domingo, 5 de diciembre de 2010

turutupá




Sobre la miseria de la vida estudiantil considerada bajo sus aspectos económico, político, psicológico, sexual e intelectual
Internationale Situationniste

Hacer la vergüenza aún más vergonzosa, publicándola

Podemos afirmar sin gran riesgo de equivocarnos, que tras el policía y el sacerdote, el estudiante es en Francia el ser más universalmente despreciado. Si las razones por las que se le desprecia son a menudo falsas y revelan la ideología dominante, las razones por las que efectivamente es despreciable y despreciado desde el punto de vista de la critica revolucionaria, son rechazadas e inconfesadas. Sin embargo, los poseedores de la falsa contestación saben reconocerlas y reconocerse. Transforman este verdadero
desprecio en una admiración complaciente. De este modo, la impotente intelligentzia de la izquierda (desde Les Temps Modernes a L'Exprés) se queda pasmada ante la pretendida "ascensión de los estudiantes", y las organizaciones burocráticas declinantes en la práctica (desde el Partido Comunista a la UNEF) se disputan celosamente su apoyo "moral y material". Mostraremos las razones de este interés por los estudiantes y cómo las ya nombradas organizaciones participan positivamente de la realidad dominante del capitalismo superdesarrollado, y utilizaremos este folleto para denunciarlas una a una: la desalienación no sigue otro camino que el de la alienación.
Todos los análisis y estudios realizados sobre el medio estudiantil, hasta el momento, han olvidado lo esencial. Nunca sobrepasan el punto de vista de las especializaciones universitarias (psicología, sociología, economía), y por consiguiente son fundamentalmente erróneos. Todos ellos cometen lo que Fourier llamaba ya una ligereza metódica "puesto que regularmente afecta a las cuestiones primordiales", ignorando el punto de vista total de la sociedad moderna. El fetichismo de los hechos enmascara la categoría esencial, y los detalles hacen olvidar la totalidad. Se dice todo sobre esta sociedad, salvo lo que es en realidad: comerciante y aparatosa. Los sociólogos Bourderon y Passedieu, en su investigación Los Herederos: los estudiantes y la cultura, permanecen desarmados ante algunas verdades parciales que han acabado por apoyar. Y, a pesar de toda su buena voluntad, caen de nuevo en la moral de los profesores, la inevitable ética kantiana de una democratización real por una racionalización real del sistema de enseñanza, es decir de la enseñanza del sistema. Mientras que sus discípulos, los Kravetz [1], se creen millares, compensan su amargura pequeño-burócrata por el confusionismo de una fraseología revolucionaria desacostumbrada.
La puesta en escena [2] de la reificación bajo el capitalismo moderno impone a cada uno un papel en la pasividad generalizada. El estudiante no escapa a esta ley. Se trata de un papel provisional que lo prepara para el papel definitivo que asumirá, como elemento positivo y conservador, en el funcionamiento del sistema mercantil. No es más que una iniciación.
Esta iniciación encuentra de nuevo, mágicamente, todas las características de la iniciación mítica. Permanece totalmente separada de la realidad histórica, individual y social. El estudiante es un ser dividido entre un estatuto presente y un estatuto futuro netamente separados, y cuyo límite va a ser mecánicamente traspasado. Su conciencia esquizofrénica le permite aislarse en una "sociedad de iniciación", ignora su futuro y se maravilla de la unidad mística que le ofrece un presente al abrigo de la historia. El motivo de cambio de la verdad oficial, es decir, económica, es muy fácil de desenmascarar: resulta duro mirar de frente la realidad estudiantil. En una "sociedad de abundancia", el status actual del estudiante es la pobreza extrema. Originarios en un 80 % de capas cuya renta es superior a la de un obrero, el 90 % de ellos disponen de una renta inferior a la del más simple asalariado. La miseria del estudiante está más allá de la miseria de la sociedad del espectáculo, de la nueva miseria del nuevo proletariado. En un tiempo en que una parte creciente de la juventud se libera cada vez más de prejuicios morales y de la autoridad familiar para entrar lo antes posible en las relaciones de explotación abierta, el estudiante se mantiene a todos los niveles en una "'minoría prolongada", irresponsable y dócil. Si bien su tardía crisis juvenil lo enfrenta un poco a su familia, acepta sin dificultades ser tratado como un niño en las diversas instituciones que rigen su vida cotidiana [ 3].
La colonización de los diversos sectores de la práctica social no hace más que encontrar en el mundo estudiantil su expresión más injusta. La proyección sobre los estudiantes de toda la mala conciencia social, enmascara la miseria y la servidumbre de todos.
Pero las razones en que se basa nuestro desprecio por el estudiante son de otro tipo. Estas no conciernen solamente a su miseria real sino a su complacencia hacia todas las miserias, su propensión enfermiza a consumir devotamente la alienación, con la esperanza, ante la falta de interés general, de satisfacer su carencia particular. Las exigencias del capitalismo moderno hacen que la mayor parte de los estudiantes sean simplemente cuadros inferiores (es decir, el equivalente de lo que en el siglo XIX era la función del obrero calificados) [4]. Ante el carácter miserable, fácil de presentir, de este
futuro más o menos próximo que lo "resarcirá" de la vergonzosa miseria del presente, el estudiante prefiere volverse hacia su presente y decorarlo con encantos ilusorios. La misma compensación es demasiado lamentable como para que atraiga; los días que sigan no serán alegres y, fatalmente, se sumergirán en la mediocridad. Por ello se refugia en un presente vivido irrealmente.
Esclavo estoico, el estudiante se cree tanto más libre cuanto más lo ligan las cadenas de la autoridad. Al igual que su nueva familia, la Universidad, se tiene por el ser social más "autónomo" mientras que representa, directa y conjuntamente los dos sistemas más poderosos de la autoridad social: la familia y el Estado. Él es su hijo sometido y agradecido. Siguiendo la misma lógica del hijo sumiso, participa de todos los valores y mitificaciones del sistema, y los concreta en sí mismo. Lo que eran ilusiones impuestas a los empleados, se convierte en ideología interiorizada y conducida por la masa de futuros pequeños cuadros.
Si la antigua miseria social ha producido los mayores sistemas de compensación de la historia (las religiones), la miseria marginal estudiantil no ha encontrado consuelo más que en las imágenes más desfiguradas de la sociedad dominante, la repetición burlesca de todos sus productos alienados.
El estudiante francés, en su calidad de ser ideológico, llega demasiado tarde a todo. Todos los valores e ilusiones que constituyen el orgullo de su mundo cerrado, están ya condenados en tanto que ilusiones insostenibles, desde hace mucho tiempo ridiculizadas por la historia.
Recogiendo unas migajas de prestigio de la Universidad, el estudiante todavía está contento de ser estudiante. Demasiado tarde. La enseñanza mecánica y especializada que recibe está tan profundamente degradada (en relación al antiguo nivel de la cultura burguesa) [5] como su propio nivel intelectual en el momento en que accede a ella, con la particularidad de que la realidad que domina todo esto, el sistema económico, reclama una fabricación masiva de estudiantes incultos e incapaces de pensar. El estudiante ignora que la
Universidad se haya convertido en una organización -institucional- de la ignorancia, que la "alta cultura" se disuelva al ritmo de la producción en serie de los profesores, que todos los profesores sean cretinos, los cuales en su mayoría provocarían el escándalo de los alumnos de cualquier colegio; él continúa escuchando respetuosamente a sus maestros, con la voluntad consciente de perder todo espíritu crítico a fin de comulgar mejor de la ilusión mística de haberse convertido en un "estudiante", alguien que se ocupa seriamente de adquirir un saber serio, con la esperanza de que eso le confiará las verdades últimas. Es una menopausia del espíritu. Todo lo que sucede hoy en los anfiteatros de las escuelas y facultades será condenado en la futura sociedad revolucionaria como alboroto, socialmente nocivo. En la actualidad, el estudiante hace reír.
El estudiante no se da cuenta de que la historia altera su irrisorio mundo "cerrado". La famosa "crisis de la Universidad" parte de una crisis más general del capitalismo moderno; sigue siendo el objeto de un diálogo de sordos entre diferentes especialistas. Dicha crisis traduce simplemente las dificultades de un ajuste tardío de este sector especial de la producción a una transformación de conjunto del aparato productivo. Los residuos de la vieja ideología de la Universidad liberal burguesa pierden importancia en el momento en que desaparece su base social. La Universidad ha podido disfrutar de un poder autónomo en la época del capitalismo librecambista y de su Estado liberal, que le dejaba una cierta. libertad marginal. De hecho, dependía estrechamente de las necesidades de este tipo de sociedad: dar a la minoría privilegiada que estudiaba la cultura general adecuada, antes de que alcanzara las filas de la clase dirigente de la que apenas habla salido. De ahí el ridículo de los profesores nostálgicos [ 6], amargados por haber perdido su antigua función de perros guardianes de los futuros amos por esa otra, mucho menos noble, de perros de pastor, siguiendo las necesidades planificadas del sistema económico, guiando las hornadas de "cuellos blancos" hacia sus fábricas y oficinas respectivas. Son ellos quienes oponen sus arcaísmos a la tecnocratización de la Universidad y continúan suministrando
imperturbablemente las sobras de una cultura llamada general a futuros especialistas que no sabrán que hacer con ella.
Más serios, y por consiguiente más peligrosos, son los modernistas de la izquierda y los de la UNEF, dirigidos por los "ultras" de la FGEL, que reivindican una "reforma de estructuras en la Universidad", una "reinserción de la Universidad en la vida social y económica", es decir, su adaptación a las necesidades del capitalismo moderno. Las diversas facultades y escuelas, todavía adornadas de ilusiones anacrónicas, son transformadas de dispensadores de la "cultura general" a la medida de las clases dirigentes en fábricas de enseñanza rápida de cuadros inferiores y de cuadros medios. Lejos de oponerse a este proceso histórico que subordina directamente uno de los últimos sectores relativamente autónomos de la vida social a las exigencias del sistema mercantil, nuestros progresistas protestan contra los retrasos y desfallecimientos que sufre su realización. Son los defensores de la futura Universidad cibernetizada que ya se anuncia aquí y allí [7]. El sistema mercantil y sus modernos servidores, he aquí al enemigo.
Pero es normal que todo debate pase por encima de la cabeza del estudiante, en el cielo de sus maestros, y se le escape totalmente: se le escapa el conjunto de su vida, y, a fortiori de la vida.
Debido a su situación económica de extrema pobreza, el estudiante está condenado a un cierto modo de supervivencia muy poco envidiable. Pero, siempre contento con su papel, convierte su trivial miseria en "estilo de vida" original: el miserabilismo y la bohemia. Ahora bien, la "bohemia", lejos ya de ser una solución original, nunca es vivida auténticamente sin haber roto de forma completa e irreversible con el medio universitario. Sus partidarios entre los estudiantes (y todos se jactan de serlo un poco) no hacen más que aferrarse a una versión artificial y degradada de lo que, en el mejor de los casos, no es más que una mediocre solución individual. Merecen hasta el desprecio de las ancianas del campo. Estos "originales", treinta años después de W. Reich [ 8] ese excelente educador de la juventud, continúan teniendo los comportamientos erótico-amorosos más tradicionales, reproduciendo las
relaciones generales de la sociedad de clases en sus relaciones intersexuales. La aptitud del estudiante para hacer un militante de cada uno, se ve frustrada por su impotencia para ello. En el margen de libertad individual permitido por el espectáculo totalitario, y a pesar de su utilización más o menos libre del tiempo, el estudiante ignora todavía la aventura y prefiere un espacio-tiempo cotidiano restringido, adaptado a él por las barreras del propio espectáculo.
Sin estar obligado, separa de sí mismo trabajo y ocio, proclamando un hipócrita desprecio por los "empollones" y los "animales de competición". Aprueba todas las separaciones y, a continuación va a gemir en los diversos "círculos" religiosos, deportivos, políticos o sindicales, sobre la incomunicación. Es tan estúpido y desgraciado que incluso llega a confiarse espontáneamente y en masa al control parapolicial de psiquiatras y psicólogos, colocados donde están por la vanguardia de la opresión moderna, y por consiguiente felicitados por sus "representantes" que, naturalmente, ven en esos "Bureaux d'Aide Psychologique Universitaire" (BAPU) (Centros de ayuda psicológica universitaria), una conquista indispensable y merecida [9].
Pero la miseria real de la vida cotidiana estudiantil, encuentra su compensación inmediata, fantástica, en su principal opio: la mercancía cultural. En el espectáculo cultural, el estudiante encuentra de forma natural su lugar de discípulo respetuoso. Cercano a su lugar de producción sin nunca tener acceso a él -el Santuario le está prohibido- el estudiante descubre la "cultura moderna" como espectador-admirador. En una época en que el arte está muerto, el estudiante continúa asistiendo con fiel asiduidad a los teatros y cine-clubs, y sigue siendo el más ávido consumidor de su cadáver congelado y distribuido bajo celofán en los supermercados, por los guardianes de la abundancia. Participa sin reserva, sin segundas intenciones y sin alejamiento. Es su elemento natural. Si las "casas de cultura" no existieran, el estudiante las habría inventado. Este verifica perfectamente los análisis más banales de la sociología americana del marketing: consumo ostentatorio, establecimiento de una diferenciación publicitaria entre productos idénticos en la nulidad (Pérec o Robbe-Grillet; Godard o Lelouch).
Desde que los "dioses" que producen u organizan su espectáculo cultural se encarnan en escena, él es su principal público, su fiel soñador. De este modo, asiste en masa a sus demostraciones más obscenas; qué otro que no sea él llenaría las salas cuando, por ejemplo, los curas de las diferentes iglesias exponen públicamente sus diálogos sin límites (semanas del pensamiento llamado marxista, reuniones de intelectuales católicos) o cuando las ruinas de la literatura vienen a constatar su impotencia.
Incapaz de pasiones reales, disfruta con polémicas desapasionadas entre las "vedettes" de la Inteligencia, sobre falsos problemas cuya función es enmascarar los verdaderos: Althusser - Garaudy Sartre - Barthes - Picard - Lefebvre - Lévi-Strauss - Halliday - Chatelet - Antoine. Humanismo - Existencialismo - Estructuralismo - Cientifismo - Nuevo Criticismo - Dialéctico-naturalismo - Cibernetismo - Planetismo - Meta-filosofismo.
En su aplicación, ese estúpido se cree vanguardia porque ha visto el último Godard, comprado el último libro argumentista [10]" o participado en el último "happening" de Lapassade. Ese ignorante toma por novedades "revolucionarias", garantizadas por "label"*, los más pálidos "ersatz" de antiguas investigaciones, efectivamente importantes en su tiempo, edulcorados con la idea de negocio. La cuestión es preservar siempre su standing cultural. El estudiante está orgulloso de comprar, como todo el mundo, las reediciones en libros de bolsillo de una serie de textos importantes y difíciles que la "cultura de masas" difunde a un ritmo acelerado [11]. Solamente que no sabe leer. Se contenta con consumirlos con la mirada.
Su lectura preferida sigue siendo la prensa especializada que orquesta el consumo delirante de los "gadgets" culturales; acepta dócilmente sus ukases* publicitarios y hace la referencia-standard de sus gustos. L'Express y L'Observateur hacen todavía sus delicias, o bien cree que Le Monde, cuyo estilo es ya demasiado difícil para él, es verdaderamente un diario "objetivo" que refleja la actualidad. Para profundizar sus conocimientos generales, se
empapa de Planète, la revista mágica que quita las arrugas y puntos negros de las viejas ideas. Con tales guías, cree participar en el mundo moderno e iniciarse en política.

* ucase o ukase: orden gubernativa injusta y tiránica que tiene su origen en el zarismo.

El estudiante, más que en ningún otro estamento, está contento de estar politizado. Sin embargo, ignora que participa a través del mismo espectáculo. De este modo se apropia de los miserables y ridículos restos de una izquierda que fue aniquilada hace más de cuarenta años, por el reformismo "socialista" y por la contra-revolución stalinista. Todo esto todavía lo ignora, mientras que el Poder lo sabe claramente y la clase obrera de un modo confuso. Participa, con una débil arrogancia, en las manifestaciones más irrisorias que no lo atraen más que a él. La falsa conciencia política se encuentra en él en estado puro, y el estudiante constituye la base ideal para las manipulaciones de burócratas fantasmas de organizaciones moribundas (desde el Partido llamado Comunista a la UNEF). Estas programan totalitariamente sus opciones políticas; toda marginación o intento de "independencia" vuelve dócilmente, tras una parodia de resistencia, al orden que ni un solo instante ha sido puesto en cuestión [12]. Cuando cree ir más allá -como esos que, por una verdadera enfermedad de inversión publicitaria se nombran JCR, cuando no son ni jóvenes, ni comunistas, ni revolucionarios-, es para adherirse a palabras de orden pontifical: Paz en Vietnam.
El estudiante está orgulloso de oponerse a los arcaísmos" de un de Gaulle, pero no comprende que lo hace en nombre de errores del pasado, de crímenes ya fríos (como el stalinismo en la época de Togliatti, Garaudy, Kruchtchev, Mao) y que de este modo su juventud es todavía más arcaica que el poder, que dispone efectivamente de todo lo necesario para administrar una sociedad moderna.
Pero el estudiante no es un arcaísmo cercano. Se cree obligado a tener ideas generales sobre todo, concepciones coherentes del mundo que den un sentido
a su necesidad de agitación y promiscuidad asexuada. Burlado por las últimas febrilidades de las iglesias, se arroja sobre la antigüedad de las antiguallas para adorar la hedionda carroña de Dios y acercarse a los restos descompuestos de religiones prehistóricas que cree dignas de él y de su tiempo. Apenas se osa señalarlo pero, el medio estudiantil, junto con el de las ancianas de provincias, es el sector donde se mantiene la mayor dosis de religión profesada, y sigue siendo todavía la mejor "tierra de misión" (mientras que, en todos los otros sectores se ha eliminado o expulsado a los curas), donde los sacerdotes-estudiantes continúan sodomizando, sin esconderse, a millares de estudiantes con sus diarreas espirituales.
Ciertamente, entre los estudiantes, hay algunos con un nivel intelectual suficiente. Estos dominan sin esfuerzo los miserables controles de capacidad previstos por los mediocres, y los dominan perfectamente porque han comprendido el sistema, porque lo desprecian y se saben sus enemigos. Toman del sistema de estudios lo que tiene de mejor: las becas. Aprovechando los fallos del control, cuya propia lógica obliga actualmente y aquí, a resguardar un sector puramente intelectual, la "investigación", van a llevar tranquilamente la confusión al más alto nivel. Su desprecio manifiesto respecto al sistema va parejo con la lucidez que les permite ser más fuertes que los sirvientes del sistema y, principalmente, en el terreno intelectual. Estos de quienes hablamos, figuran ya entre los teóricos del movimiento revolucionario que se aproxima. No esconden a nadie que lo que toman tan fácilmente del "sistema de estudios" es utilizado para su destrucción. Esto es así ya que, el estudiante no puede rebelarse contra nada sin rebelarse contra sus estudios, y la necesidad de esta rebelión se hace sentir menos naturalmente que en el obrero, que se rebela espontáneamente contra su condición. Pero el estudiante es un producto de la sociedad moderna, al mismo nivel que Godard o la Coca-Cola. Su extrema alienación no puede ser negada más que por la negación de toda la sociedad. Esta crítica no puede hacerse, de ningún modo, sobre el terreno estudiantil: el estudiante, como tal, se atribuye un pseudo-valor que le prohíbe tomar conciencia de su desposesión real y, de esta forma, permanece lleno de falsa conciencia. Pero, en todas partes donde la sociedad moderna empieza a ser
contestada, se dan rebeliones de la juventud que corresponden a una crítica total del comportamiento estudiantil.

No es suficiente con que el pensamiento busque su realización; es preciso que la realidad busque el pensamiento

Tras un largo periodo de sueño letárgico y de contra-revolución permanente, desde hace algunos años, se esboza un nuevo periodo de contestación del que la juventud parece ser la representante. Pero la sociedad del espectáculo, en la representación que se hace de sí misma y de sus enemigos, impone sus categorías ideológicas para la comprensión del mundo y de la historia. Domina todo lo que sucede en el orden natural de las cosas y encierra las verdaderas novedades que anuncian su superación en el marco estrecho de su ilusoria novedad. La rebelión de la juventud contra el modo de vida que se le impone, en realidad no es más que el signo precursor de una subversión más amplia que englobará al conjunto de los que experimentan, cada vez más, la imposibilidad de vivir el preludio de la próxima etapa revolucionaria. La ideología dominante y sus órganos cotidianos según mecanismos experimentados de inversión de la realidad, no pueden más que reducir este movimiento histórico real a una pseudo-categoría socio-natural: la Idea de la Juventud (que estaría en la esencia del rebelarse). De este modo, se somete una nueva juventud de la rebelión a la eterna rebelión de la juventud, renaciendo en cada generación para esfumarse cuando "el joven es ganado por la seriedad de la producción y por la actividad, de cara a fines concretos y verdaderos". La "rebelión de los jóvenes" ha sido y es todavía objeto de una verdadera inflación periodística que crea el espectáculo de una "rebelión" posible que se da a contemplar para impedir que se la viva, la esfera aberrante -ya integrada- necesaria al funcionamiento del sistema social; esta rebelión contra la sociedad, paradójicamente la tranquiliza porque está considerada
como parcial, en el apartheid de los "problemas" de la juventud -como hay problemas de la mujer o un problema negro- y no dura más que durante una parte de la vida. En realidad, si es que hay un problema de la "juventud" en la sociedad moderna es que la crisis profunda de esta sociedad es sentida con más acuidad por la juventud [13]. Producto por excelencia de la sociedad moderna, ella misma es moderna, sea para integrarse sin reservas, sea para rechazarla radicalmente. Lo que debe sorprender, no es tanto que la juventud sea rebelde sino que los "adultos" sean tan resignados. Esto no tiene una explicación mitológico sino histórica: la generación precedente ha conocido todas las derrotas y consumido todas las mentiras del periodo de disgregación vergonzosa del movimiento revolucionario.
Considerada en sí misma, la "Juventud' es ya un mito publicitario profundamente ligado al modo de producción capitalista, como expresión de su dinamismo. Esta ilusoria primacía de la juventud ha sido posible con la puesta en marcha de la economía, tras la Segunda Guerra Mundial, a consecuencia de la entrada en masa en el mercado de toda una categoría de consumidores más maleables, un rol que asegura una patente de integración a la sociedad del espectáculo. Pero la explicación dominante del mundo se encuentra de nuevo en contradicción con la realidad socio-económica (con retraso respecto a ella) y es justamente la juventud la primera en asegurar una irresistible pasión de vivir y de sublevarse espontáneamente contra el tedio cotidiano y el tiempo muerto que el viejo mundo continúa segregando a través de sus diferentes modernizaciones. La parte rebelada de la juventud expresa su rechazo sin una perspectiva de superación, es decir, su rechazo nihilista. Esta perspectiva se busca y se establece por todas partes del mundo. Le es preciso alcanzar la coherencia de la crítica teórica y la organización práctica de esta coherencia.
Al nivel más sumario, los "Blousons noirs" en todos los países expresan con la máxima violencia aparente el rechazo a integrarse. Pero el carácter abstracto de su rechazo no les deja ninguna posibilidad de escapar a las contradicciones de un sistema del que son el producto negativo espontáneo. Los "Blousons noirs" son producidos por todos los aspectos del orden actual: el urbanismo de las grandes colectividades, la descomposición de valores, la extensión del ocio
cada vez más tedioso, el control humanístico-policial cada vez más extendido a toda la vida cotidiana, la supervivencia económica de la célula familiar privada de todo significado. Desprecian el trabajo pero aceptan las mercancías. Quisieran tener todo lo que la publicidad les muestra al instante y sin que deban pagarlo. Esta contradicción fundamental domina toda su existencia y es el marco que aprisiona su tentativa de afirmación para la búsqueda de una verdadera libertad en el empleo del tiempo, la afirmación individual y la constitución de una especie de comunidad. (Tales micro-comunidades recomponen, al margen de la sociedad desarrollada, un primitivismo donde la miseria crea de nuevo, de forma ineluctable, la jerarquía en la banda. Esta jerarquía, que no puede afirmarse más que en la lucha contra otras bandas, aísla a cada banda y, en cada banda al individuo) Para salir de esta contradicción el "Blouson noir" finalmente deberá trabajar para comprar mercancías -todo un sector de la producción está creado especialmente para su recuperación en tanto que consumidor (motos, guitarras eléctricas, ropas, discos, etc.)- o bien debe atacar las leyes del comercio, sea de forma primaria, robando los productos, sea de forma consciente elevándose a la crítica revolucionaria del mundo de las mercancías. El consumo suaviza las costumbres de esos jóvenes rebeldes, y su rebelión cae en el peor de los conformismos. El mundo de los "Blousons noirs" no tiene más salida que la toma de conciencia revolucionaria o la obediencia ciega en las fábricas.
Los Provos constituyen la primera forma de superación de la experiencia de los "Blousons noirs", la organización de su primera expresión política. Han nacido a la sombra de un encuentro entre algunos fracasados del arte alterado en busca del éxito y una masa de jóvenes rebeldes en busca de afirmación. Su organización ha permitido a unos y otros avanzar y acceder a un nuevo tipo de contestación. Los "artistas" han aportado algunas tendencias hacia el juego, todavía muy mitificadas y llenas de confusión ideológica; los jóvenes rebeldes no tenían más que la violencia de su rebelión. Desde la formación de su organización las dos tendencias han sido distintas; la masa sin teoría se ha encontrado de golpe bajo la tutela de una reducida capa de dirigentes sospechosos, que intentan mantener su "poder" mediante la difusión de una
ideología provista. Mientras que la violencia de los "Blousons noirs" pasa por alto el plan de ideas en una tentativa de superación del arte, el reformismo neo-artístico es quien lo impulsa. Los Provos son la expresión del último reformismo producido por el capitalismo moderno: el de la vida cotidiana. Mientras que es precisa nada menos que una revolución permanente para cambiar la vida, la jerarquía Provo cree -así como Bernstein creía transformar el capitalismo en socialismo por medio de reformas- que es suficiente con aportar algunas mejoras para modificar la vida cotidiana. Los Provos, optando por lo fragmentario acaban por aceptar la totalidad. Para proporcionarse una base, sus dirigentes han inventado la ridícula ideología del Provotariado (ensalada artistico-política inocentemente compuesta por los restos enmohecidos de una fiesta que ellos no han conocido), destinada, según ellos, a oponerse a la pretendida pasividad y aburguesamiento del Proletariado, tarta a la crema de todos los cretinos del siglo. Al igual que desesperan de transformar la totalidad, desesperan de las únicas fuerzas que traen la esperanza de una posible superación. El Proletariado es el motor de la sociedad capitalista, y, por consiguiente, su peligro mortal: todo está hecho para reprimirlo (partidos, sindicatos burocráticos, policía más a menudo que contra los Provos, colonización de toda su vida), puesto que es la única fuerza realmente amenazadora. Los Provos no han comprendido nada de esto, de este modo siguen siendo incapaces de criticar al sistema de producción y, en consecuencia, prisioneros de todo el sistema. Y cuando en un alboroto obrero anti-sindical, su base se ha unido a la violencia directa, los dirigentes han quedado completamente desbordados por el movimiento y , en su enloquecimiento, no han encontrado nada mejor que hacer que denunciar los "excesos" y llamando al pacifismo renunciar lamentablemente a su programa: provocar a las autoridades para demostrar el carácter represivo (y gritando que eran provocados por la policía). Y, para colmo, han hecho un llamamiento por la radio a los jóvenes alborotadores a que se dejen educar por los Provos, es decir, por los dirigentes que han demostrado de sobras que su vago "anarquismo" no es más que otra mentira. La base rebelde de los Provos no puede acceder a la crítica revolucionaria más que empezando a sublevarse contra sus jefes, lo que quiere decir adherirse a las fuerzas revolucionarias
objetivas del Proletariado y desembarazarse de un Constant, el artista oficial de la Holanda Real, o de un De Vries, fracasado parlamentario y admirador de la policía inglesa. Solamente así los Provos pueden alcanzar la contestación moderna auténtica que tiene ya una base real entre ellos. Si quieren transformar el mundo no tienen que hacer lo mismo que los que quieren contentarse pintándolo de blanco.
Rebelándose contra sus estudios, los estudiantes americanos han puesto en cuestión, inmediatamente, una sociedad que tiene necesidad de tales estudios. Del mismo modo que su rebelión (en Berkeley y otros sitios) contra la jerarquía universitaria se ha afirmado como rebelión contra todo el sistema social basado en la jerarquía y la dictadura de la economía y el Estado. Rechazando integrarse a las empresas, a las que de forma natural los destinan sus estudios especializados, ponen en cuestión profundamente un sistema de producción donde todas las actividades y sus productos escapan totalmente a sus autores. De este modo, a través de intentos y una confusión todavía muy importante, la juventud americana inconformista busca en la "sociedad de la abundancia", una alternativa revolucionaria coherente. Permanece ampliamente ligada a dos aspectos relativamente accidentales de la crisis americana: los Negros y Vietnam; y las pequeñas organizaciones que constituyen la "Nueva Izquierda" se resienten gravemente de ello. Si, en su forma, se hace sentir una auténtica exigencia de democracia, la debilidad de su contenido subversivo los hace caer en contradicciones peligrosas. La hostilidad a la política tradicional de las viejas organizaciones es fácilmente recuperable por la ignorancia del mundo político, que se traduce en una gran falta de informaciones y de ilusiones sobre lo que sucede efectivamente en el mundo. La hostilidad abstracta por su sociedad los conduce a la admiración o al apoyo de sus enemigos más aparentes: las burocracias llamadas socialistas, China o Cuba. De este modo, en un grupo como "Resurgence Youth Movement" se encuentra al mismo tiempo una condena a muerte del Estado y un elogio de la "Revolución Cultural" realizada por la burocracia más gigantesca de los tiempos modernos: la China de Mao. Igualmente su organización semi-libertaria y no directiva, se arriesga -en todo momento y debido a la manifiesta falta de contenido- a caer en la ideología de
la "dinámica de grupos" o en el mundo cerrado de la Secta. El consumo masivo de droga es la expresión de una miseria real y la protesta contra esta miseria real: es la engañosa búsqueda de libertad en un mundo sin libertad, la crítica religiosa de un mundo que ha dejado atrás la religión. No es por casualidad que esta última se encuentre sobre todo en los medios "beatniks" (esa derecha de los jóvenes inconformistas), centros del rechazo ideológico y de la aceptación de las supersticiones más fantásticas (Zen, espiritismo, misticismo de la "New Church" y otras putrefacciones como el Gandhismo o el Humanismo ... ). A través de su búsqueda de un programa revolucionario, los estudiantes americanos cometen el mismo error que los Provos y se proclaman la "clase más explotada de la sociedad"; desde este momento, deben comprender que no tienen intereses distintos de todos los que sufren la opresión generalizada y la esclavitud comercial.
En el Este, el totalitarismo burocrático empieza también a producir sus fuerzas negativas. La revolución de los jóvenes es particularmente virulenta y no es conocida más que a través de las denuncias que hacen de ella los diferentes órganos del aparato o las medidas policiales que toman para contenerla. De este modo sabemos que una parte de la juventud no "respeta" ya el orden moral y familiar (tal como existe bajo su forma burguesa más detestable), se entrega al "libertinaje", desprecia el trabajo y ya no obedece a la policía del partido. En la URSS se nombra un ministro expresamente para combatir el hooliganismo*. Pero, paralelamente a esta rebelión difusa, una contestación más elaborada intenta afirmarse, y los grupos o pequeñas revistas clandestinas aparecen y desaparecen según las fluctuaciones de la represión policial. El hecho más importante ha sido la publicación por los jóvenes polacos Kuron y Modzelewski de su "Carta abierta al Partido Obrero Polaco". En este texto, afirman expresamente la "necesidad de la abolición de las actuales relaciones de producción y relaciones sociales" y ven que a este fin "la revolución es ineluctable". La intelligentsia de los países del Este busca, actualmente, ser consciente y formular claramente las razones de esta crítica que los obreros han concretado en Berlín-Este, Varsovia y Budapest, la crítica proletaria del poder de clase burocrático. Esta sublevación sufre profundamente la
desventaja de establecer a la vez los problemas reales y su solución. Si en los demás países el movimiento es posible pero el fin permanece mitificado, en las burocracias del Este la contestación es desilusionada y sus fines conocidos. Se trata de inventar las formas de su realización, de abrirse el camino que lleve a ésta.

* Palabra inglesa que significa bandolerismo, pistolerismo.

En cuanto a la rebelión de los jóvenes ingleses, ha encontrado su primera expresión organizada en el movimiento anti-atómico. Esta lucha parcial, conseguida alrededor del vago programa del Comité de los Cien -que ha conseguido reunir hasta 300.000 manifestantes- ha realizado su más bello gesto en la primavera de 1963 con el escándalo R.S.G. 6 [ 14]. No tenía más salida que caer, falta de perspectivas, recuperada por las ruinas de la política tradicional y las buenas almas pacifistas. El arcaísmo del control en la vida cotidiana, característico de Inglaterra, no ha podido resistir el asalto del mundo moderno y la descomposición acelerada de los valores seculares engendra tendencias profundamente revolucionarias en la crítica de todos los aspectos del modo de vida [15]. Es preciso que las exigencias de esta juventud reúnan la resistencia de una clase obrera que cuenta entre las más combativas del mundo, la de los "shop-stewards" y las huelgas salvajes, y la victoria de sus luchas no puede ser buscada más que en perspectivas comunes. El derrumbamiento de la social-democracia en el poder, no hace más que proporcionar una probabilidad suplementaria a su encuentro. Las explosiones que ocasionará tal unión serán más formidables que todo lo que se ha visto en Amsterdam. Ante ellas la rebelión provista no será más que un juego de niños. De ahí solamente, puede nacer un verdadero movimiento revolucionario, donde las necesidades prácticas habrán encontrado su respuesta.
El Japón es el único de los países industrialmente avanzados donde esta fusión de la juventud estudiante y los obreros de vanguardia se ha realizado ya.
Zengakuren, la famosa organización de estudiantes revolucionarios y la Liga de los jóvenes trabajadores marxistas son las dos importantes organizaciones
formadas sobre la orientación común de la Liga Comunista Revolucionaria. Esta formación se plantea ya el problema de la organización revolucionaria. Combate simultáneamente y sin ilusiones, el Capitalismo en el Oeste y la Burocracia de los países llamados socialistas. Agrupa ya algunos miles de estudiantes y obreros organizados sobre una base democrática y anti-jerárquica, sobre la participación de todos los miembros en todas las actividades de la organización. De este modo, los revolucionarios japoneses son los primeros en el mundo que llevan ya grandes luchas organizadas, referidas a un programa avanzado, con una amplia participación de masas. Sin parar, miles de obreros y estudiantes salen a la calle y afrontan violentamente a la policía japonesa. Sin embargo, la LCR, a pesar de que los combate, no explica completa y concretamente los dos sistemas. Busca todavía definir de forma precisa la explotación burocrática, igual que no ha llegado todavía a formular explícitamente los caracteres del capitalismo moderno, la crítica de la vida cotidiana y la crítica del espectáculo. La Liga Comunista Revolucionaria sigue siendo, fundamentalmente, una organización proletaria clásica. Actualmente es la más importante formación revolucionaria del mundo y de aquí en adelante debe ser uno de los polos de discusión y reunión para la nueva crítica revolucionaria proletaria en el mundo.

Finalmente, crear la situación que haga imposible todo retroceso

"Estar en vanguardia es ir al paso de la realidad." [16] En la actualidad, la crítica radical del mundo moderno debe tener por objeto y objetivo la totalidad. Esta crítica debe contener, indisolublemente su pasado real, lo que es efectivamente y las perspectivas de su transformación. Para poder decir toda la verdad del mundo actual y, a fortiori, para formular el proyecto de su subversión total, hay que ser capaz de revelar toda su historia escondida, es decir, mirar de un modo totalmente desmitificado y fundamentalmente crítico, la historia de todo el movimiento revolucionario internacional -inaugurado hace más de un siglo por el proletariado de los países occidentales-, sus "fracasos" y sus "victorias".
"Este movimiento contra el conjunto de la organización del viejo mundo, hace mucho tiempo que ha acabado" [17] y ha fracasado. Su última manifestación histórica fue la derrota de la revolución proletaria en España (en Barcelona en mayo de 1937). Sin embargo, tanto sus "fracasos" oficiales como sus "victorias" también oficiales, deben ser juzgados a la luz de sus prolongaciones y sus verdaderos restablecimientos. De este modo, podemos afirmar que "hay derrotas que son victorias y victorias más vergonzosas que derrotas" (Karl Liebknecht en la víspera de su asesinato). La primera gran "derrota" del poder proletario, la Comuna de París, es en realidad su primera gran victoria, puesto que, por primera vez, el proletariado primitivo afirma su capacidad histórica para dirigir de un modo libre todos los aspectos de la vida social. Asimismo, su primera gran "victoria", la revolución bolchevique, en definitiva no es más que la derrota de más graves consecuencias. El triunfo del orden bolchevique coincide con el movimiento de contra-revolución internacional que empieza con el aniquilamiento de los espartaquistas por la socialdemocracia alemana. Su triunfo común era más profundo que su aparente oposición y, en definitiva, este orden bolchevique no era más que un nuevo disfraz y un rostro particular del antiguo orden. Los resultados de la contra-revolución rusa fueron, en el interior, el establecimiento y desarrollo de un nuevo modo de explotación, el capitalismo burocrdtico de Estado y, en el exterior, la multiplicación de secciones de la Internacional llamada comunista, sucursales destinadas a defenderlo y difundir su modelo. El capitalismo, bajo sus diferentes variantes burocráticas y burguesas, florecía de nuevo sobre los cadáveres de los marinos de Kronstadt, los campesinos de Ucrania, los obreros de Berlín, Kiel, Turín, Shanghai, y, más tarde, Barcelona.
La IIIª Internacional, aparentemente creada por los bolcheviques para luchar contra los residuos de la social-democracia reformista de la IIª Internacional, y agrupar la vanguardia proletaria en los "partidos comunistas revolucionarios", estaba demasiado vinculada a sus creadores y a sus intereses para poder realizar, donde quiera que sea, la verdadera revolución socialista. De hecho, la IIª Internacional era la realidad de la IIIª. El modelo ruso se impone muy pronto a las organizaciones obreras de Occidente y sus evoluciones fueron una sola y
única cosa. A la dictadura totalitaria de la Burocracia, nueva clase dirigente, sobre el proletariado ruso, en el seno de esas organizaciones corresponde la dominación de una capa de burócratas políticos y sindicales sobre la gran masa de obreros cuyos intereses se han vuelto francamente contradictorios con los suyos. El monstruo stalinista obsesionaba la conciencia obrera, mientras que el Capitalismo, en vías de burocratización y super-desarrollo, resolvía sus crisis internas y afirmaba orgullosamente su nueva victoria que pretende permanente. Una misma forma social, aparentemente divergente y distinta, se apodera del mundo, y los principales del viejo mundo continúan gobernando nuestro mundo moderno. Los muertos asedian todavía el cerebro de los vivos.
En el seno de este mundo, organizaciones pretendidamente revolucionarias no hacen más que combatirlo en apariencia, sobre su propio terreno, a través de las mayores mitificaciones. Todas ellas reivindican ideologías más o menos petrificadas, y, en definitiva, no hacen más que participar en la consolidación del orden dominante. Los sindicatos y partidos políticos forjados por la clase obrera para su propia emancipación se han convertido en simples reguladores del sistema, propiedad privada de dirigentes que trabajan para su emancipación particular y encuentran un estatuto en la clase dirigente de una sociedad que nunca piensan poner en cuestión. El programa real de estos sindicatos y partidos no hace más que tomar de nuevo llanamente la fraseología "revolucionaria" y aplicarle las consignas del reformismo más edulcorado, puesto que el mismo capitalismo se hace oficialmente reformista. Allí donde han podido tomar el poder -en países más atrasados que Rusia- no era más que para reproducir el modelo stalinista del totalitarismo contra-revolucionario [18] . En otro aspecto, son el complemento estático y necesario [19] para la auto-regulación del Capitalismo burocratizado; la contradicción indispensable para el mantenimiento de su humanismo policíaco. Por otra parte, frente a las masas obreras, siguen siendo los garantizadores indefectibles y los defensores incondicionales de la contra-revolución burocrática, los dóciles instrumentos de su política extranjera. En un mundo fundamentalmente engañoso, ellos son los portadores de la mentira más
radical, y trabajan para la eternización de la dictadura universal de la Economía y el Estado. Como afirman los situacionistas, "un modelo social universalmente dominante, que tiende a la auto-regulación totalitaria, no es más que aparentemente combatido por falsas contestaciones expuestas de forma permanente sobre su propio terreno, ilusiones que, por el contrario refuerzan ese modelo. El pseudo-socialismo burocrático no es más que el mayor de los disfraces del viejo mundo jerárquico del trabajo alienado [20]". En todo esto, el sindicalismo estudiantil es únicamente la caricatura de una caricatura, la repetición burlesca e inútil de un sindicalismo degenerado.
La denuncia teórica y práctica del stalinismo bajo todas sus formas, debe ser la obligación básica de todas las futuras organizaciones revolucionarias. Está claro que, por ejemplo en Francia, donde el retraso económico aleja todavía la conciencia de la crisis, el movimiento revolucionario no podrá renacer más que sobre las ruinas del stalinismo aniquilado. La destrucción del stalinismo debe convertirse en el delenda Carthago de la última revolución de la prehistoria.
Ella misma debe romper definitivamente con su propia prehistoria, y sacar toda su poesía del futuro. Los "Bolcheviques resucitados" que representan la farsa de la "militancia" en los diferentes grupúsculos izquierdistas, son los hedores del pasado y, en modo alguno anuncian el futuro. Supervivientes del gran naufragio de la "revolución traicionada", se presentan como los fieles poseedores de la ortodoxia bolchevique: la defensa de la URSS es su insuperable fidelidad y su escandalosa renuncia.
No pueden conservar ilusiones más que en los famosos paises subdesarrollados [21] donde ellos mismos ratifican el subdesarrollo teórico. Desde Partisans (órgano de los stalino-trotskistas reconciliados) a todas las tendencias y semi-tendencias que se disputan "Trotsky" en el interior y el exterior de la IVª Internacional, reina una misma ideología revolucionarista, y una misma incapacidad práctica y teórica para comprender los problemas del mundo moderno. Cuarenta años de historia contra-revolucionaria los separan de la Revolución. No tienen razón porque no están en 1920 y, en 1920 ya no tenían razón. La disolución del grupo "ultra-izquierdista" Socialisme ou
Barbarie, tras su división en dos fracciones, "modernista cardanista" y "viejo marxista" (de Pouvoir Ouvrier), demuestra, si es que hacía falta, que no puede haber revolución fuera de lo moderno, ni pensamiento moderno fuera de la crítica revolucionaria que debe reinventarse [22] . Es significativo en este sentido que toda separación entre esos dos aspectos, cae inevitablemente en el museo de la Prehistoria revolucionaria concluida, o bien en la modernidad del poder, es decir en la contra-revolución dominante: Voix ouvriere o Arguments.
En cuanto a los diversos grupúsculos "anarquistas", todos ellos prisioneros de esta denominación, no poseen otra cosa que esta ideología reducida a una simple etiqueta. El increíble "Monde Libertaire", evidentemente redactado por estudiantes, alcanza el grado más fantástico de confusión y estupidez.
Esas gentes lo toleran efectivamente todo, puesto que se toleran unos a otros.
La sociedad dominante que se vanagloria de su permanente modernización, ahora debe encontrar con quien hablar, es decir, con la negación modernizada que ella misma produce [23] : "Dejemos ahora a los muertos el enterrar a sus muertos y llorarlos". Las desmitificaciones prácticas del movimiento histórico liberan la conciencia revolucionaria de los fantasmas que la obsesionaban; la revolución de la vida cotidiana se encuentra cara a cara con las inmensas tareas que debe realizar. La revolución, asi como la vida que anuncia, hay que reinventarlas. Si el proyecto revolucionario sigue siendo fundamentalmente el mismo: la abolición de la sociedad de clases, es que en ninguna parte han sido radicalmente transformadas las condiciones en que se forman las clases. Se trata de volver a iniciar la lucha con un radicalismo y una coherencia acrecentados por la experiencia del fracaso de sus antiguos protagonistas, a fin de evitar que su realización fragmentaria entrañe una nueva división de la sociedad.
No pudiendo realizarse la lucha entre el poder y el nuevo proletariado más que en la totalidad, el futuro movimiento revolucionario debe abolir en su seno todo lo que tiende a reproducir los productos alienados del sistema mercantil [24]
debe ser, al mismo tiempo, la crítica viva y la negación que lleva en ella todos los elementos de la posible superación. Como muy bien lo ha visto Lukács (aunque para aplicarlo a algo que no lo merecía: el partido bolchevique), la organización revolucionaria es esta mediación necesaria entre la teoría y la práctica, entre el hombre y la historia, entre la masa de trabajadores y el proletariado constituido en clase. Las tendencias y divergencias "teóricas",deben transformarse inmediatamente en cuestiones de organización si quieren descubrir la via de su realización. La cuestión de la organización será el juicio final del nuevo movimiento revolucionario, el tribunal ante el cual será juzgada la coherencia de su proyecto esencial: la realización internacional del poder absoluto de los Consejos Obreros, tal como ha sido esbozado por la experiencia de las revoluciones proletarias de este siglo. Una organización así debe realizar antes la crítica radical de todo lo que supone la base de la sociedad que combate, a saber: la producción mercantil, la ideología bajo todos sus disfraces, el Estado y las disidencias que impone.
La escisión entre teoría y práctica ha sido la roca contra la que se ha estrellado el viejo movimiento revolucionario. Solamente los mayores momentos de lucha proletaria han superado esta escisión para encontrar su verdad. Ninguna organización se ha saltado todavía ese Rodas. La ideología, tan "revolucionaria" como pueda ser, está siempre al servicio de los amos, es la señal de alarma que designa al enemigo camuflado. Por ello, la crítica de la ideología debe ser en último término, el problema central de la organización revolucionaria. El mundo alienado produce la mentira, y ésta no podría reaparecer en el seno de los que pretenden llevar la verdad social sin que esta organización no se transformase a su vez en una mentira más en un mundo fundamentalmente engañoso.
La organización revolucionaria que proyecta realizar el poder absoluto de los Consejos Obreros, debe ser el medio donde se esbocen todos los aspectos positivos de ese poder. Debe también llevar a cabo una lucha a muerte contra la teoría leninista de la organización. La revolución de 1905 y la organización espontánea de los trabajadores rusos en Soviets era ya una crítica de obra [25] de esta nefasta teoría. Pero el movimiento bolchevique persistía en creer que la
espontaneidad obrera no podía superar la conciencia "trade-unionista", y era incapaz de comprender "la totalidad". Lo que lleva a decapitar al proletariado para permitir al partido tomar la "cabeza" de la Revolución. No se puede negar, tan despiadadamente como lo ha hecho Lenin, la capacidad histórica del proletariado de emanciparse por sí mismo, sin negar su capacidad de dirigir totalmente la sociedad futura. En una perspectiva similar, el slogan "todo el poder a los Soviets" no significaba nada más que la conquista de los Soviets por el Partido, la instauración del Estado del partido, en vez del "Estado" debilitado del proletariado en armas.
Sin embargo es este slogan el que hay que asumir de nuevo radicalmente, liberándolo de las intenciones ocultas bolcheviques. El proletariado no puede consagrarse al juego de la revolución más que para ganar todo un mundo, de otro modo no es nada. La forma única de su poder, la autogestión generalizada, no puede ser compartida con ninguna otra fuerza. Puesto que es la disolución efectiva de todos los poderes, no podría tolerar ninguna limitación (geográfica o de otro tipo); los compromisos que acepta se transforman inmediatamente en acciones de compromiso, en renuncia. "La autogestión debe ser a la vez el medio y la finalidad de la lucha actual. No es solamente el riesgo de la lucha sino su forma adecuada. Es para sí misma la materia que trabaja y su propia presuposición" [16] .
La crítica unitaria del mundo es la garantía de la coherencia y de la verdad de la organización revolucionaria. Tolerar la existencia de sistemas de opresión (por ejemplo porque contienen la herencia "revolucionaria") en un punto de la tierra, es reconocer la legitimidad de la opresión. Igualmente, si se tolera la alienación en un terreno de la vida social, se reconoce la fatalidad de todas las reificaciones. No es suficiente estar por el poder abstracto de los Consejos Obreros, sino que hay que demostrar su significado concreto: la supresión de la producción mercantil y por consiguiente del proletariado. La lógica de la mercancía es la racionalidad primera y última de las sociedades actuales, es la base de la auto-regulación totalitaria de estas sociedades comparables a puzzles cuyas piezas, tan desiguales en apariencia, de hecho son equivalentes. La reificación mercantil es el obstáculo esencial para una
emancipación total, para la construcción libre de la vida. En el mundo de la producción mercantil, la praxis no se persigue en función de un fin determinado, de forma autónoma, sino bajo las directrices de potencias exteriores. Y si las leyes económicas parecen convertirse en leyes naturales de una clase particular, es que su poder reposa únicamente en "la ausencia de conciencia de los que toman parte en ello".
El principio de la producción mercantil es la pérdida de sí mismo en la creación caótica e inconsciente de un mundo que escapa totalmente a sus creadores. El núcleo radicalmente revolucionario de la autogestión generalizada es, por el contrario, la dirección consciente por parte de todos, del conjunto de la vida. La autogestión de la alienación mercantil haría de todos los hombres los programadores de su propia supervivencia: es la cuadratura del círculo. La tarea de los Consejos Obreros no será pues la autogestión del mundo existente sino su transformación cualitativa ininterrumpida: la superación concreta de la mercancía (en tanto que gigantesca desviación de la producción del hombre por sí mismo).
Esta superación implica, naturalmente, la supresión del trabajo y su sustitución por un nuevo tipo de actividad libre, por consiguiente, la abolición de una de las divisiones fundamentales de la sociedad moderna, entre un trabajo cada vez más reificado y el tiempo libre consumido pasivamente. Grupúsculos hoy en disgregación como S. o B. o P.O. [27] pero reunidos en torno a la moderna consigna de "poder obrero", continúan sobre ese punto central siguiendo el viejo movimiento obrero en la vía del reformismo del trabajo y de su "humanización". Es al trabajo mismo a quien hoy hay que atacar. Lejos de ser una "utopía", su supresión es la primera condición de la superación efectiva de la sociedad mercantil, de la abolición -en la vida cotidiana de cada uno- de la separación entre el "tiempo libre" y el "tiempo de trabajo", sectores complementarios de una vida alienada, donde se proyecta indefinidamente la contradicción interna de la mercancía, entre valor de uso y valor de cambio y solamente más allá de esta oposición es donde los hombres podrán hacer de su actividad vital un objeto de su voluntad y de su conciencia, y contemplarse a sí mismos en un mundo que ellos han creado. La democracia de los Consejos
Obreros es el enigma resuelto de todas las divisiones actuales. Esta hace "imposible todo lo que existe por fuera de los individuos".
La dominación consciente de la historia por los hombres que la hacen, he aquí todo el proyecto revolucionario. La historia moderna, como toda la historia pasada, es el producto de la praxis social, el resultado -inconsciente- de todas las actividades humanas. En la época de su dominación totalitaria el capitalismo ha producido su nueva religión: el espectáculo. El espectáculo es la realización terrestre de la ideología. El mundo nunca ha andado tan bien sobre la cabeza. "Y, al igual que la 'crítica de la religión', la crítica del espectáculo es hoy la primera condición de toda critica" [28] .
El problema de la revolución está históricamente planteado a la humanidad. La acumulación cada vez mayor de medios materiales y técnicos no tiene comparación más que con la insatisfacción cada vez más profunda de todos. La burguesía y su heredera en el Este, la burocracia, no pueden saber cómo emplear ese superdesarrollo que será la base de la poesía del futuro, justamente porque las dos trabajan por el mantenimiento de un orden antiguo. Tienen, a lo sumo, el secreto de su práctica policial. No hacen más que acumular Capital y por tanto proletariado; proletario es aquel que no tiene ningún poder sobre el empleo de su vida, y que lo sabe. La suerte histórica del nuevo proletariado es ser el.único heredero consecuente de la riqueza sin valor del mundo burgués, para transformarla y superarla en el sentido del hombre total, persiguiendo la apropiación total de la naturaleza y de su propia naturaleza. Esta realización de la naturaleza del hombre sólo puede tener sentido por la satisfacción sin límites y la multiplicación infinita de los deseos reales que el espectáculo confina en las zonas lejanas del inconsciente revolucionario, y que no es capaz de realizar más que fantásticamente en el delirio onírico de su publicidad. La realización efectiva de deseos reales, es decir, la abolición de todas las pseudonecesidades y deseos que el sistema crea cotidianamente para perpetuar su poder, no puede hacerse sin la supresión del espectáculo mercantil y su superación positiva.
La historia moderna no puede ser liberada y sus innumerables adquisiciones libremente utilizadas más que por las fuerzas que ella rechaza: los trabajadores sin poder sobre las condiciones, sentido y producto de sus actividades. Así como en el siglo XIX el proletariado era ya el heredero de la filosofía, se ha convertido, además, en el heredero del arte moderno y de la primera critica consciente de la vida cotidiana. No puede suprimirse sin realizar, a la vez, arte y filosofía. Transformar el mundo y cambiar la vida son para él una sola y única cosa, el santo y seña inseparable que acompañará su supresión en tanto que clase, la disolución de la sociedad presente en tanto que reino de la necesidad, y finalmente la ascensión posible al reino de la libertad. La crítica radical y la reconstrucción libre de todas las conductas y valores impuestos por la realidad alienada son su programa máximo, y la creatividad liberada en la construcción de todos los momentos y acontecimientos de la vida es la única poesía que podrá reconocer, la poesía hecha por todos, el comienzo de la fiesta revolucionaria. Las revoluciones proletarias serán fiestas o no serán, pues la misma vida que anuncian será creada bajo el signo de la fiesta. El juego es la racionalidad última de esta fiesta, vivir sin tiempo muerto y disfrutar sin trabas son las únicas reglas que podrá reconocer.
Notas
1. Mare Kravetz, conoció una cierta notoriedad en los medios dirigentes de la UNEF; elegante parlamentario, cometió el error de arriesgarse en la "investigación teórica": en 1964 publica en Les Temps Modernes una apología del sindicalisrno estudiantil que denuncia al año siguiente en el mismo periódico.
2. Ni qué decir tiene que los conceptos espectáculo, papel, etc. los empleamos en el sentido situacionista.
3. Cuando no se le caga en la boca se le mea en el culo.
4. Pero sin la conciencia revolucionaria; el obrero no tenía la ilusión de la promoción.
5. No nos referimos al de la Escuela Normal Superior o al de los sorbonistas, sino al de los enciclopedistas o al de Hegel.
6. No atreviéndose a alienarse con el liberalismo filisteo, se inventan referencias a las inmunes universidades de la edad media, época de la "democracia de la no-libertad".
7. Cf. Internationale Situationniste, n.º 9. Correspondance avec un cybernéticien, y el opúsculo situacionista La tortue dans la vitrina, contra el neo-profesor A. Moles.
8. Ver La lucha sexual de los jóvenes y La función del orgasmo.
9. Con el resto de la población es necesario emplear la camisa de fuerza para hacerlo comparecer ante el psiquiatra en su acogedora fortaleza. Con el estudiante, es suficiente con hacerle saber que han sido abiertas avanzadas de control en el ghetto: se precipita al lugar donde se distribuyen números de visita.
10. Sobre el "gang" argumentista y la desaparición de su órgano, ver el opúsculo Aux poubelles de I'Histoire, difundido por la Internationale Situationniste en 1963.
11. A este efecto no se puede recomendar demasiado la solución -ya practicada por los más inteligentes- que consiste en robarlos.
12. Cf.: Las últimas aventuras entre la UEC y sus homólogos cristianos con sus respectivas jerarquías, demuestran que la única unidad entre todos ellos, reside en su sumisión incondicional a sus maestros.
13 En ese sentido que la juventud no solamente siente sino que quiere expresarle.
14 Con el que os partidarios del movimiento anti-atórnico han descubierto, hecho público y a continuación ocupado los refugios anti-atómicos ultra-secretos, reservados a los rniembros del gobierno.
15 Se piensa aquí en la excelente revista Heatwave cuya evolución parece ir hacia un radicalismo cada vez más riguroso.
16 Internationale Situationniste, nº. 8.
17 Internationale Situationniste, nº. 7.
18 Su realización efectiva, es tender a industrializar el país por medio de la clásica acumulación primitiva a expensas del campesinado, acelerada por el terror burocrático.
19 Desde hace 45 años, en Francia, el Partido llamado Comunista, no ha dado un solo paso hacia la torna del poder, y lo mismo puede decirse de todos los países avanzados donde no ha llegado el Ejército llamado rojo.
20 Les luttes de classes en Algérie. Internationale Situationniste, nº10.
21 Sobre su papel en Argelia, cf.: Les luttes de classes en Algérie, Internationale Situationniste, nº 10
22 Internationale Situationniste, nº. 9
23 Adresse aux révolutionnaires..., Internationale Situationniste, nº 10.
24 Definido por el predominio del trabajo-mercancía.
25 Tras la crítica teórica realizada por Rosa Luxernburg.
26 Les luttes de classes en Algérie, Internationale Situationniste, n.º 10.
27 Socialisme ou Barbarie, Pouvoir Ouvrier, etc. Por el contrario, un grupo como ICO, prohibiéndose toda organización y una teoría coherente, está condenado a la inexistencia.
28 Internationale Situationniste, nº 9
Transcripción íntegra de la traducción de Carme López (Barcelona, Icaria, 1977) del texto publicado por UNEF, Strasbourg 1966. Publicado primero en 1966 en la Universidad de Estrasburgo por estudiantes y miembros de la I.S.

martes, 9 de noviembre de 2010

AI FERRI CORTI


AI FERRI CORTI

Podemos traducirlo “En duelo a muerte con lo existente, sus defensores y sus falsos críticos”, no sin hacer ciertas aclaraciones semánticas que pueden ser de utilidad para entender esta locución tan interesante como difícil de traducir. La expresión “ai ferri corti con…” se usa para caracterizar un punto de no retorno, de ruptura inminente y violenta de una relación con algo/alguien. “Ferri corti” se usa para hablar de las armas blancas (podría ser “dagas” o “puñales” ) que constituían el último estadio de un típico duelo de los siglos pasados, la lucha con armas cortas, que se desarrollaba cuerpo a cuerpo y donde tenía especial importancia la destreza y rapidez de los contendientes, que luchaban para defender una cierta forma de honor. Todos estos núcleos forman parte de la constelación semántica de esta bella expresión.

I “Cada uno puede terminar de regocijarse en la esclavitud de aquello que no conoce y, rechazando la turba de palabras vacías, entablar un duelo cuerpo a cuerpo con la vida.” C. Michelstaedter

La vida no es más que una búsqueda continua de algo a lo que aferrarse. Uno se levanta a la mañana para reencontrarse, un par de horas más tarde, de nuevo en la cama, tristes péndulos oscilando entre el vacío de deseos y el cansancio. El tiempo pasa, y nos gobierna con un aguijón que se va haciendo cada vez menos fastidioso. Las obligaciones sociales son un fardo que no parece doblegar nuestras espaldas porque lo llevamos con nosotros a donde sea. Obedecemos sin siquiera hacer el esfuerzo de decir que sí. La muerte se descuenta viviendo, escribía el poeta desde otra trinchera. Podemos vivir sin pasión y sin dueños, he aquí la gran libertad que esta sociedad nos ofrece. Podemos hablar sin frenos, en particular de aquello que no conocemos. Podemos expresar todas las opiniones del mundo, aún las más arriesgadas, y desaparecer detrás de sus sonidos. Podemos votar al candidato que preferimos, reclamando a cambio el derecho de lamentarnos. Podemos cambiar de canal en cualquier instante, toda vez que nos parezca que nos estamos volviendo dogmáticos. Podemos divertirnos en horas fijas y atravesar a velocidades siempre mayores ambientes tristemente idénticos. Podemos aparecer como jóvenes testarudos, antes de recibir helados golpes de sentido común. Podemos casarnos todas las veces que queramos, así de sagrado es el matrimonio. Podemos ocuparnos de infinidad de cosas útiles y, si no sabemos escribir, podemos convertirnos en periodistas. Podemos hacer política de mil modos, aun hablando de guerrillas exóticas. Tanto en la carrera como en los afectos, podemos ser excelsos en la obediencia, si es que no llegamos a mandar. También a fuerza de obediencia nos podemos convertir en mártires, y esta sociedad, en desmedro de las apariencias, todavía tiene tanta necesidad de héroes. Nuestra estupidez no parecerá por cierto más grande que la de los demás. Si no sabemos decidirnos, no importa, dejamos que elijan los otros. Luego tomaremos posición, como se dice en la jerga de la política y del espectáculo. Las justificaciones nunca faltan, sobre todo en un mundo de tan buena boca. En esta gran feria de roles cada uno de nosotros tiene un aliado fiel: el dinero. Democrático por excelencia, éste no mira a nadie a la cara. Gozando de su compañía no existe mercancía ni servicio alguno que no nos sean debidos. Quienquiera que sea su portador, ambiciona con la fuerza de una sociedad entera. Es cierto, este aliado nunca es suficiente y, sobre todo, nunca se da a todas las personas. Pero la suya es una jerarquía especial, que unifica en los valores aquello que es opuesto en las condiciones de vida. Cuando se lo posee, se tienen todas las razones. Cuando falta, se tienen no pocos atenuantes. Con un poco de ejercicio, podremos transcurrir días enteros sin una sola idea. Los ritmos cotidianos piensan en nuestro lugar. Del trabajo al “tiempo libre” , todo se desarrolla en la continuidad de la supervivencia. Tenemos siempre algo de que agarrarnos. En el fondo, la más estupefaciente característica de la sociedad actual es la de hacer convivir las “comodidades cotidianas” con una catástrofe al alcance de la mano. Junto a la administración tecnológica de lo existente, la economía progresa en la incontrolabilidad más irresponsable. Se pasa de las diversiones a las masacres de masa con la disciplinada inconciencia de gestos calculados. La compra-venta de muerte se extiende a todo el tiempo y a todo el espacio. El riesgo y el esfuerzo audaz no existen más; sólo existen la seguridad o el desastre, la rutina o la ruina. Salvados o hundidos. Vivos, jamás. Con un poco de práctica, podremos recorrer la calle de casa a la escuela, de la oficina al supermercado, del banco a la discoteca, con los ojos cerrados. Estamos realizando debidamente el proverbio de aquel viejo sabio griego: “también los que duermen rigen el orden del mundo”. Ha llegado la hora de romper con este nosotros, reflejo de la única comunidad actual, la de la autoridad y la mercancía. Una parte de esta sociedad tiene absoluto interés en que el orden siga reinando; la otra, en que todo se derrumbe lo más rápido posible. Decidir de qué parte estar es el primer paso. Pero por todos lados están los resignados, verdadera base del acuerdo entre las partes, los mejoradores de lo existente y sus falsos críticos. En todos lados, también en nuestra vida, que es el auténtico lugar de la guerra social, en nuestros deseos, en nuestra determinación así como en nuestros pequeñas, cotidianas sumisiones. Contra todo esto hay que acudir a las armas cortas , para sostener finalmente un duelo a muerte con la vida.

II “Las cosas que es necesario haberlas aprendido para hacerlas, es haciéndolas que se las aprende.” Aristóteles

El secreto es comenzar enserio. La organización social actual no sólo retrasa, sino que impide y corrompe toda práctica de libertad. Para aprender qué es la libertad, no cabe otra posibilidad que experimentarla, y para poder experimentarla hay que tener el tiempo y el espacio necesarios. La base fundamental de la acción libre es el diálogo. Ahora bien, dos son las condiciones de un auténtico discurso en común: un interés real de los individuos por las cuestiones abiertas a la discusión (problema de contenido) y una libre indagación de las posibles respuestas (problema del método). Estas dos condiciones deben realizarse contemporáneamente, desde el momento en que el contenido determina al método y viceversa. Se puede hablar de libertad sólo en libertad. Si no se es libre al responder, ¿para qué sirven las preguntas? El dialogo existe sólo cuando los individuos pueden hablar sin mediaciones, o sea cuando están en una relación de reciprocidad. Si el discurso se desarrolla en único sentido, no hay comunicación posible. Si alguno tiene el poder de imponer las preguntas, el contenido de estas últimas le será directamente funcional (y las respuestas llevarán en el método mismo el marco de la sujeción). A un súbdito sólo se le pueden hacer preguntas cuyas respuestas confirmen su rol de súbdito. Es desde este rol que el amo formulará las futuras preguntas. La esclavitud consiste en seguir respondiendo, puesto que las preguntas del amo se responden solas. Las investigaciones de mercado son, en este sentido, idénticas a las elecciones. La soberanía del elector se corresponde con la soberanía del consumidor, y viceversa. Cuando la pasividad televisiva necesita justificarse, se hace llamar audiencia; cuando el Estado tiene la necesidad de legitimar su poder, se hace llamar pueblo soberano. Tanto en un caso como en el otro, los individuos no son otra cosa que rehenes de un mecanismo que les concede el derecho de hablar después de haberlos privado de la facultad de hacerlo. Cuando se puede elegir solamente entre un candidato u otro, ¿qué queda del diálogo? Cuando se puede elegir sólo entre mercancía y programas televisivos diferentemente idénticos, ¿qué queda de la comunicación? Los contenidos de las cuestiones devienen insignificantes porque el método es falso.“Nada se asemeja más a un representante de la burguesía que un representante del proletariado”, escribía en 1907 Sorel. Aquello que los hacia idénticos era el hecho de ser, precisamente, representantes. Decir hoy lo mismo de un candidato de derecha y un candidato de izquierda no es ni más ni menos que una trivialidad. Los políticos, sin embargo, no tienen necesidad de ser originales (de esto se ocupan los publicitarios), basta que sepan administrar tales trivialidades. La terrible ironía es que los mass media son definidos como medios de comunicación y la feria del voto es llamada elección (o sea elección en un fuerte sentido, decisión libre y consciente). El punto es que el poder no admite ninguna gestión diferente. Aun queriéndolo (lo que nos lleva ya hacia una plena “utopía” , para imitar el lenguaje de los realistas), nada importante puede ser pedido a los electores, desde el momento en que el único acto libre que éstos podrían cumplir -la única elección autentica- sería dejar de votar. El que vota anhela preguntas insignificantes, ya que las preguntas auténticas excluyen la pasividad y la delegación.

Nos explicamos mejor. Supongamos que se pida a través de un referéndum la abolición del capitalismo (dejemos de lado el hecho de tal demanda, dadas las actuales relaciones sociales, es imposible). Seguramente la mayoría de los electores votaría por el capitalismo, por el simple hecho de que no se puede imaginar un mundo sin mercancías y sin dinero saliendo tranquilamente de casa, de la oficina o de un supermercado. Pero si todavía votase en contra nada cambiaría, porque una demanda de este tipo debe excluir a los electores para permanecer auténtica. Una sociedad entera no puede cambiar por decreto. El mismo razonamiento se puede hacer para demandas menos extremas. Tomemos el ejemplo de un barrio. Si los habitantes pudiesen (otra vez nos encontramos en plena “utopía”) expresarse sobre la organización de los espacios de sus vidas (casas, calles, plazas, etc.), ¿qué sucedería? Digamos enseguida que la elección de los habitantes sería en principio inevitablemente limitada, siendo los barrios resultado del desplazamiento y de la concentración de la población en relación con las necesidades de la economía y del control social. Tratemos a pesar de todo de imaginar otra organización de estos guettos. Sin temor a ser desmentidos, se puede afirmar que la mayoría de la población tendría al respecto las mimas ideas que la policía. Si así no fuese (si una aun limitada práctica del diálogo provocase el surgimiento del deseo de nuevos ambientes), sobrevendría la explosión del guetto. ¿Cómo conciliar, manteniendo constante el orden social presente, el interés del constructor de autos y las ganas de respirar de los habitantes, la libre circulación de los individuos y el miedo de los propietarios de los negocios de lujo, los espacios de juego de los niños y el cemento de los estacionamiento, de los bancos y de los centros comerciales? ¿Y todas las casas vacías dejadas en manos de la especulación? ¿Y los condominios que se asemejan terriblemente a los cuarteles que se asemejan terriblemente a las escuelas que se asemejan terriblemente a los hospitales que se asemejan terriblemente a los manicomios? Desplazar un pequeño muro de este laberinto de horrores significa poner en juego el proyecto entero.

Cuanto más se aleja uno de la mirada policial sobre el ambiente, más se acerca al choque con la policía. “¿Cómo pensar libremente a la sombra de una capilla?”, escribió una mano anónima sobre el espacio sagrado de la Sorbona durante el Mayo Francés. Este impecable interrogante tiene un alcance general. Cada ambiente pensado económica y religiosamente no puede más que imponer deseos económicos y religiosos. Una iglesia excomulgada sigue siendo la casa de dios. En un centro comercial abandonado siguen conversando las mercancías. El patio de un cuartel fuera de uso, todavía contiene el paso militar. Este sentido tenía razón quien decía que la destrucción de la Bastilla fue un acto de psicología social aplicada. Ninguna bastilla podría ser tratada de otro modo, porque sus muros seguirían relatando una historia de cuerpos y deseos prisioneros. El tiempo de las prestaciones, de las obligaciones y del aburrimiento desposa a los espacios del consumo en bodas incesantes y fúnebres. El trabajo reproduce el ambiente social que reproduce la resignación al trabajo. Se aman las noches frente al televisor porque se ha pasado todo el día en la oficina o en el subte. Estar callados en la fábrica transforma a los gritos del estadio en una gran promesa de felicidad. La sensación de culpa en la escuela reivindica la irresponsabilidad idiota del sábado a la noche en la discoteca. La publicidad del Club Med hace soñar sólo a ojos salidos de un Mc Donald´s. Etcétera. Hay que saber experimentar la libertad para ser libres. Hay que liberarse para poder hacer experiencia de la libertad. En el interior del orden social presente, el tiempo y el espacio impiden la experiencia de la libertad porque sofocan la libertad de la experiencia.

III “Los tigres de la ira son más sabios que los caballos de la inteligencia W. Blake

Solo trastornando los imperativos del tiempo y del espacio social pueden imaginar nuevas relaciones y nuevos ambientes. El viejo filósofo decía que se desea sólo sobre la base de aquello que se conoce. Los deseos pueden cambiar sólo si se cambia la vida que los hace nacer. Para hablar claro, la insurrección contra los tiempos y lugares del poder es una necesidad material y al mismo tiempo psicológica. Bakunin decía que las revoluciones son realizadas por tres cuartos de fantasía y por un cuarto de realidad. Lo que importa es entender dónde nace la fantasía que hace estallar la revuelta generalizada. El desencadenamiento de todas las malas pasiones, como decía el revolucionario ruso, es la fuerza irresistible de la transformación. Por más que todo esto puede hacer sonreír a los resignados o a los fríos analistas de los movimientos históricos del capital, podemos decir -si dicha jerga no nos indigestara- que una idea tal de la revolución es extremadamente moderna. Malas, las pasiones lo son en tanto prisioneras, sofocadas por una normalidad que es el más frío de los gélidos monstruos. Pero malas también lo son porque la voluntad de vida, antes que desaparecer bajo el peso de deberes y máscaras, se transforma en su contrario. Sometida a las obligaciones cotidianas, la vida se niega una y otra vez a sí misma y reaparece en la figura de esclavo; ante la búsqueda desesperada de espacio, ella se hace presencia onírica, contracción física, tic nervioso, violencia idiota y gregaria. ¿Lo insoportable de las actuales condiciones de vida no es quizás testimoniado por la masiva difusión de psicofármacos, esta nueva intervención del Estado social? El dominio administra en todas partes la cautividad [cattivitá], justificando aquello que en cambio es un producto suyo, la maldad [cattiveria]. La insurrección hace las cuentas con ambas. Si no quiere engañarse a sí mismo y a los otros, quién quiera combata por la demolición del presente edificio social no puede esconder que la subversión es un juego de fuerzas salvajes y bárbaras. Algunos los llamaba Cosacos, algún otro patotas, a fin de cuentas son los individuos a quienes la paz social no les ha quitado la ira. ¿Pero cómo crear una nueva comunidad a partir de la cólera? Terminemos de una vez por todas con los ilusionismos de la dialéctica. Los explotados no son portadores de ningún proyecto positivo, así fuese la sociedad sin clases- (todo esto se parece muy de cerca al esquema productivo). Su única comunidad es el capital, del cual pueden escapar sólo a condición de destruir todo aquello que los hace existir como explotados: salario, mercancía, roles y jerarquías. El capitalismo no sienta en absoluto las bases de su propia superación hacia el comunismo -la famosa burguesía “que forja las armas que le darán su muerte”-, antes bien las bases de un mundo de horrores. Los explotados no tienen nada que autogestionar, a excepción de su propia negación como explotados. Sólo así junto a ellos desaparecerán sus amos, sus guías, sus apologetas acicalados de las más diversas maneras. En esta “inmensa obra de demolición urgente” debe encontrarse, cuando antes, la alegría. “Bárbaro”, para los Griegos, no significaba sólo “extranjero”, sino también “balbuceante”, tal como definía con desprecio a aquel que no hablaba correctamente la lengua de la polis. Lenguaje y territorio son dos realidades inseparables. La ley fija los límites que el orden de los Nombres hace respetar. Todo poder tiene sus bárbaros, todo discurso democrático tiene sus propios balbuceantes tartamudos. La sociedad de la mercancía, con la expulsión y el silencio, pretende hacer su obstinada presencia una nada. Y sobre esta nada la revuelta ha fundado su causa. La exclusión y las colonias internas, ninguna ideología del dialogo y de la participación jamás podrá enmascararlas del todo. Cuando la violencia cotidiana del Estado y de la economía hace estallar la parte mala, no podemos sorprendernos si alguien pone los pies sobre la mesa y no acepta discusiones. Sólo entonces las pasiones se sacan de encima un mundo que se derrumba de muerte. Los Bárbaros están a la vuelta de la esquina.

IV “Debemos abandonar todo modelo y estudiar nuestras posibilidades” E. A. Poe

Necesidad de la insurrección. Necesidad, obviamente, no en el sentido de ineluctabilidad (un suceso que antes o después debe suceder), sino en el sentido de condición concreta de una posibilidad. Necesidad de lo posible. El dinero en esta sociedad es necesario. Una vida sin dinero es posible. Para hacer experiencia de esto es necesario destruir esta sociedad. Hoy se puede hacer experiencia sólo de aquello que es socialmente necesario. Curiosamente, aquellos que consideran a la insurrección como un trágico error (o también, según los gustos, como un irrealizable sueño romántico), hablan mucho de acción social y de espacios de libertad para experimentar. Sin embargo, basta retorcer un poco razonamientos de este tipo para que salga todo el jugo. Para actuar libremente es necesario, como se ha dicho, hablarse sin mediaciones. Y entonces que se nos diga: ¿sobre qué cosa, cuánto y dónde se puede dialogar actualmente? Para discutir libremente se debe arrancar tiempo y espacio de los imperativos sociales. En suma, el diálogo es inseparable de la lucha. Es inseparable materialmente (para hablarnos debemos substraernos del tiempo impuesto y aferrarnos a los espacios posibles) y psicológicamente (los individuos aman hablar de aquello que hacen porque sólo entonces las palabras transforman la realidad). Lo que se olvida es que vivimos todos en un guetto, aun si no pagamos el alquiler de casa o si nuestro calendario cuenta con muchos domingos. Si no logramos destruir este guetto, la libertad de experiencia se reduce a algo bien miserable. Muchos libertarios piensan que el cambio de la sociedad puede y debe acontecer gradualmente, sin una ruptura repentina. Por eso hablan de “esferas publicas no estatales” donde elaborar nuevas ideas y nuevas prácticas. Dejando de lado los aspectos decididamente cómicos de la cuestión (¿dónde no hay estado? ¿Cómo ponerlo entre paréntesis?), lo que se puede notar es que el referente ideal de estos discursos sigue siendo el método autogestionario y federalista experimentando por los subversivos en algunos momentos históricos (la Comuna de París, la España revolucionaria, la Comuna de Budapest, etcétera). El pequeño pormenor que se descuida, sin embargo, es que la posibilidad de hablarse y de cambiar la realidad, los rebeldes la han tomado con las armas. En definitiva se olvida de un pequeño detalle: la insurrección. No se pude descontextualizar un método (la asamblea de barrio, la decisión directa, la conexión horizontal, etcétera) del marco que lo ha hecho posible, ni mucho menos enfrentar esto contra aquello (con razonamientos del tipo “no sirve atacar al Estado, se necesita autorganizarse, concretizar la utopía”). Aun antes de considerar, por ejemplo, qué han significado -y qué podrían significar hoy- los Consejos proletarios, hace falta considerar las condiciones en las cuales nacieron (1905 en Rusia, 1918-1921 en Alemania y en Italia, etcétera). Se ha tratado de momentos insurreccionales. Que alguien nos explique cómo es posible, hoy, que los explotados decidan en primera persona sobre cuestiones de una cierta importancia sin romper por la fuerza la normalidad social; después se podrá hablar de autogestión y de federalismo. Antes de discutir sobre qué quiere decir autogestionar las actuales estructuras productivas “después de la revolución”, se necesita afirmar una trivialidad de base: los patrones y la policía no estarían de acuerdo. No se puede discutir acerca de una posibilidad descuidando las condiciones que la hacen concreta. Toda Hipótesis de liberación está ligada a la ruptura con la sociedad actual. Hagamos un último ejemplo. También en un ámbito libertario se habla de democracia directa. Se puede responder de inmediato que la utopía anarquista se opone al método de la decisión por mayoría. Correctísimo. Pero el punto es que ninguno habla concretamente de democracia directa. Dejando de lado a aquellos que entienden por democracia directa su exacto contrario, es decir la constitución de listas cívicas y la participación en las elecciones municipales, tomemos a quienes imaginan reales asambleas ciudadanas en las cuales hablarse sin mediaciones. ¿Sobre qué cosas se podrían expresar a los susodichos ciudadanos? ¿Cómo podrían responder de otro modo sin cambiar al mismo tiempo las preguntas? ¿Cómo mantener la distinción entre una supuesta libertad política y las actuales condiciones económicas, sociales y tecnológicas? En suma, a pesar de todos los rodeos que demos alrededor de este asunto, el problema de la destrucción queda. A menos que no se piense que una sociedad centralizada tecnológicamente pueda ser al mismo tiempo federalista; o también que pueda existir la autogestión generalizada en auténticas prisiones, como son las ciudades actuales. Decir que todo esto se cambia gradualmente significa sólo mezclar pésimamente las cartas. Sin una revuelta generalizada no se puede comenzar cambio alguno. La insurrección es la totalidad de las relaciones sociales que, no ya enmascarada por las especializaciones del capital, se abre a la aventura de libertad. La insurrección por sí sola no da respuestas, es verdad, sólo empieza a hacer las preguntas. El punto entonces no es actuar gradualmente o actuar aventurerísticamente. El punto es: actuar o soñar con hacerlo. La crítica de la democracia directa (para seguir con el ejemplo) debe considerar a esta última en su dimensión concreta. Sólo así se puede ir más allá, pensando cuáles son las bases sociales de la autonomía individual. Sólo así este mas allá puede transformarse de inmediato en método de lucha. Hoy los subversivos se encuentran en la situación de tener que criticar las hipótesis ajenas definiéndolas de un modo más correcto del que lo hacen sus propios sostenedores. Para afilar mejor las propias armas.

V “Es una verdad axiomática, de perogrullo, que la revolución no se puede hacer sino cuando hay fuerzas suficientes para hacerla. Pero es una verdad histórica que las fuerzas que determinan la evolución y las revoluciones sociales no se calculan en las grillas de los censos” E. Malatesta

La idea de la posibilidad de una transformación social hoy no está de moda. Las “masas”, se dice, están totalmente dormidas e integradas a las normas sociales. De una similar constatación se pude extraer por lo menos dos conclusiones: la revuelta no es posible; la revuelta es posible sólo si se trata de unos pocos. La primera conclusión puede a su vez descomponerse en un discurso abiertamente institucional (necesidad de elecciones, de las conquistas legales, etcétera) y en otro de reformismo social (autoorganización sindical, luchas por los derechos colectivos, etcétera). De la misma manera, la segunda conclusión puede fundar tanto un discurso vanguardista clásico como un discurso antiautoritario de agitación permanente. A modo de premisa se puede hacer notar que, en el curso de la historia, ciertas hipótesis aparentemente opuestas han compartido un fundamento común. Si se toma, por ejemplo, la posición entre socialdemocracia y bolchevismo, resulta claro ambas partían del presupuesto de que las masas no tienen una conciencia revolucionaria y que por lo tanto deben ser dirigidas. Socialdemócratas y bolcheviques diferían sólo en el método -partido reformista o partido revolucionario; estrategia parlamentaria o conquista violenta del poder- con el cual aplicar un idéntico programa: apartar desde el exterior la conciencia a los explotados. Tomemos la hipótesis de una práctica subversiva “minoritaria” que rechaza el modelo leninista. Desde una perspectiva libertaria, o bien se abandona todo discurso insurreccional (a favor de una revuelta declaradamente solitaria), o bien, más tarde o más temprano se necesitará también plantear el problema del alcance social de las propias ideas y de las propias prácticas. Si no se quiere resolver la cuestión en el ámbito de los milagros lingüísticos (por ejemplo diciendo que la tesis que se sostienen están ya en la cabeza de los explotados, o que la propia rebelión es ya parte de una condición difundida) se impone de hecho un dato: estamos aislados -lo que quiere decir: somos pocos-. Actuar siendo pocos no sólo no constituye un límite, sino que representa un modo distinto de pensar la transformación social misma. Los libertarios son los únicos que imaginan una dimensión de vida colectiva no subordinada a la existencia de centros directivos.

La auténtica hipótesis federalista es la idea que hace posible el acuerdo entre las libres uniones de los individuos. Las relaciones de afinidad son un modo de concebir la unión, ya no sobre las base de la ideología y de la adhesión cuantitativa, si no a partir de la conciencia recíproca, de la confianza y de la comunidad de pasiones proyectuales. Pero la afinidad en los proyectos y la autonomía de la acción individual no tienen sentido sino pueden ensancharse sin ser sacrificadas a supuestas necesidades superiores. La unión horizontal es aquello que concretiza cualquier práctica de la liberación: una unión informal, de hecho, capas de romper con toda la representación. Una sociedad centralizada no puede renunciar al control policial y al mortal aparato tecnológico. Para esto, quien no sabe imaginar una comunidad sin autoridad estatal no tiene instrumentos para criticar la economía que está destruyendo el planeta; quien no sabe pensar una comunidad de únicos no tiene armas contra la mediación política. Al contrario, la idea de la libre experiencia y de la unión de afinidades como base de nuevas relaciones hace posible un completo vuelco social. Sólo abandonando toda la idea de centro (la conquista del Palacio de Invierno o, con el pasar del tiempo, la televisión de Estado) se puede construir una vida sin imposiciones y sin dinero.

En este sentido, el método del ataque difuso es una forma de lucha que trae consigo un mundo distinto. Actuar cuando todos predican la espera, cuando no se puede contar con grandes séquitos, cuando no se sabe por anticipado si se obtendrán resultados -actuar así significa ya afirmar por qué cosa combatimos: por una sociedad sin medida. He aquí entonces que la acción en pequeños grupos de afines contiene la más importante de las cualidades -la de no ser una simple toma de conciencia táctica, sino de realizar al mismo tiempo el propio fin. Liquidar la mentira de la transición (la dictadura antes del comunismo, el poder antes de la libertad, el salario antes de la toma del montón, la certeza del resultado antes de la acción, los pedidos de financiación antes de la expropiación, los “bancos éticos” antes de la anarquía, etc.) significa hacer de la revuelta misma un modo diferente de concebir las relaciones. Atacar de inmediato la hidra tecnológica quiere decir pensar una vida sin policías de guardapolvo blanco (lo que significa: sin la organización económica y científica que los hace necesarios); atacar súbitamente los instrumentos de la domesticación mediática quiere decir crear relaciones libres de imágenes (lo que significa: libres de la pasividad cotidiana que las fabrica). Quien grita que ya no es más -o que no es todavía- tiempo de revuelta, nos revela de antemano cuál es la sociedad por la cual combate. Por el contrario, sostener la necesidad de una insurrección social, de un movimiento incontenible que rompa con el Tiempo histórico para hacer emerger lo posible, significa decir algo simple: no queremos dirigentes. Hoy el único federalismo concreto es la rebelión generalizada. Para rechazar toda forma de centralización se necesita ir más allá de la idea cuantitativa de lucha, es decir la idea de llamar a unirse a los explotados para un choque frontal con el poder. Se necesita pensar otro concepto de fuerza -para quemar las grillas del censo y cambiar la realidad-. “Regla principal: no actuar en masa. Conducid una acción de a tres o de a cuatro como máximo. El numero de los pequeños grupos debe ser lo más grande posible y cada uno de ellos debe aprender a atacar y desparecer velozmente. La policía trata de aplastar a un grupo de miles de personas con un solo grupo de cien cosacos. Es más fácil enfrentar a un centenar de hombres que a uno solo, especialmente si éste golpea por sorpresa y desaparece misteriosamente. La policía y el ejército no tendrán poder si Moscú se cubre de estos pequeños destacamentos inaferrables […] No ocupar fortalezas. Las tropas siempre serán capaces de tomarlas o simplemente destruirlas gracias a su artillería. Nuestras fortalezas serán los patios internos o cualquier lugar desde el cual sea accesible golpear y fácil salir. Si tuvieran que tomar estos lugares, no encontrarían a nadie y perderían gran cantidad de hombres. Es imposible para ellos agarrarlos a todos porque deberían, para esto, llenar cada casa de cosacos”.Aviso a los insurrectos, Moscú, 11 de diciembre de 1905.

VI “La poesía consiste en hacer matrimonios y divorcios ilegales entre las cosas” F. Bacon

Pensar otro concepto de fuerza. Quizás sea esta la nueva poesía. En el fondo, ¿qué es la revuelta social sino un juego generalizado de matrimonios y divorcios ilegales entre las cosas? La fuerza revolucionaria no es una fuerza igual y contraria a la del poder. Si así fuera estaríamos ya derrotados porque cada cambio sería el eterno retorno de la constricción. Todo se reduciría a un choque militar, a una macabra danza de estandartes. Pero los movimientos reales escapan siempre a la mirada cuantitativa. El Estado y el capital tienen los más sofisticados sistemas de control y de represión ¿Cómo pararnos frente a este Moloch? El secreto consiste en el arte de descomponer y recomponer. El movimiento de la inteligencia es un juego continuo de descomposiciones y de correspondencias. Lo mismo vale para la práctica subversiva. Criticar la tecnología, por ejemplo, significa componer el cuadro general, mirarla no como un simple conjunto de máquinas, sino antes como una relación social, como sistema; significa comprender que un instrumento tecnológico refleja la sociedad que lo ha producido y que su introducción modifica las relaciones entre los individuos. Criticar la tecnología significa rechazar la subordinación de cada actividad humana a los tiempos de la ganancia. De otro modo nos engañaríamos sobre su alcance, sobre su supuesta neutralidad, sobre la reversibilidad de sus consecuencias. Sin embargo, se necesita luego descomponerla en sus mil ramificaciones, en sus realizaciones concretas que nos mutilan cada día más; se necesita entender que la difusión de las estructuras productivas y de control que ella hace posible simplifican el sabotaje. De otro modo sería imposible atacarla. Lo mismo vale para las escuelas, los cuarteles, las oficinas. Se trata de realidades inseparables de las relaciones jerárquicas generales y mercantiles, pero que se concretizan en lugares y hombres determinados. ¿Cómo volvernos visibles -nosotros, así de pocos- ante los estudiantes, ante los trabajadores, ante los desocupados? Si se piensa en términos de consenso y de imagen (hacerse visible, justamente), la respuesta se da por descontada: sindicatos y especuladores políticos profesionales son más fuertes que nosotros. Una vez más, el defecto radica en la capacidad de componer-descomponer. El reformismo actúa sobre el detalle, y de modo cuantitativo: se mueve con grandes números para cambiar algunos elementos aislados del poder. Una crítica global de la sociedad, en cambio, puede hacer surgir una visión cualitativa de la acción. Justamente porque no existen centros o sujetos revolucionarios a los que subordinar los propios proyectos, toda realidad social reenvía al todo del cual es parte.

Ya se trate de contaminación, de cárcel o de urbanística, un discurso realmente subversivo termina por poner todo en cuestión. Hoy más que nunca, un proyecto cuantitativo (juntar a los estudiantes, a los trabajadores a los desocupados en organizaciones permanentes con un programa especifico) no puede hacer más que actuar sobre el detalle, quitándole a las acciones su fuerza principal -la de instalar cuestiones irreductibles a las separaciones categoriales (estudiantes, trabajadores, inmigrantes, homosexuales, etc.). Más aun teniendo en cuenta que el reformismo es cada vez más incapaz de reformar algo (piénsese en la desocupación, falsamente presentada como un desgaste -resoluble- en la racionalidad económica). Alguien decía que hasta el pedido de una comida no envenenada es en sí mismo un proyecto revolucionario, desde el momento en que para satisfacerlo sería necesario cambiar todas las relaciones sociales.

Toda reivindicación dirigida a un interlocutor preciso lleva consigo su propia derrota, por la misma razón de que ninguna autoridad puede resolver, ni aun queriéndolo, un problema de alcance general. ¿A quién dirigirse para enfrentar la contaminación del aire? Aquellos que durante una huelga salvaje llevaban una bandera sobre la cual estaba escrito No pedimos nada, habían comprendido que la derrota está en la reivindicación misma (“contra el enemigo la reivindicación es eterna” rememora una ley de las XII tablas). No le queda a la revuelta otra solución más que tomar todo para sí. Como había dicho Stirner: “Aunque ustedes les concedan a ellos todo lo que piden, ellos les pedirán siempre más, porque lo que quieren es nada menos que esto: el fin de toda concesión”. ¿Y entonces? Entonces se puede pensar actuar de a pocos sin actuar aisladamente, con la conciencia de que cualquier buen contacto sirve de más, en situaciones explosivas, que los grandes números. Muy a menudo, ciertas luchas sociales tristemente reivindicativas desarrollan métodos más interesantes que los objetivos (un grupo de desocupados, por ejemplo, que pide trabajo y termina por quemar una oficina de empleos). Es verdad que se puede estar en desacuerdo al decir que el trabajo no debe ser buscado, sino destruido. O que se puede tratar de unir la crítica de la economía con aquella oficina quemada apasionadamente, la crítica de los sindicatos con un discurso de sabotaje. Todo objetivo específico de lucha reúne en sí, pronta a estallar, la violencia de todas las relaciones sociales. La trivialidad de sus causas inmediatas, se sabe, es el ticket de entrada a las revueltas en la historia. ¿Qué podría hacer un grupo de compañeros frente a situaciones similares? No mucho, sino ha pensado ya (por ejemplo) en cómo distribuir un panfletillo o en qué puntos de la ciudad expandir un foco de protesta; quizás algo más, si una inteligencia jovial y facinerosa les hace olvidar los grandes números y las grandes estructuras organizativas. Sin querer renovar por esto la mitología de la huelga general como condición desencadenante de la insurrección, está bastante claro que la interrupción de la actividad social se mantiene como un punto decisivo. Hacia esta parálisis de la normalidad debe dirigirse la acción subversiva, cualquiera sea la causa de un choque insurreccional. Si los estudiantes siguen estudiando, los obreros -los que quedan- y los empleados siguen trabajando, los desocupados siguen preocupándose por la ocupación, ningún cambio es posible. La práctica revolucionaria estará siempre por sobre la gente. Una organización separada de las luchas no sirve ni para desencadenar la revuelta ni para expandir y defender su alcance. Si es verdad que los explotados se acercan a aquellos que saben garantizar, en el curso de las luchas, mayores mejoras económicas -esto es, si es verdad que toda lucha reivindicativa tiene un carácter necesariamente reformista-, son los libertarios quienes pueden, a través de sus métodos (la autonomía individual, la acción directa, la conflictividad permanente), impulsarlos a ir más allá del modelo de la reivindicación, a negar todas las identidades sociales (profesor, empleado, obrero, etcétera). Una organización reivindicativa permanente especifica de los libertarios quedaría al margen de las luchas (sólo pocos explotados podrían elegir formar parte), o perderían su propia peculiaridad libertaria (en el ámbito de las luchas sindicales, los más profesionales son los sindicalistas). Una estructura organizativa formada por revolucionarios y por explotados puede permanecer conflictiva sólo si se encuentra ligada a la duración de una lucha, a un objetivo específico, a la perspectiva del ataque; en fin si es una critica en acto del sindicato y de la colaboración con los patrones. Por el momento no se puede llamar precisamente “remarcable” a la capacidad de los subversivos de lanzar luchas sociales (antimilitaristas, contra las nocividades ambientales, etcétera). Queda la otra hipótesis (queda, bien entendido, para el que no respeta que “la gente es cómplice y resignada”, y buenas noches a los soñadores), la de una intervención autónoma en luchas -o en revueltas más o menos extendidas- que nacen espontáneamente. Si se buscan discursos claros sobre la sociedad por la que los explotados pelean (como ha pretendido algún teórico sutil frente a una reciente ola de huelgas), nos podemos quedar tranquilamente en casa. Si nos limitamos -algo en el fondo no muy distinto- a “adherir críticamente”, se agregaran nuestras banderas rojas y negras a las de partidos y sindicatos. Una vez más la crítica del detalle se casa con el modelo cuantitativo. Si se piensa que cuando los desocupados hablan de derecho al trabajo se debe actuar en esa línea (con las deudas distingo a propósito entre salariado y “actividad socialmente útil”), entonces el único lugar de la acción parece ser la plaza poblada de manifestantes. Como sabía el viejo Aristóteles, sin unidad de tiempo y espacio no hay representación posible. ¿Pero quién dijo que a los desocupados no se les puede -practicándolos-, hablar de sabotaje, de abolición del derecho o de negativa a pagar el alquiler? ¿Quién dijo que durante una huelga de plaza la economía no puede ser criticada en otro lugar? Decir aquello que el enemigo no espera y estar donde no nos aguarda. Esta es la nueva poesía.

VII “Somos demasiado jóvenes, no podemos esperar más” Graffiti mural en París

La fuerza de una insurrección es social, no militar. El criterio para evaluar el alcance de una revuelta generalizada no es el choque armado, sino más bien la amplitud de la parálisis de la economía, de la toma de posesión de lugares de producción y de distribución, de la gratuidad que quema todo cálculo, de la deserción de las obligaciones y de los roles sociales; en breve, el trastocamiento de la vida. Ninguna guerrilla, por más eficaz que sea, puede sustituir a este grandioso movimiento de destrucción y de transformación. La insurrección es el leve emerger de una trivialidad: ningún poder se puede regir sin la servidumbre voluntaria de quien lo padece. Nada mejor que la revuelta revela que son los mismos explotados quienes hacen funcionar la máquina asesina de la explotación. La interrupción extendida y salvaje de la actividad social desgarra de un golpe el velo de la ideología y hace aparecer las reales relaciones de fuerza; el Estado se muestra entonces como lo que es -la organización política de la pasividad. La ideología de un lado y la fantasía del otro revelan entonces todo su peso material. Los explotados no hacen más que descubrir una fuerza que siempre han tenido, terminando con la ilusión de que la sociedad se reproduce por sí sola o de que algún topo excave por ellos. Ellos son insurgentes contra su propio pasado de obediencia -lo que ha Estado, justamente- , contra la costumbre erigida en defensa del viejo mundo. La conjura de los insurrectos es la única ocasión en la cual la “colectividad” no es la noche que denuncia a la policía el vuelo de las luciérnagas, ni la mentira que hace de la suma de los malestares individuales un bien común, sino más bien lo negro que da a la diferencia la fuerza de la complicidad. El capital es antes que nada la comunidad de la delación, la unión que hace la debilidad de los individuos, un ser-conjunto que nos vuelve divididos. La conciencia social es una voz interior que repite: “Los otros aceptan”. La fuerza real de los explotados se levanta así contra ellos. La insurrección es el proceso que libera esta fuerza, aunándola al placer de vivir y a la autonomía; es el momento en que se piensa recíprocamente que lo mejor que se puede hacer por los otros es liberarse a sí mismos. En este sentido, ella es “un movimiento colectivo de realización individual”. La normalidad del trabajo y del “tiempo libre”, de la familia y del consumo, mata toda mala pasión por la libertad. (En este mismo momento, mientras escribimos estas líneas, estamos separados de nuestros símiles, y esta separación libera al Estado del pese de prohibirnos escribir). Sin una fractura violenta con la costumbre ningún cambio es posible. Pero la revuelta es siempre obra de minorías. Alrededor está la masa, lista para transformarse en instrumento de dominio (para el siervo que se revela, el “poder” es al mismo tiempo la fuerza del amo y la obediencia de los otros siervos) o para aceptar por inercia el cambio en acto. La más grande huelga general salvaje de la historia -la del Mayo Francés- no ha involucrado más que un quinto de la población de un único Estado. De esto no se sigue como única conclusión la de apropiarse del poder para dirigir a las masas, ni la de que es necesario presentarse como la conciencia del proletariado; sino simplemente que no existe salto alguno entre la sociedad actual y la libertad. La actitud servil y pasiva no es un asunto que se resuelve en un día o en un mes. Su contrario debe hacerse espacio y tomarse su tiempo. El trastocamiento social no es otra cosa que la condición de partida. El desprecio por la “masa” no es cualitativo, sino más bien ideológico, o sea subordinado a las representaciones dominantes. El pueblo del capital existe, ciertamente, pero no tiene contornos precisos. Es siempre de la masa anónima de donde salen, amotinándose, lo desconocido y la voluntad de vivir. Decir que somos los únicos rebeldes en un mar de sometimiento es en el fondo reconfortante, porque clausura la partida de antemano. Nosotros simplemente decimos que no sabemos quiénes son nuestros cómplices y que tenemos la necesidad de una tormenta social para descubrirlo. Hoy cada uno de nosotros decide en qué medida los otros no pueden decidir (abdicando de la posibilidad de elección propia hacemos funcionar a un mundo de autómatas). Durante la insurrección la posibilidad de elegir se extiende con las armas y con las armas hay que defenderla, porque es sobre su cadáver que nace la reacción. Por más minoritario (¿pero en base a qué punto de referencia?) que sea respecto de sus fuerzas activas, el fenómeno insurreccional puede asumir dimensiones extremadamente amplias, y es en este punto que él revela su naturaleza social. Cuanto más extendida y entusiasta es la rebelión, menos se transforma el choque militar en su criterio de medida. Con la extensión de la autoorganización armada de los explotados se revela toda la fragilidad del orden social y se afirma la certeza de que la revuelta, así como las relaciones jerárquicas y mercantiles, está en todos lados. El que piensa en la revolución como un golpe de Estado, en cambio, tiene un concepto militar del choque. Cualquier organización que se pone como vanguardia de los explotados tiende a ocultar el hecho de que el dominio es una relación social y no un simple barrio general a conquistar; de otro modo, ¿cómo justificaría su propio rol? Lo más útil que se puede hacer con las armas es volverlas lo más inútiles posibles. Pero el problema de las armas se queda en un plano abstracto si no se liga a la relación entre revolucionarios y explotados, entre organización y movimiento real. Demasiado a menudo, de cualquier manera, los revolucionarios han pretendido ser la conciencia de los explotados, representar el grado de madurez subversiva. El “movimiento social” se ha transformado así en la justificación del partido (que en la versión leninista se transforma en una élite de profesionales de la revolución). El círculo vicioso es cuanto más nos separamos de los explotados, más debemos representar una relación que falta. La subversión se reduce así a sus propias prácticas, y la representación deviene organización de un fraude ideológico -la versión burocrática de la apropiación capitalista. El movimiento revolucionario se identifica entonces con su expresión “más avanzada”, la cual realiza el concepto. La dialéctica hegeliana de la totalidad ofrece un armazón perfecto para esta construcción. Pero existe también una crítica de la separación y de la representación que justifica la espera y valoriza el rol de los críticos. Con el pretexto de no separarse del “movimiento social” se acaba por denunciar toda práctica de ataque en cuanto a “fuga hacia delante” o mera “propaganda armada”. Una vez más el revolucionario está llamando a “desvelar”, quizás en su misma inacción, las condiciones reales de los explotados. En consecuencia ninguna revuelta es posible por fuera de un movimiento social visible. El que actúa, entonces, debe necesariamente querer sustituir a los proletarios. El único patrimonio a defender llega a ser la “crítica radical”, la “lucidez revolucionaria”. La vida es miserable, y por lo tanto no se puede más que teorizar sobre la miseria. La verdad ante todo. De este modo, la separación entre subversivos y explotados no es en absoluto eliminada, sino sólo desplazada. Nosotros no somos explotados junto a otros explotados; nuestros deseos, nuestra rabia y nuestras debilidades no forman parte del antagonismo de clases. En absoluto podemos actuar cuando nos parece: tenemos una misión -aunque ciertamente no se llame así- que cumplir. Hay quien se sacrifica por el proletariado con la pasión y hay quien lo hace con la pasividad. Este mundo nos está envenenando, nos constriñe de actividades inútiles y nocivas, nos impone tener la necesidad de dinero y nos priva de relaciones apasionantes. Estamos envejeciendo entre hombre y mujeres sin sueños, extranjeros en un presente que no deja espacio a nuestros impulsos más generosos. No somos partisanos de abnegación alguna. Es simplemente que lo que esta sociedad sabe ofrecer como lo mejor (la carrera, la fama, la victoria imprevista, el “amor”), no nos interesa. El mando nos repugna tanto como la obediencia. Somos explotados como los otros y queremos terminar cuanto antes con la explotación. Para nosotros, la revuelta no necesita de otras justificaciones. Nuestra vida se nos escapa y todo discurso de clase que no parta de esto no es otra cosa que una mera mentira. No queremos dirigir ni sostener movimientos sociales, sino participar en los que existen en la medida en que reconozcamos en ellos exigencias comunes. Desde una perspectiva desmedida de liberación, no hay formas de luchas superiores. La revuelta necesita de todo, diarios y libros, armas y explosivos, reflexiones y blasfemias, venenos, puñales e incendios. El único problema interesante es cómo mezclarlos.

VIII “Es fácil golpear a un pájaro de vuelo uniforme” B. Gracian

El deseo de cambiar cuanto antes la propia vida no sólo lo comprendemos, sino que es el único criterio con el cual buscamos a nuestros cómplices. Lo mismo vale para lo que se puede llamar una necesidad de coherencia. La voluntad de vivir las propias ideas y crear la teoría a partir de la propia vida no es ciertamente la búsqueda de ejemplaridades (y de su revés paternalista y jerárquico), sino antes el rechazo de toda ideología, incluida la del placer. De quien se alegra de los espacios que alcanza a recortar -y a salvaguardar- para sí en esta sociedad, nos separa, aun antes de la reflexión, el modo mismo de palpar la existencia. Pero igualmente distante sentimos a quien querría desertar de la normalidad cotidiana para confiarse a la mitología de la clandestinidad y de la organización combatiente, o sea para encerrarse en otras jaulas. No hay ningún rol, por más legalmente riesgoso que sea, que pueda sustituir el cambio real de las relaciones. No hay atajos al alcance de la mano, no existe un salto inmediato al más allá. La revolución no es una guerra. La infausta ideología de las armas ya ha transformado, en el pasado, la necesidad de coherencia de pocos en el gregarismo de los más. Que las armas se dirijan una vez por todas contra la ideología. Quien tiene la pasión del desorden social y una visión “personal” de la lucha de clases, quiere hacer algo de inmediato. Si analiza las transformaciones del capital y del Estado, es para decidirse a atacarlo, no por cierto para irse a dormir con las ideas más claras. Si no ha introyectado las prohibiciones y las distinciones de la ley y de la moral dominante, trata de usar todos los instrumentos para determinar las reglas del propio juego. La pluma y el revólver son por igual armas para él, a diferencia del escritor y del soldado, para quienes se trata de asuntos profesionales y en definitiva de identidades mercantiles. El subversivo es subversivo aún si la pluma y el revólver, mientras posea el arma que contiene a todas las otras: la propia determinación. La “lucha armada” es una estrategia que puede ponerse al servicio de cualquier proyecto. Aun hoy la guerrilla es usada por organizaciones cuyo programa es en esencia socialdemócrata; simplemente, sostienen sus reivindicaciones con una práctica militar. La política puede hacerse también con las armas. En cualquier tratativa con el poder -o sea, en cualquier relación que lo tenga a este último como interlocutor, o incluso como enemigo- el que quiere negociar debe situarse como fuerza representativa. Representar una realidad social significa, desde esta perspectiva, reducirla a la propia organización. No se quiere, de este modo, a la lucha armada como extendida y espontánea, sino ligada a las diversas fases de las tratativas. La organización gestionará los resultados. Las relaciones entre los miembros de la organización y entre esta última y el mundo exterior reflejan en consecuencia lo que es un programa autoritario; llevan el corazón la jerarquía y la obediencia. Para quien se pone como meta la conquista violenta del poder político, el problema no es muy distinto. Se trata de hacer propaganda de la propia fuerza de vanguardia capas de dirigir el movimiento revolucionario. La “lucha armada” se presenta como la forma superior de las confrontaciones sociales. Quien es más representativo militarmente -debido al efecto espectacular de las acciones- constituye entonces el auténtico partido armado. Los procesos y los tribunales populares se presentan como la consecuente puesta en escena de quien desea sustituir al Estado. El estado, por su parte, tiene todo el interés de reducir la amenaza revolucionaria a algunas organizaciones combativas, para transformar la subversión en un encuentro entre dos ejércitos: las instituciones por un lado y el partido armado por el otro. Lo que el dominio teme es la revuelta generalizada y anónima. La imagen mediática del “terrorista” actúa junto a la policía en defensa de la paz social. El ciudadano aplaude o se asusta, pero se mantiene siempre como ciudadano, es decir como espectador. Es el maquillaje reformista de lo existente el encargado de alimentar la mitología armada, produciendo la falsa alternativa entre política legal y política clandestina. Alcanza con notar cuántos sinceros demócratas de izquierda se conmueven con la guerrilla en México o en América Latina. La pasividad necesita siempre de guías y de especialistas. Cuando se desilusiona con aquellos tradicionales, se codea con los nuevos. Una organización armada -con un programa y una sigla- específica de los revolucionarios, puede tener ciertamente características libertarias, así como la revolución social que muchos anarquistas quieren es, sin duda, también una “lucha armada”. ¿Pero alcanza? Si reconocemos la necesidad de organizar, en el devenir de la lucha insurrecta, el hecho armado; si sostenemos la posibilidad, desde ahora, de atacar las estructuras y los hombres del dominio; si consideramos decisiva, en fin, la unión horizontal entre los grupos de afinidad en las prácticas de revuelta, criticamos la perspectiva de quien presenta las acciones armadas como el real ir más allá de los límites de las luchas sociales y atribuye así a una forma de lucha un rol superior a las otras. Por otra parte, vemos en el uso de siglas y programas la creación de una identidad que separa a los revolucionarios de los demás explotados, haciéndolos al mismo tiempo visibles a los ojos del poder, o sea representable. El ataque armado, en este sentido, no es más uno de los tantos instrumentos de la propia liberación, sino una expresión que se carga de valor simbólico y que tiende a apropiarse de una rebelión anónima. La organización informal como hecho ligado a la existencia de la luchas se transforma en una estructura decisional, permanente y formalizada. Una ocasión para encontrarse en los propios proyectos se transforma en un proyecto en si mismo. La organización comienza a querer reproducirse a sí misma, exactamente como las estructuras cuantitativa reformistas. Sigue intachablemente la triste seguidilla de comunicados de reivindicación y de documentos programáticos en los cuales se alza la voz para encontrarse luego persiguiendo a una identidad que existe sólo porque ha sido declarada. Acciones de ataque del todo similares a otras simplemente anónimas parecen entonces representar quién sabe qué salto cualitativo en la práctica revolucionaria. Reaparecen los esquemas de la política y se empieza a volar de un modo uniforme. Por cierto que la necesidad de organizarse es algo que puede acompañar siempre la práctica de los subversivos, más allá de las exigencias transitorias de una lucha. Pero para organizarse hay necesidad de acuerdos vivos y concretos, no de una imagen en busca de reflectores. El secreto del juego subversivo es la capacidad de hacer pedazos los espejos deformantes y de encontrarse cara a cara con las propias desnudeces. La organización es el conjunto real de los proyectos que la hacen vivir. Todo el resto es prótesis política o no es nada. La insurrección es mucho más que una “lucha armada”, porque en ella el antagonismo generalizado es uno y el mismo con el trastocamiento del orden social. El viejo mundo es invertido en la medida en que los explotados insurgentes están todos armados. Sólo entonces las armas no son la expresión separada de alguna vanguardia, monopolio de futuros patrones y burócratas, sino antes la condición concreta de la fiesta revolucionaria, la posibilidad colectiva de extender y defender la transformación de las relaciones sociales. Fuera de la ruptura insurreccional, la práctica subversiva es aun menos la “lucha armada”, salvo por querer restringir el inmenso campo de las propias pasiones a sólo algunos instrumentos. Cuestión de alegrarse de los roles ya fijados o de buscar la coherencia en el punto más lejano: la vida. Entonces realmente en la revuelta generalizada podremos descubrir, a contraluz, una maravillosa conjura de los yoes para crear una sociedad sin jefes y sin dormidos. Una sociedad de libres y de únicos.

IX “No nos pidas la fórmula que pueda abrirte mundos,sí alguna sílaba perdida y seca como una rama.Hoy solo esto podemos decirte,Aquello que no somos, aquello que no queremos.” E. Montale

La vida no puede ser sólo algo de lo cual aferrarse. Es un pensamiento que florece en todas partes, por lo menos una vez. Tenemos una posibilidad que nos hace más libres que los dioses: la de irnos. Es una idea para saborear hasta el fondo. Nada ni nadie nos obliga a vivir. Ni siquiera la muerte. Por eso nuestra vida es una tabula rasa, una tablita que todavía no ha sido escrita y que entonces contiene todas las palabra posibles. Con una libertad similar no podemos vivir como esclavos. La esclavitud está hecha para quien está condenado a vivir, para el que está destinado a la eternidad, no para nosotros. Para nosotros está lo desconocido. Lo desconocido de ambientes en los cuales perderse, de pensamientos jamás recorridos, de garantías que saltan por el aire, de perfectos desconocidos a quienes regalar la vida. Lo desconocido de un mundo al cual poder donarle los excesos del amor de sí. El riesgo, también. El riesgo de la brutalidad y del miedo. El riesgo de verlo finalmente a la cara, el mal de vivir. Todo esta encuentra quien quiere terminar con el oficio de existir. Nuestros contemporáneos parecen vivir de oficio. Se enloquecen abarrotados por miles de obligaciones, incluida la más triste -la de divertirse-. Enmascaran la incapacidad de determinar la propia vida con detalladas y frenéticas actividades, con una velocidad que administra comportamientos cada vez más pasivos. No conocen la ligereza de lo negativo. Podemos no vivir, he aquí la más bella razón para abrirse paso con fiereza hacia la vida. “Para dar las buenas noches a los músicos siempre hay tiempo; lo mismo vale darse vuelta y jugar” -así habla al materialismo de la alegría-. Podemos no hacer, he aquí la más bella razón para actuar. Recogemos en nosotros mismos la potencia de todos los actos de los que somos capaces, y ningún amo podrá quitarnos la posibilidad del rechazo. Aquello que somos y que deseamos comienza con un no. De allí nacen las únicas razones para levantarse a la mañana. De allí nacen las únicas razones para ir armados a asaltar un orden que nos sofoca. Por un lado está lo existente, con sus costumbres y sus certezas. Y de certezas, este veneno social, se muere. Por el otro lado está la insurrección, lo desconocido que interrumpe en la vida de todos. El posible inicio de una practica exagerada de la libertad. Nota sobre un Apéndice que no existe. También la calidad de aquello por lo que se siente aversión tiene su importancia. Nos hemos enloquecido, por un cierto periodo, en buscas textos contemporáneos que ilustren con suficiente coherencia algunas tesis que excluyen la posibilidad de la ruptura insurreccional, para sumarlos a un apéndice y hacer aun más claro el contenido de este manifiesto. De modo particular, las tesis del que prefiere los pequeños pasos reformistas y aquellos de quien, autonombrándose representante privilegiado de los explotados, cree poder hacer una revuelta para unos pocos íntimos al son de fuegos artificiales y slogans mal ensamblados. Pero, después de buscar en vano, hemos renunciado. Para encontrar algún texto bien hecho, capas de hacer preguntas serias y actuales, hubiésemos tenido que retroceder veinte años atrás en el tiempo. Del presente se puede decir que es una bolsa siniestra que transforma en mierda todo lo que traga.