciosa que apoya de una manera u otra la mala medicina que la economía está aplicando al planeta enfermo, y al ser humano que lo habita. Quizás pienses que la propuesta que hacemos es irreal, pero más aún lo son las reformas parciales que demandas a las autoridades y que tanto te ilusionan, del carril bici a los espacios protegidos, los biocombustibles, el fomento del transporte público, o los edificios inteligentes que ahorran energía…quimeras para desactivar tus reclamaciones de ciudadano responsable, y tranquilizar tu mala conciencia.


¿Te has entusiasmado al enterarte de algunas acciones okupas, como por ejemplo la acción contra la cámara de la propiedad de Barcelona que se realizó el 17 de mayo de este año “para conmemorar el 100 aniversario de esta institución”, para lo que “han llenado el hall de la entrada del edificio de mierda, han derramado aceite por las paredes, han tirado por el suelo revistas con información inmobiliaria, y han dejado un pastel con forma de caca con velas que celebraban los 100 años”? ¿Te has conmovido al enterarte de la lucha ejemplar de los vecinos de la Cañada Real en octubre pasado, que no contentos con plantar cara a la policía cuando pretendía desalojarles de sus viviendas, han financiado y trabajado voluntaria y solidariamente en la reconstrucción de la única casa que fue destruida por las grúas, levantándola de nuevo en unos pocos días? Puede que tus problemas concretos y tus opciones de vida sean otros, ¿pero no has sentido al menos que estas luchas no están tan lejanas de la tuya, que en realidad tenéis los mismos enemigos aunque superficialmente haya otras cosas (gustos, hábitos, lenguajes) que quizás os alejan?

¿No? Entonces es que todavía crees en las promesas democráticas, en el diálogo y en el talante, y sin duda piensas que las hadas existen y también los reyes magos. Y si existe el Bien absoluto del diálogo responsable y la reivindicación ciudadana, entonces es que existe el Mal del okupa impaciente que al romper la puerta destroza el consenso que tanto respetas. Lo que no sabes es que para vencerte te han dividido, pues separas la razón de tu deseo y de tu ira, y en los posibles compañeros de lucha sólo identificas bárbaros que te han enseñado a sentir ajenos. Sin duda tus métodos son otros, y por eso mismo tu lucha es estéril, inane, insignificante, pues un movimiento social que se precie debe inspirar miedo, y no lástima. Y por desgracia, lástima es lo que damos. Pues tu desfallecimiento puede ser el de otros, y a todos afecta. Y entre todos hay que buscarle remedio: para empezar, antes de cualquier otro paso o estrategia, ver claro entre las tinieblas tóxicas del así llamado mejor de los mundos posibles, extirpando de la conciencia todos los pensamientos prefabricados, todos los prejuicios, frases hechas, coartadas, ilusiones y pretextos que separan y aíslan el mal llamado “problema de la vivienda” de la descomposición general y sus verdaderas causas. Y después, actuar en consecuencia.

Grupo Surrealista de Madrid

martes, 14 de julio de 2009

El síndrome del centro comercial (Enrin Saralee Snow)


Aparentemente, el objetivo de un centro comercial es poner a la disposición de los clientes algunos bienes que, de otro modo, serían difíciles de conseguir. Digo aparentemente no porque dude de que los centro comerciales cumplan este objetivo, sino porque éste no es su único propósito. Como suele pasar en las culturas occidentales e industrializadas con las innovaciones que supuestamente pretenden ser beneficiosas, hoy por hoy, las fuerzas de la manipulación han ganado la partida en el centro comercial.
Así, se ha invertido mucha energía y capacidad mental para crear "necesidades" en las mentes de millones de consumidores por medio de espacios cerrados que proporcionan un confort uterino, de los anuncios envolventes del hilo musical, las decoraciones prefabricadas de la temporada navideña y de otras fiestas que intenta reforzar el comportamiento consumista apelando a los sentimientos. De esta manera, se fomentan necesidades tan exageradamente absurdas que desorientan al consumidor, creando un extrañamiento que sólo puede beneficiar a la corriente general que nos lleva al desastre individual y colectivo.
Estas observaciones se basan en dos convicciones personales: una, que la vida se ha identificado hasta tal punto con el miedo a la aniquilación global que "la meta", la mera continuación de la vida, tiene que ser alcanzada con el máximo esfuerzo por la inmensa mayoría de las personas, ya que, o nos salvamos todos o no se salvará nadie; la segunda convicción es que la calidad de tal vida debe empaparse por completo del deseo de un tipo de experiencias que por sí solas mejoren la plenitud y el placer de la existencia. Estas experiencias son la libertad de la imaginación y la libertad para poner la imaginación individual a explorar el mundo interior y exterior sin el lastre de condicionamientos nefastos como la falta de dinero, la ignorancia, el sexismo la edad o la raza; y por último, el deseo y la capacidad para el amor que brotan de la magia de la propia identidad, una vez que se ha liberado de los prejuicios y las reglas de una cultura diseñada para mantenernos a todos en el círculo de trabajo-compro-muero. El presente artículo es un ataque contras las distracciones absurdas y peligrosas que el funcionamiento cotidiano de esta cultura ha introducido en nuestras vidas, distracciones que nos lleva cada vez más lejos de la meta fijada.
El centro comercial es un mundo en sí mismo. Los dueños de los negocios, tan innovadores y emprendedores ellos, lo han llenado de pasillos climatizados interminables con anuncios y estímulos anestesiantes. De esta manera, el confort inducido es como una droga cortada con algo que proporciona una tregua que se identifica temporalmente con la serenidad. El mundo de la mente y del espíritu queda en un segundo plano, y el cliente habitual del centro comercial se siente a salvo en una calculada atmósfera de lujo y abundancia. El decorado está diseñado para dar una impresión nostálgica, inofensiva y amable, lo que es evidentemente un intento consciente de rememorar una edad de oro similar a la de los años 50, al igual que algunos gobiernos reescriben la historia eliminando individuos de algunas fotografías. El clima de blanda seguridad ha llevado a que los empresarios de los centros comerciales se crean que pueden llegar hasta la negación total del mundo exterior.

El efecto acumulativo de las horas y los fines de semana en el centro comercial recuerda a la enfermedad de un adicto a los tranquilizantes, ya que la fuente de la insatisfacción y del malestar queda sin identificar. Puede que la gente se pasee frente a los escaparates deslumbrantes y las galerías impolutas sin que sus efectos perniciosos se manifiesten de forma inmediata, pero durante los meses y años siguientes las consecuencias terminan por salir a la luz: las casas, las vidas y los pensamientos se ven invadidos por objetos sin ningún valor ni interés, y el prestigio social que se asocia a la posesión de ciertos artículos se convierte en el objetivo de grupos enteros de personas. Aún es más revelador el fenómeno de sentimiento de vacío consustancial a la vida industrializada moderna, y que forma parte de lo que parece ser una verdadera indiferencia alérgica hacia todo lo que pueda existir fuera del centro comercial.

Durante más de tres décadas, mucha gente ha estado asustada por algún tipo de amenaza, anarquista, comunista o de otro tipo. Las imágenes mentales estereotipadas que acompañan a esta fantasía incluyen disturbios callejeros, ley marcial, tortura, muerte, etc. Pero cuando nuestras mentes están siendo anestesiadas por las maquinaciones de nuestro sistema económico frenético, desalmado y caótico, estas fantasías se convierten en otra distracción más que desvía nuestro pensamiento del peligro real. El márquetin moderno, combinado con otras influencias determinantes de nuestra cultura (la televisión, la combinación grotesca de represión, tedio y violencia mental que se da en la escuela, la crueldad espiritual de la religión), crean una hipnosis perfecta que sirve para volver obsoleta la antigua sed del ser humano por la individualidad y lo maravilloso. En efecto, ¿quién necesita tanques y ley marcial para mantener a la población a raya, cuando nadie va a quejarse por haber sido desposeído del derecho a tener o no tener lo que se supone que , por principio, no posee ningún atractivo?
Pero quizá el fenómeno más significativo del centro comercial se manifiesta entre las personas que más merodean por él: las mujeres y los adolescentes.
Las mujeres y los adolescentes tienen algo en común: los dos tienen un gran potencial de energía física y psíquica que es ampliamente desperdiciado. Los jóvenes no han perdido todavía el contacto con las experiencias visionarias de la infancia, mientras que las mujeres, en su naturaleza más íntima, aún no han olvidado que la vida es misteriosa y mágica. Ambos grupos han sido tradicionalmente marginados y mantenidos lo más posible en la ignorancia acerca de todo lo que deberían saber para sobrevivir por ellos mismos en el mundo. Los dos colectivos tienen que luchar por el derecho a controlar sus propios cuerpos y su sexualidad, que sufre la máxima explotación posible en aras del beneficio económico. Por último, tanto a unos como a otras se les intenta desposeer de su propio equilibrio interior, y de la conexión con una realidad más amplia y rica. En términos de márquetin profesional, ambos grupos tienen dianas pintadas en las espaldas.

No es sorprendentes que diversiones culturales como los culebrones, los centros comerciales y los tranquilizantes tengan gran atractivo para los miembro de estos grupos. Estas cosas proporcionan una pequeña tregua, por un corto espacio de tiempo.
Los adolescentes, atrapados entre las verdades de la infancia y el miedo al aburrimiento que en esta sociedad recibe el nombre de madurez, tienen un montón de energía y deseos reprimidos, pero muy pocos lugares interesantes donde poder volcarlos. El trauma que produce el contraste entre su deseo intuitivo y ese descorazonador cinismo que los adultos llaman "realidad" acíta como una espuela que les lleva a la rebelión. Por esta razón, la insurgencia de los adolescentes representa nada menos que un impulso instintivo por la supervivencia psicológica. Las mujeres se ven atrapadas de una manera similar por una desesperación compleja y ambigua. La consciencia de otra realidad choca con el desprecio y la falta de interés de los políticos, religiosos, publicistas, padres, esposos y jefes. Y a cambio del equilibrio interior que está siendo atacado a cada instante, se les ofrecen unas rebajas especiales. O una nueva "colección de modas", como remedio a la pérdida del sentimiento de conexión con el ciclo de la vida.

Independientemente de que acepten o no este sistema de valores destructivo, las personas que poseen una capacidad imaginativa, intuitiva y visionaria perturbadora suelen descubrir que la sociedad exige obediencia sin aceptar su poder visionario. Los poderes psíquicos de las mujeres y de los adolescentes son juzgados como despreciables, a pesar de que han sido precisamente la psicología y los valores agresivos y manipuladores de los poderosos, y no otros, los que han llevado al planeta a la situación en que se encuentra: a punto de explotar, convertido en una fulgurante bola de polvo. Por esta razón, cada vez es más difícil poder expresar una visión intuitiva de la realidad propia y original. Pero justo ahí, en el momento en que parece que el agotamiento emocional va a ganar la partida, aparecen las armas de la resistencia.

Nuestra cultura está vacía, y es hostil a la magia, al amor loco y a la aceptación de la intensidad creativa, pero las mujeres y los adolescentes conocen los arquetipos del mito y los sueños por su cercanía y atracción hacia estos otros mundos. Buscar refugio en peligrosos niveles de alcoholismo, tranquilizantes y centros comerciales no es forzosamente un signo de retraso mental. Al contrario, quizás sea la evidencia de una mentalidad desesperadad cercana al colapso. Y ahora, de una vez por todas, es este tipo de mentalidad, con su poder surreal latente, el que se necesita para cambiar la vida.
Pregunta: ¿cómo despertar a tiempo al mayor número de personas para que confíen en sí mismas?
Desde luego, no será el tradicional proselitismo ideológico el que logre liberar este potencial latente de las dramáticas desilusiones de la cultura cotidiana, ya que las mujeres y los adolescentes son los colectivos que más se resisten a dejarse convencer, disciplinar y dirigir por el militantismo clásico de los grupúsculos "radicales". ¿Y por qué no? ¿quién saca más provecho de ello?
Bien, nosotros, que tenemos más imaginación que dinero, más espíritu que "corrección política", seguimos teniendo algunos ases en la manga. Seguimos teniendo a nuestra disposición algunas modalidades de acción directa y de sabotaje, así como nuestra propia combinación cultural de música, arte, graffiti y teatro, sin olvidarnos de nuestras pequeñas publicaciones. Ahora que en algunos sitios se ha ilegalizado la libertad de expresión y de reunión en los centro comerciales con el pretexto de que son propiedad privada y no pública, debemos diseñar nuevas tácticas de combate: distribución de mensajes especiales de poesía y revuelta, por ejemplo en los bolsillos de la ropa de diseño; octavillas pidiendo ideas a los compradores para cambiar la vida en los centros comerciales; botones, bocadillos de cómic y pegatinas con proclamas subversivas ("¡no lo sueñes, hazlo!"); la contrapublicidad con la alteración clandestina de los anuncios; los golpes de humor inesperados, los actos provocadores de todo tipo...¡las posibilidades son infinitas!
Cualquiera que intente actuar contra la influencia y la seducción de las distracciones funestas de la cultura, deberá competir con el desahogo que estas cosas aparentan ofrecer. Debemos llamar a la imaginación y a la rebeldía de aquellos que son más vulnerables ante este desahogo. Bromas políticas, sabotajes y toda forma de acción poética pueden servir como palanca para elevar los espíritus decaídos y para estimular la súbita disconformidad e insatisfacción ante la trivialidad horrorosa que ofrece el centro comercial. Las mentes que más necesitamos para librar el combate por la supervivencia -un combate que ya no es solamente físico sino también psíquico- son precisamente aquellas mentes que se encuentran más sedadas por la negación, el aburrimiento y la indiferencia. Es de la liberación de estas mentas de las que depende el futuro de todos nosotros.

Enrin Saralee Snow (extraído de "¿Qué hay de nuevo viejo? Textos y declaraciones del Movimiento Surrealista de EEUU"

sábado, 11 de julio de 2009

viernes, 10 de julio de 2009

Waking Life

Waking Life es la expresion artística y cinematográfica de las grandes interrogantes filosóficas sobre la vida, su sentido y su vivir.


















sábado, 4 de julio de 2009

La Insoportable Levedad del Ser (Kundera)

"Dentro de unos diez días, si no te parece mal, podríamos ir a Palermo-dijo
Prefiero Ginebra-respondió
Estaba ante el caballete con un cuadro a medio hacer y contemplaba su obra.
¿Cómo pretendes vivir sin conocer Palermo?-intentó bromear.
Ya conozco Palermo-dijo
¿Y eso?-preguntó casi celoso
Una amiga mía me mandó una postal desde allí. La pegué en el váter ¿no te has fijado?-luego añadió- Había un poeta a principios de siglo. Era muy viejo y su secretario lo llevaba a pasear. "Maestro", le dice, "¡Mire al cielo!¡Hoy vuela sobre nuestra ciudad el primer avión!"; "me lo puedo imaginar", dijo el maestro al secretario y no levantó los ojos del suelo. ¿Ves? Pues yo me puedo imaginar Palermo. Hay los mismos hoteles y los mismos coches que en las demás ciudades. Al menos en mi estudio hay siempre cuadros diferentes."