lunes, 22 de febrero de 2010

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La curva pornográfica: El sufrimiento sin sentido y la tecnología
Christian Ferrer

Publicado en Artefacto nº 5, 2004 http://www.revista-artefacto.com.ar/revista/nota/?p=9

Dolor
Arthur Schopenhauer podría haber condensado sus objetivos filosóficos en estas dos vigas maestras: “decir verdades implacables” y “proponer máximas curativas”. Leerlo, aún hoy, desploma la idea que nos hacemos de la existencia, y las dosis de tonicidad anímica que se destilan de sus enseñanzas no alcanzan a disolver el pesar –o el pavor– comprimido en ellas. En 1820, Schopenhauer dio a conocer un sistema de pensamiento sostenido en la convicción de que la palabra vida es un eufemismo por sufrimiento y que tal condición es inmutable e ineliminable de la existencia. El dolor puede cambiar de forma, pueden transformarse los contextos que lo estimulan, puede trastocarse la jerarquía de los problemas que se descargan sobre la humanidad, pero el eje doliente que hace rotar los paisajes y eventos que dan forma a una época, y que aguijonea al cuerpo humano, se mantiene en constante vibración. Los deseos, expectativas y
proyecciones que animan a la vida cotidiana resultan ser, a fin de cuentas,instrumentos de tortura. Quien codicia objetos, sucesos o personas saca un pasaporte a la frustración porque la lucha por conseguirlos hace padecer, y una vez acaparados no redimen el sufrimiento. Schopenhauer acepta que el cuerpo también absorbe y estimula las alegrías y los placeres, pero concluye, inflexible, que la densidad de padecimiento es siempre superior a los breves e inciertos
goces conseguidos. Y siendo la voluntad encarnada el nudo antropológico fundamental, cualquier intento de desovillarlo a través de mecanismos ajenos a esa encarnación conduce al fracaso, o incluso al agravamiento de la condición sufriente de la especie humana. Sea la intervención estatal o la adhesión a la religión o la voluntad de transformar al mundo mediante enroques políticos o la industrialización acelerada o el suicidio, ningún esfuerzo fructificará. Lo único
aconsejable, en su sistema filosófico, es desear lo menos posible, algo imposible, pues la voluntad de vivir es ciega y solo puede pujar en forma radial.

Cuando Schopenhauer publicó estas ideas descarnadas en El mundo como voluntad y como representación, la época moderna estaba aún en su infancia. El panorama al que llegaba todo recién nacido era áspero: la revolución industrial y la guerra omnipresente conformaban un juego de pinzas que ponía sitio al cuerpo y lo sometía a pruebas de desgaste. La industria farmacéutica estaba en pañales; no existía un sistema de seguros contra riesgos; no se había descubierto la
anestesia ni nada se sabía sobre las virtudes de la asepsia hospitalaria; las operaciones quirúrgicas eran poco menos que batallas campales entre cirujano y paciente; no había vacunas; tampoco sesiones psicoanalíticas; los servicios higiénicos urbanos eran el sueño de algunos reformadores públicos; en fin, la desprotección del cuerpo era inmensa y la incertidumbre vital enorme. El “tedio vital” se suma a la enumeración. La intemperie, no obstante, era más “natural” y tolerable que en su versión actual. Se dirá que era por entonces inútil imaginar un
estado de ánimo amenguado de sufrimiento, ni siquiera teniendo en cuenta las innovaciones técnicas que ya hacían retroceder los palazos que la naturaleza, el desinterés del estado y la fatalidad descargaban sobre el frágil cuerpo humano. A la vez, ahora que han pasado casi doscientos años, los voceros de época insisten en que los avances médicos y asistenciales ya pueden ser descontados de las deudas que la ciencia y la técnica tenían con el dolor colectivo. Pero las miradas arrojadas desde la barandilla de popa del progreso continúan empañadas por
prejuicios y expectativas que provienen de un futuro no verificado todavía.

Una curiosa frase de Friedrich Nietzsche, escrita sesenta años después de la publicación del libro de Schopenhauer, permite precisar la cuestión. En Genealogía de la moral se lee: “en los tiempos antiguos se sufría menos que ahora, aun cuando las condiciones de vida hayan sido más violentas y los castigos físicos más crueles”. No es una paradoja o un capricho conceptual, sino una
puntualización ontológica: una definición de la sensibilidad moderna. A la personalidad que se corresponde con los siglos XIX y XX se la podría definir como “sentimental”. Sentimental significa que durante el proceso de formación del carácter del hombre moderno no se le proporcionaron herramientas íntimas aptas para reforzar su espiritualidad ante la perspectiva de desastres existenciales o de bombardeos en profundidad a su dote psíquica. No se crearon instituciones, contextos pedagógicos o lenguajes en común destinados a sostener a la
personalidad en caso de tragedia o de vulneración subjetiva. De modo que los dilemas y problemas causados por la vida urbana, la jornada laboral o los desajustes familiares, descargados sobre el cuerpo y sobre una personalidad sentimentalizada, solo pueden ser insuficientemente “encajados” o digeridos, transformándose entonces en la nutrición del desaliento, el resentimiento o la depresión.

Espíritu y dolor, en otros tiempos, se encastraban en forma diferente. En el cosmos vital de los pueblos antiguos se permanecía en constante intimidad con el sufrimiento a la vez que la causa del mismo era identificada en un “afuera” nítidamente reconocible: invasores, poderosos, la ira de Dios. Hasta no hace demasiado tiempo, se disponía plenamente de una serie de tecnologías de la subjetividad destinadas a fortalecer el alma a fin de “pertrecharla” para el inevitable encuentro con el dolor. La disciplina de los guerreros o bien la ascética religiosa aprestaban la personalidad con el fin de que no se desorientara ni desesperara en caso de que combatiente o creyente quedaran atrapados en territorio enemigo. La forja del carácter permitía “retomar control” sobre la vida descalabrada. La resistencia espiritual luego de lo inevitable, en aquellos tiempos,
era considerada un bien. El cuerpo era el “paragolpes” del alma, pero era el alma la que encajaba el impacto, regulaba la desesperación y administraba los estragos que la experiencia del cuerpo mortificado o humillado infiltraba en el ánimo. La ascética religiosa, a su vez, aprestaba una serie de técnicas espirituales destinadas a preparar al creyente para afianzarse ante la proximidad del peligro o ante las tentaciones provocadas por el “demonio” acechan diariamente a la “carne”. Ellas promovían una cierta impasibilidad frente a las tentaciones, los infortunios o las peripecias: la “rueda de la fortuna” tanto puede favorecernos como sernos esquiva. Se trataba, entonces, de recuperar el control sobre el cuerpo “tentado”, de volver a sí mismo, en definitiva, se trata de tener “poder sobre sí”.

El síntoma subjetivo de la actualidad se revela en la voluntad de huir del dolor, que se corresponde con el temperamento adictivo de esta época. Esa fuga se vuelve desorganizada y contraproducente en tanto y en cuanto no se ha pertrechado al alma para administrar la experiencia del sufrimiento. Para que esta negligencia espiritual se hiciera posible fue necesario desactivar la amortiguación entre alma y cuerpo: el cuerpo devino un valor mercantil de primera importancia, sea como fuerza de trabajo en al ámbito laboral o como apariencia en el mundo diplomático de las relaciones interpersonales, ya sea como mercancía carnal o como disposición performativa destinada a protagonizar todo tipo de trámites sociales. Sin embargo, se carece de defensas eficaces ante el sufrimiento. El cuerpo, en vez de servir de “escudo”, recibe el impacto del dolor en todos sus poros a la vez, y la subjetividad dañada sólo puede aspirar a la ayuda que pueda ser proporcionada por asistentes tecnológicos. La mutación de significado sufrida por la palabra “confortación” hace evidente el problema. Dos siglos atrás, consolar y amparar a una persona devastada por la tragedia o acongojada por un revés de fortuna suponía que otros estuvieran formados espiritualmente para asistirla, y toda una serie de tecnologías afectivas
y espirituales obraban desde muy temprana edad a fin de dar forma al alma caritativa. Un siglo después, y en una línea de evolución que llega hasta la actualidad, la idea de “confortación” se licuó en la palabra “confort”, que se refiere menos a una actitud espiritual que a una serie de comodidades domésticas o urbanas.

La importancia del confort en la época moderna no debe ser minimizada, pues ha sido investido con la misión de resguardar a la personalidad de las inclemencias de la vida industrial y urbana, escenarios donde el sufrimiento opera como una suerte de “arma arrojadiza”, arrojada sobre cualquiera. Pues el dolor sólo culpa a uno mismo, en tanto se es incapaz de gestionar una subjetividad satisfactoria. Como la lucha por abrirse paso y acumular es la contraparte y copartícipe de la época sentimental, el refugio de la intimidad permite eludir momentáneamente
los mandatos despiadados de los procesos laborales, de la soledad, del tedio, o del pas de deux en el que hay que vender la “apariencia”. La tecnología ofrece confort a este ser asediado y le concede esparcimiento, excitación planificada y narcotización hogareña en un mundo inclemente. La costumbre y anhelo del confort asume la función que en una época anterior correspondía a las prácticas consolatorias, cuando al dolor se le ofrecía un sentido trascendental. En tanto la
modernidad supone un tipo de vida que acopla cuerpo y máquina bajo exigencias equivalentes, el tipo caracterológico de ser humano que ha sido necesario definir y construir a fin de poner en marcha la maquinaria social tecnificada debió corresponderse, a la vez y en un mismo movimiento antinómico, tanto con el temperamento sentimental como con las intensas contradicciones en que se hacía ingresar a la carne de cañón de la sociedad industrial. Pero, en su época, la esencia de la confortación no residía en nada técnico. No podía ser sustituida por
comodidades, entretenimientos, juguetes industriales o saberes científicos. Era un movimiento del ánimo, no una cápsula blindada.

El potente inicio de la industrialización del mundo no sólo hizo proliferar al vapor y la electricidad; también a millones abandonados a la buena de Dios, es decir, del Mercado. En el siglo XX, esas multitudes serían insertadas masivamente en organismos de rango estadístico: sindicatos, empresas de seguros de vida, tarjetas de crédito, jubilación garantizada por el Estado, obras sociales, vacaciones pagas; o bien serían vinculadas orgánicamente con la industria farmacéutica, con terapias intensivas que prolongan artificialmente la vida o con hipotecas bancarias que proyectan una forma del habitar. Cuando ya no se hacen diferencias estratégicas y operativas entre alma y cuerpo, solo los “acolchonadores artificiales” permiten tolerar el contacto con el dolor. Los cuerpos que experimentaron la máquina de excitación urbana se “blindaban” a
fin de eludir las experiencias vitales que pudieran generar sufrimiento. Y cuando evitarlas se revelaba imposible, los placebos y amortiguadores que la evolución científico-técnica ofrecía eran el recurso más a mano. Esa es la causa de que el confort se transformara en el espacio ideológico y práctico de comprensión de la tecnología. Operaba a modo de pase mágico. Esta idea es propia de la sensibilidad actual, para la cual la casa es un “estuche” protector de la personalidad. Como pliegue personal, la privacidad protege o acomoda a la personalidad a lo largo de la “lucha por la existencia”, y en sus dominios la tecnología se transforma en puerta de acceso al esparcimiento y en garantía de vida confortable, es decir, en “acolchonador” del sufrimiento. Los artefactos tecnológicos, especialmente los domésticos, deben ser considerados menos como aparatos funcionales que como organizadores “psicofísicos” de la existencia amenazada, como superficies somáticas que reorganizan la experiencia sensorial y psíquica.


Técnica
La asunción de que el cuerpo es la última y radical verdad de la existencia y de que la satisfacción sensorial es un imperativo y no una opción da forma a la idea actual de la felicidad. En ausencia de un ideal de bienaventuranza eterna, dos modos de conectar subjetividad y felicidad lo sustituyeron. Por un lado, la codicia y consecución de bienes. Como la energía y la dinámica del capitalismo tienden a transformar cada vez mayores cantidades de bienes en mercancías
intercambiables, también el cuerpo humano es arrastrado por la pasarela. La mercancía devino tasa de medida de las dosis de felicidad de que se dispone en un momento dado de la vida y por eso deben ser sustituibles unas por otras, accesibles a cualquiera que disponga del dinero para adquirirlas y, además, presentadas a la mirada ávida de modo que posibilite imaginar experiencias equivalentes a las de un sueño idílico. El otro modelo de felicidad concierne a los
placeres sensoriales, siempre sometidos a restricciones específicas. Las reglas de mesa, de urbanidad, de comportamiento “civilizado”, de acercamiento y distancia, de experimentación erótica, establecían fronteras e instrucciones deuso que devinieron en fuente de frustración y que por su parte colisionaban contradictoriamente con los impulsos hedonistas que el propio capitalismo fomenta.

Ahora, la demanda de mayores placeres para el cuerpo es pregnante, urgiendo necesidades, conflictos psicológicos, demandas políticos, industrias emergentes y un mayor escepticismo con respecto a la ascética “protestante”. Las ansias de felicidad ya no están lanzadas hacia un eventual progreso civilizatorio, hacia las promesas de la política –rueca ovilladora de la comunidad–, o hacia la economía personal planificada y acumulativa. La exigencia de felicidad está cronometrada por el minutero y entre sus consignas se cuentan la detención del deterioro
corporal y de la extenuación cotidiana. Se diría que se intenta invisibilizar a la muerte. Justamente, la tecnología del siglo XX tuvo como misión impedir el desplome físico y emocional de la población. Los artefactos domésticos, la mejora en el instrumental de los hospitales, el establecimiento de derechos laborales y jubilatorios por los estados benefactores, y el desarrollo de la industria del seguro personal son algunos de sus logros. Sin embargo, esos sostenes de la vida amenazada ya eran sucedáneos decididamente insuficientes hacia la década de 1960.

Como lógica consecuencia de la confianza que desde antes se había depositado en la ciencia, ahora las industrias delineadoras del cuerpo absorben la expectativa de anulación del sufrimiento. Las utopías sociales del siglo XIX se propusieron eliminar, en lo posible, el dolor. La ciencia pretendió doblegar el poder de la naturaleza sobre la vida humana. El ejemplo más habitual lo expone la consulta diaria al pronóstico del tiempo; y el más actual, la medición del grado de abertura
del agujero de ozono. También las ciencias sociales –y la política– ambicionaron reducir el sufrimiento causado por el orden laboral y la conflictividad urbana. Dos pretensiones utópicas: reducción del poder del azar; reducción del rango de la injusticia social. Ambiciones, que se abrían paso a fuerza de promesas. A medida que otras ilusiones de cura de la infelicidad de desvanecían (la política revolucionaria, el psicoanálisis, las filosofías existencialistas) las innovaciones científico-técnicas se volvían más y más esperadas, y también más “amigables”, tanto más cuando se perdió el equilibrio entre los campos de acción posibles. Un rasgo central que diferencia al siglo XX de su inmediato anterior es el desfasaje entre la técnica y la ética. La evolución de la tecnología es hoy mucho más rápida que las obras y las novedades producidas por el arte, la moral y la política. Se ha invertido la ecuación del siglo XIX. Entonces, la máquina de vapor, el tren, el telégrafo y el “Zeppelín” fueron considerados poco menos que frutos de
una inagotable cornucopia mecánica. Sin embargo, las innovaciones estéticas y políticas eran, en el siglo XIX, mucho más veloces aún. Basta recordar que entre 1830 y 1905 el realismo, el impresionismo, el puntillismo, el simbolismo y el fauvismo renovaron rápida y sucesivamente a los modos de ver. En el siglo XIX aparecen y se despliegan por Occidente el liberalismo, el sindicalismo, el antiesclavismo, el socialismo utópico, el republicanismo, el marxismo, la socialdemocracia, el nacionalismo, el anarquismo y el sufragismo feminista. El siglo XXI vive aún de la usura de los inventos políticos del siglo XIX. Pero en el siglo XX los saberes científicos y las innovaciones tecnológicas avanzaron a un paso mucho más acelerado, y la política, la ética, e incluso el arte, apenas pudieron seguir sus huellas. Por eso la experiencia del confort sigue siendo el ideograma con que se tamiza la comprensión de la tecnología, tanto en lo que se refiere a nuestra consideración de las comodidades comunicacionales como a la inteligibilidad de los alimentos genéticamente modificados. Recurriendo a una vieja idea de Trotsky, se diría que el mundo experimenta actualmente una agudización del desarrollo desigual y combinado entre moral y técnica. Una brecha tal promueve mutaciones en la imaginación. En las últimas décadas,
la imaginación tecnológica desplazó a la vez que fragmentó el vínculo entre colectividad y ciencia. La energía atómica y la conquista del espacio cedieron su privilegio a otra configuración organizada en torno a la informática y la biotecnología. Todavía hasta el final de la guerra fría la “bomba” atómica y el “cohete” lanzado al cielo eran los símbolos de época. La “llegada del hombre a la luna” consumó un trayecto largamente ambicionado y hasta las potencias regionales menores pretendían enriquecer uranio a granel. El impulso que conducía a la producción de arsenales atómicos y de vehículos espaciales se potenciaba merced a ideas encarnadas en estados poderosos y movilizaba la imaginación tecnológica mundial a favor o en contra de una de las dos mitades en que había sido repartido el planeta. Pero en 1967, por primera vez, el corazón de
una mujer fue transplantado a un hombre que sobreviviría por poco tiempo.
Veinte años después, las computadoras personales estarían esparcidas por todos los ámbitos de la acción humana. En el cruce de épocas se muestra la clausura de un tipo de imaginación motivada por la guerra y el inicio de nuevos vínculos entre cuerpo, ética y tecnología en la imaginación popular. Los transplantes de órganos y las cirugías estéticas, o bien el acceso a Internet, a diferencia de emprendimientos tan costosos y dirigidos estatalmente como la fabricación de bombas de hidrógeno o de naves espaciales son experimentados a título de
satisfacción personal. El viaje a la luna y la amenaza atómica total fueron los frutos de la Guerra Fría, del gigantismo social y de la competencia ideológica, pero el ansia actual de perfeccionamiento estético-tecnológico resulta ser un sueño banal, aunque el malestar que pretende apaciguar nada tenga de superficial.

Una costumbre bastante reciente expone el problema. Los transplantes de órganos eran, hasta hace una década, complicados en ejecución, escasos en número, y demasiadas veces fatales en sus resultados. Eran tarea de pioneros, y cada logro conseguido, poco menos que una proeza. Quienes ofrecían sus cuerpos a la ciencia ingresaban al quirófano inevitablemente concientes de su destino de rata de laboratorio, o de prototipo industrial. Fue a comienzos de los años noventa cuando nuevas generaciones de inmunodepresores permitieron alcanzar un grado mucho mayor de aceptación corporal del órgano injertado. Se había superado el problema de la “amortiguación”. Desde entonces, aumenta la cantidad de intervenciones quirúrgicas, se abre el abanico de injertos a todo tipo de órganos, la investigación científica sobre el tema humea a toda máquina, y la numerosa cantidad de casos exitosos hace que esos enroques no merezcan ya la
tipografía de primera plana. Sin embargo, la oferta de donantes de órganos es insuficiente. La mayoría de los habitantes siguen siendo sepultados tal cual llegaron al mundo. No son pocas las tradiciones religiosas que prohiben alterar, ni en vida ni en la muerte, el cuerpo. Algunas religiones son tan estrictas que un mero tatuaje impide el ascenso al reino de los cielos. Las tradiciones atávicas y los temores encarnados acerca de la extirpación de partes de un todo corporal explican el resto del bajo porcentaje de la beneficencia carnal.

Así las cosas, las listas de espera de órganos son ahora el equivalente del “pasillo de la muerte” de las cárceles norteamericanas. La coexistencia de medios técnicos que posibilitan la extensión de la vida y la escasez de órganos disponibles acentúan una paradoja. Pero el desfasaje no necesariamente conduce a la aceptación resignada. Se sabe que pudientes del primer mundo compran órganos a indigentes del tercero a fin de saltearse la lista de espera. Como las leyes sobre transplantes en los países “ricos” son rigurosas, se viaja a los países de origen del
“donante” con equipo médico incluido a fin de soslayar las molestas consecuencias de un acto ilegal y la precariedad sanitaria del subdesarrollo. Dada la posibilidad técnica de resolver un asunto de vida o muerte, la ética se vuelve una variable de ajuste. Una variable de ajuste económica. Son prácticas de las que poco se sabe aún pero a las que cabe sospechar extendidas. A su contraparte necesaria se la encuentra en la circulación de leyendas sobre el robo de órganos a
personas, particularmente niños, del tercer mundo. No es un detalle menor que las personas en listas de espera de donantes, o bien sus familiares, probablemente deseen la muerte de otro ser humano. Es entendible e inevitable que estos sentimientos afloren. Como se dice en estos casos: es humano. Errar lo es también.

La insatisfacción existencial con respecto a la imperfección corporal es el irritador que más estimula la progresión del desfasaje. Pero la pregunta por los valores deseables exige hoy analizar en qué medida se trata al cuerpo como un objeto, como “algo” sobre lo cual es lícito intervenir técnicamente. Desvanecido o deslegitimado el orden sagrado que dio sentido a animaciones y padecimientos durante siglos y, más adelante, perdida la centralidad de que disfrutaron las filosofías de la historia y de la conciencia, el sentido del sufrimiento corporal y de
la desdicha subjetiva quedó en suspenso, o mejor dicho, buscó un nuevo sostén, ya no aferrado primordialmente a la construcción o indagación de una “interioridad”. La obsesión por la belleza, el cuerpo saludable, la postergación del envejecimiento, y la aspiración fantasiosa a mantener a raya a la muerte indefinidamente, responde a causas hoy irresolubles. La sensación de futuro
incierto, las presiones culturales, y la intensa desprotección se descargan sobre el cuerpo, antes tratado como “fuerza de trabajo” y ahora obligado a dar pruebas continuas de su performatividad emocional. De allí que la metamorfosis de la cirugía reconstructiva de la piel en intervención estética exponga el desvío que va de un saber asociado al accidente laboral o a la herida de guerra hacia la sofisticación cosmética, así como la evolución que llevó del transplante de corazón y del implante del marcapasos al injerto de siliconas y el recetario de antidepresivos revele la mutación de la necesidad de sobrevivir en ansias de inserción social. Si, por un lado, la articulación entre afán de belleza y tecnología quirúrgica evidencia los temores actuales a la carne corruptible y resulta un índice analizador del desarrollo desigual de las experiencias colectivas en
cuestiones de tecnología y moral, por el otro revela la preocupante emergencia de “biomercados” y de incipientes disputas comerciales acerca de la “propiedad” del material genético. El capitalismo ya reclama, en sentido estricto, su “libra de carne”.


Pornografia
Abundan tanto que ya no sorprende el rápido despliegue y exitosa implantación de las industrias del cuerpo. La farmacopea de la felicidad, las sucesivas generaciones de antidepresivos, las mareas de pornografía y los enclaves urbanos en los que se formatea el cuerpo son reveladoras de síntomas a la vez que experiencias bienvenidas. Su profusión adquiere sentido en sociedades altamente tecnificadas que promueven el valor de intercambio del cuerpo: cumplen tareas
de amortiguación. El origen de estas industrias de la metamorfosis carnal puede ser rastreado en efectos no-previstos nutridos al rescoldo de los acontecimientos pugnantes de la década de 1960: la Guerra de Vietnam, la Revolución Cubana, las batallas por los derechos civiles de las minorías, la descolonización del África. Pero también fue época de desobediencias culturales cuya resonancia sería duradera y que harían lugar al reclamo de experimentación en temas de libertad sexual, uso del cuerpo y placer cotidiano. Una vez que los programas políticos
maximalistas de entonces se marchitaron o fueron absorbidos por agencias gubernamentales, quedó en pie, rampante y acuciante, la demanda de cambio de costumbres. El “juvenilismo” licuó a las filosofías de la historia y huir del dolor se transformó en anhelo urgente.

Una opinión corriente supone que aquellas amplitudes libertarias condujeron al actual “libertinaje” y a una obscenidad digna de emperadores romanos. Los voceros de la iglesia y de grupos conservadores peticionan por restricciones al desenfreno. Otro discurso, aparentemente contrastante pero en verdad simétrico enfatiza que el “libertinaje” es un efecto desagradable aunque disculpable causado por la ampliación de las libertades de elección, y promueve el uso
responsable de la permisividad en asuntos sexuales y equivalentes. Ambos comparten el eje alrededor del cual polemizan. El proceso puede ser invertido: como hace décadas que las costumbres se han vuelto obscenas, entonces se hace necesario un género específico que las represente. Ese género es la pornografía, y su evolución difícilmente sea comprendida si únicamente se presupone una época tolerante. La esencia de la pornografía no se evidencia tanto en el primer plano anatómico como en su promesa de felicidad perfecta. En tanto la demanda de
goce se vuelve creciente y pregnante tanto más se hacen imprescindibles las ortopedias y amortiguaciones garantizadoras de placer. Se ha pasado de la relajación selectiva de los umbrales del pudor, que en la década de 1960 estuvo condensada en grupos juveniles, bohemios o radicalizados, a una amplia porosidad que desdibuja los tabúes establecidos sobre el uso del cuerpo.

Tradicionalmente, el diferenciador social por excelencia era el dinero, a su vez reemplazo del honor estamental. En una coordenada vertical en la que eran arrojados todos los recién nacidos, la posesión o desposesión de riqueza regía el destino. Quien disponía de fortuna, pasaba por la vida pertrechado de placeres y comodidades. Quienes subsistían en la parte inferior de la coordenada sólo podían esperar, luego de una lucha intensa y de resultado incierto en el campo de batalla definido por la economía, ascender unos escalones de la pirámide. Pero en los últimos cuarenta años otra coordenada que recién comienza a desplegarse inserta a las personas en otro diferenciador social, que cruza al anterior: la coordenada que contiene valores definidos por la belleza y el cuerpo joven. Quien dispone de esos atributos y de un mínimo de audacia puede ascender socialmente con inusitada celeridad, posibilidad que antes estaba sometida a variadas
restricciones. El mundo de la prostitución de lujo podría ser considerado un laboratorio que apuntala y extiende esta coordenada. Pero quien está ubicado en el otro extremo, y mucho más si carece de otros recursos, se encuentra sometido a intensas presiones que sólo pueden agravar su malestar existencial. Pero justamente las industrias del cuerpo se dedican a compensar la posición desfavorecida de quienes están ubicados en el extremo débil de la nueva coordenada. Antidepresivo, viagra, cirugía estética, turismo sexual, diagnóstico de preimplantación seguido de anhelos de remodelación de la dote genética de quien aún no ha nacido: tales son las ofertas actuales de amortiguación del sufrimiento. Flujos de capital se encuentran con flujos libidinales sobre una mesa de disección del cuerpo.

La pornografía es un género que ha recorrido una larga marcha: de la vieja literatura “sicalíptica” destinada a ser leída en retretes a la fotografía y peep-show en blanco y negro a la revista arropada en celofán en kioscos al video alquilado o comprado por correspondencia a los canales codificados de televisión paga a los sitios gratuitos proliferantes en la red informática. La emancipación de la pornografía no fue obra de sus aficionados sino de la necesidad colectiva de
identificar un género que diera cuenta de nuevas experiencias y expectativas sensoriales. Y la esencia del género se condensa en un mensaje de felicidad compartida. Habitualmente, y si se dejan de lado algunos extremos criminales, los actores pornográficos son felices y su mensaje es que todos merecen el derecho igualitario al orgasmo y sin distinción de sexos, razas o clases sociales. Más específicamente, la pornografía puede ser englobada en un género mayor, al
cual podemos llamar “idílico”. En la tradición del idilio, el vínculo entre los enamorados, o entre un héroe popular y sus seguidores, no podía ser amenazado por ninguna peripecia. Curiosamente, la pornografía comparte esta ambición armónica con los programas infantiles, en los cuales el conflicto está prohibido, o bien con las antiguas visiones del jardín del Edén.

Sin embargo, la mayor parte de la población mundial carece de acceso a la pornografía, o bien intima con ella en dosis poco significativas, pero son interpelados de modo indirecto por ese género antes vituperado y ahora motivo de atracción. La pornografía se presenta en sociedad promoviendo una curvatura, haciendo presión sobre costumbres y expectativas sociales: sobre la dieta alimenticia, el trabajo de gimnasio, el consumo de apliques eróticos, el diseño de moda y sobre otros géneros mediáticos, en cuyos bordes proliferan decenas de industrias para un mercado emergente: del sex-shop a la cirugía estética, de la liposucción a la prostitución de lujo, del rastreo biotecnológico de los genes del placer a la selección de promotoras de mercancías, y de la autoproducción de la apariencia, bien para el orden laboral bien para animar fiestas de quinceañeras. El etcétera es largo y las molestias e inconvenientes que estas gimnasias suponen
son sobrellevadas porque se las percibe como sufrimientos dotados de sentido. Desde 1960, cuando se lanzó al mercado la píldora anticonceptiva, esas industrias han tomado al cuerpo de la mujer como campo estratégico de experimentación, y quizás como efecto del proceso ahora la curvatura pornográfica intima preferentemente con la imaginación erótica femenina. Pronto llega el momento en que el orden masculino demandará amparo a fin de eludir la calamidad subjetiva. Así como el proyecto “genoma humano” pretende alcanzar la última e infinitesimal célula del cuerpo humano, así la pornografía indaga los confines de las nervaduras del placer. En ambos casos, se promete felicidad garantizada: descubrir y anular el gen de la gordura o la calvicie; actualizar y perfeccionar el kamasutra.

Una serie de acontecimientos brotados en torno de las rebeliones subjetivas de la década de 1960 hacen confluir a las tecnologías del cuerpo con demandas acuciantes de felicidad. Placer, sufrimiento, políticas de la vida y tecnología se constituyen en las piezas de una maquina social aún no ensamblada del todo. No sólo la “libertad de cátedra” sino también la “curvatura pornográfica” y la necesidad de “acolchonamiento subjetivo” ante la intemperie del mundo
movilizan la investigación y producción de prótesis biotecnológicas. Las consecuencias de esas presiones recaen sobre distintas instituciones y costumbres. A modo de ejemplo: algunas innovaciones jurídicas de los últimos años promovidas por problemas de coexistencia en ciertos espacios se vinculan a esa presión, entre ellas las figuras jurídicas del acoso sexual en el orden laboral. El crecimiento de la casuística y regulación judicial no sólo lanza amarras hacia la
voluntad política y cultural del feminismo por evidenciar ultrajes de vieja data y por resguardar a la víctima; también hacia la promoción de una logística amortiguadora de los estragos subjetivos que la curvatura pornográfica descarga sobre “espacios cerrados”. Próximamente seremos informados de normativas regulatorias del turismo sexual europeo y norteamericano a los países del tercer mundo. Por el momento, esa práctica disfruta de los beneficios propios de los períodos de emergencia de una “industria salvaje”.

La voluntad de huir del dolor y la producción seriada de amortiguación tecnológica son clima y símbolo de los tiempos. Sólo cuando la ola se retire, el inventario de la resaca acumulada revelará si se trataba del umbral de un terreno ontológico en el cual se formatea una nueva configuración del ser humano, o si estas prevenciones han sido un ejercicio alarmista e inútil. Lo que parece
incontestable es el marchitamiento de los proyectos políticos de subjetivación de índole existencialista. La meditación moral sobre la relación entre técnica y sufrimiento sólo puede abrirse espacio en un mundo que considere que la “interioridad”, el cuidado del alma, el cultivo de la curiosidad, la forja de la conciencia y el ideal del “conócete y ayúdate a ti mismo” sean vigorizadoras de la idea colectiva de dignidad. Pero difícilmente en un mundo en donde cada persona prefiere sostenerse a base de píldoras, implantes y emparches. Son formas de
apuntalar el laberinto, más que al minotauro. Y si bien esas fórmulas y apuestas han probado ser eficaces, no dejan de estar amenazadas por el plazo fijo. Que todos soñemos con salir indemnes de nuestro paso por la existencia es comprensible. Pero al despertar de esta ilusión Arthur Schopenhauer la llamaba “dolor”.

miércoles, 10 de febrero de 2010

psicología y poder


SEMINARIO DE PSICOLOGÍA Y PODER
EL PODER: DISCIPLINAS, BIOPODER. SOCIEDAD DE NORMALIZACIÓN.



EL PODER

#El poder no se posee. El poder funciona.

#Reglas de prudencia metodológica en la consideración del poder

#El modelo de la peste.

El PANÓPTICO; VERLO TODO

#La sociedad disciplinaria.

EL PODER SOBRE LA VIDA EL BIO-PODER

#Disciplina y bio-poder: la sociedad de la normalización

MEDICALIZACIÓN, (PSICO)PATOLOGIZACIÓN.

#Del alienado al anormal.

#La extensión de la (psico)patologización.

#De la observación a la gestión de la salud.

#El saber y la demanda.

BREVE GENEALOGÍA DE LA PSICOLOGÍA.

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EL PODER.

EL PODER NO SE POSEE. EL PODER FUNCIONA. Michel Foucault.

El poder no se posee, el poder funciona. El poder no es una propiedad, no es una cosa, no se toma, no se conquista, sino que es una estrategia. No es unívoco, no siempre es igual que se ejerce siempre de la misma manera, ni tiene una continuidad, sino que es la condensación de redes estratégicas complejas, que hay que seguir al detalle (microfísica). El poder no esta localizado, sino que es un efecto de conjunto que penetra todas las manifestaciones sociales, y que genera las sociedades disciplinarias: sociedades modernas a partir del siglo XVIII.

No esta subordinado a unas estructuras económicas, sino que las relaciones de poder engloban a determinadas estructuras económicas. Pero sobre todo no actúa por represión, en contra de la visión tradicional del poder que lo muestra como una fuerza exterior que se ejerce de una manera negativa, que dice no, que prohíbe que reprime sobre un “sujeto pleno”. Sino que actúa por normalización y no se limita a la exclusión, a la prohibición, sino por el contrario produce positivamente sujetos. El Poder no se expresa ni esta prioritariamente en la ley, esa es la concepción jurídica del poder, si solo estuviera en ley seria un poder sin gran poder de sujetación. Pero sobre todo no es solo represivo en la forma de prohibición si solo actuara ahí poco poder seria.

Hay que subrayar el carácter positivo del poder, que produce discursos, saberes y verdades que penetra todas las practicas sociales y todo ello sin localizarse en un lugar estricto, esto es multiplicidad de redes de poder en constante transformación, que se conectan, interrelacionan entre las diferentes estrategias y por tanto lo que llama foucault microfísica del poder que muestran de forma reticular, en la forma de red, donde hay nudos, cristalizaciones de poder (instituciones de poder) sin caer en creer que son un mundo aparte donde solo hay funciona el poder. El poder es el nombre que se presta en una relación estratégica en una sociedad dada. No esta arriba y se ramifica (concepción teológica-feudal). Las clases sociales, la familia, etc. son puntos de condensación del poder de las redes.

La coherencia del poder no viene dada por “una especie de supersujeto diabólico” que viene dada por el ensamblaje tácticas localizadas y locales que consiguen una momentánea coherencia. Sale de la concepción malevolente y consciente y de clarividencia del poder, ya que el sujeto que se convierte en sujeto que efectúa determinadas practicas del poder, no lleva conscientemente un plan o proyecto determinado sino que utiliza los códigos (medico, psicológico, etc.) y las intenciones subjetivas("llevar la salud a la población, hacer feliz a la gente”, etc.). No hay que pensar en una perversidad, ni ser agentes de... . Si precisamente la cosa funciona, no a pesar de no saber lo que hacen dichos sujetos de poder, sino precisamente porque no lo saben. Si funciona es porque los sujetos están desprovistos de toda clarividencia de todo lo que hacen. El poder es más poderoso cuanto más sutil, imperceptible.

Se trata de un concepto relacional del poder que no puede ser entendida sin resistencia que no esta fuera, en un exterior en los márgenes, sino que decir poder es decir contrapoder y resistencia. La resistencia también se cristaliza en nudos o focos.

Se trata de conocer el cómo, los mecanismos de poder entre dos limites el derecho y los efectos de verdad que produce el poder en los diferentes ámbitos. La pregunta tradicional del seria que limites pone el derecho ante el ejercicio y las extralimitaciones de poder, es una cuestión de legitimación. Se trata de pasar de la soberanía- obediencia (ya sea del monarca o el “pueblo”) a la dominación como punto de partida. Entendiendo el derecho como un instrumento del poder, debemos intentar descubrir como funcionaliza el derecho, las relaciones que son de dominación y no solo de soberanía. Pero no solo encontraríamos el derecho-poder en las grandes leyes, sino que debemos a buscarlo en sus extremidades, en las partes más capilares, allí donde el poder penetra las practicas, son las múltiples sujeciones y sometimientos que construyen a un sujeto positivamente.

Para Foucault la cuestión se plantea que tipo de relaciones de poder produce discursos de verdad, registrando, acumulando saber-poder, en relación al enfermo, el hombre, a la felicidad al niño, etc. . Para que el sistema funcione el poder esta obligado a buscar la verdad, y recompensa a todos esos buscadores del poder (psicólogo, educadores, médicos, etc.) con un salario y un estatus social.



REGLAS DE PRUDENCIA METODOLÓGICA EN LA CONSIDERACIÓN DEL PODER

- No analizar las formas regladas y legitimadas del poder en su centro, sino tratar de agarrarlo en sus extremidades, en sus instituciones más regionales donde adopta no la forma de grandes principios jurídicos, sino de técnicas que parecen neutras o sin importancia.

- No situar en el terreno de las intenciones, de las decisiones, no preguntarse por quien detenta el poder, sino ver como se han ido constituyen do los sujetos, que instancias materiales nos están constituyendo

- No considerar al poder como algo masivo o algo que tienen algunos que utilizan sobre otros, sino que el poder circula, y funciona en las organizaciones reticulares. Sobre todo el individuo no es un átomo inmóvil, inerte sobre el que se aplica el poder. Como si el individuo estuviese pleno, completo y disfrutando, todo lo contrario el individuo es un efecto del poder a través de la constitución del sujeto categorizado y construido a su deseo.

- El análisis del poder debe hacerse de manera de abajo a arriba, rastreando las tácticas locales que luego se generalizan. Como por ejemplo los castigos y refuerzos en la escuela, el DNI, el manicomio, el examen, etc.

- Foucault dice que el poder es más y menos que una ideología, ya que tiene un peso más fuerte porque son acciones que se materializan, pero no tiene un entramado acabado, ni superplanificado, sino que es la conexión de diferentes practicas, es la puesta en circulación de aparatos de saber que se complementen.



EL MODELO DE LA PESTE Y EL MODELO DE LA LEPRA.

Foucault distingue entre dos modelos de poder, el modelo de la peste que funciona por exclusión y el modelo de ejercicio del poder basado en el control es el modelo de la lepra. Son modelos ideales que fueron ideados en siglos pasados que se han convertidos en inspiradores de nuestras sociedades.

El modelo de la peste es el modelo ideal de las sociedades disciplinarias, del dispositivo de poder disciplinario, donde el espacio esta recortado, cerrado, continuamente vigilado y controlado. Los lugares son asignados funcionalmente. En él que los individuos están insertados en lugar fijo donde se controlan los menores movimientos. Donde hay un trabajo ininterrumpido de registro de escritura. Todo se registra y todo se conserva en archivos. El modelo de la peste es el sueño de la razón disciplinaria, la ciudad ideal de la razón disciplinaria sería una ciudad apestada. Aunque no hace falta decir que para aplicar el modelo de la peste no hace falta que la ciudad este apestada. Este modelo es sencillamente el orden, el ordenamiento que prescribe a cada uno su lugar, el lugar de la mujer, del loco, del estudiante, etc. Donde se prescribe cada cual su lugar pero donde se prescribe a cada cual su bien, cual es el que cada uno le corresponde, y cual es el camino para conseguirlo.

Contra la peste como metáfora de mezcla, de la indiferenciación, donde todo se contagia se mezcla, se borran los limites tan minuciosamente diseñados, el poder disciplinario de la ciudad apestada como análisis en su sentido original; etiquetación, separación, identificación, diferenciación. Este modelo de la peste característico de la sociedad disciplinaria se opone en principio al modelo de la lepra. El modelo de la lepra viene del tratamiento estigmatizador y de exclusión y expulsión que se tenia en la edad media con los leprosos. Al leproso se le marcar y se lo expulsa a las afueras para que allí de pudra. Lo que hace este modelo de la lepra es dividir de manera binaria (leprosos y no leprosos). Este modelo divide binariamente al contrario que el de la peste que se apoya en múltiples e individualizantes estrategias, es decir una organización profunda de la vigilancia y de los controles, el poder se ramifica y se ejerce de una manera continuada y que individualiza. Los apestados están en una red meticulosa, individualizada, controlada y vigilada. Al leproso se le rechaza extra muros de la ciudad dejando de ser individuo deja de ser ciudadano y es una masa amorfa.

El modelo de la lepra sueña con una comunidad pura, de fondo casi religioso donde no exista el mal, la pureza de la comunidad.

En la cuidad que funciona el modelo de la peste, toda la cuidad esta atravesada de jerarquía, de vigilancia de registro, es el sueño de una sociedad disciplinada, la utopía de la cuidad perfectamente gobernada donde todo fuera visible, controlable, transparente y que estuviera expuesta a la mirada.

Es estos modelos en la practica no son incompatibles, sino todo lo contrario. Son superponibles y combinables. Lo que a partir del siglo XVI lo que se hará aplicar al espacio de exclusión, al espacio de la lepra, a los márgenes donde se encierra al leproso o al mendigo o al loco, es decir a todo aquel que este estigmatizado. Aplicar a ese espacio de exclusión las técnicas de poder propias del modelo disciplinario. Exclusión si, división binaria si pero estos espacios de exclusión se tintan por la utilización de las técnicas de control, vigilancia, y registro que intentan individualizar a los excluidos, ya sean locos o encarcelados etc. Pero también se da de forma inversa utilizar los procedimientos de individualización, propios de proceso disciplinario, que hace de cada uno un caso, que individualiza para marcar la exclusión para poder excluir. El hospital, el manicomio, la escuela, el correccional, la prisión funcionan con la doble lógica, una que divide en dos grupos normal-anormal, loco –cuerdo, enfermo -sano y la lógica individualizante diferencial que se trata de saber quien es, como vigilarlo, cuál es su bien, como reconocerlo, donde proviene, que plan hay de vida ponerla, como hay que curarlo, etc.





EL PANOPTICO: VERLO TODO. LA SOCIEDAD DISCIPLINARIA

El panóptico es un invento de Bentham que tiene como objetivo intentar crear un medio que sirve para hacerse dueño de todo lo que puede suceder a un cierto numero de hombres, de modo que se consiga disponer todo de ello y se pudiera producir el control de todas sus acciones, conexiones y de todas las circunstancias de la vida, sin que nada pudiera contrariar el efecto que de pretende. No se puede dudar, dice Bentham, que un instrumento de estas características seria un instrumento que los gobiernos podrían aplicar a lo que les interesara. Pues esto es lo que ha inventado Bentham y no es mas que una estructura arquitectónica, con una torre central con vigilantes que lo ven todo, que pude ser tanto una cárcel, una fabrica o una escuela. Pero lo más interesante es el panóptico que resume como idea que se materializa en las sociedades disciplinarias y que es la composición que combina la disciplina y la vigilancia, el control de la visibilidad, donde todo esta expuesto a la mirada. Esta visibilidad del guardián de la torre se queda en nada comparada con la omnivisibilidad que están consiguiendo las ciencias humanas. Frente a la mirada del clínico la mirada del guardián central de la torre, sé que bastante corta, ya termina en lo que sus ojos le ponen delante y nada más. Pero el panóptico responde a un deseo de toda visibilidad, ideal de transparencia donde no se oculta nada, se ve todo y de la manera más económico en todos los puntos de vista. Desde esta óptica podemos entender a las sociedades modernas como sociedades panópticas, en el sentido de que ponen por delante la visibilidad, es decir cada cual es visto, pero no ve. Lo característico del panóptico es que el loco, el niño, el trabajador, el enfermo la mirada del poder se ejerce continuamente sobre él, Se convierten solo en objetos de información, pero nunca sujetos de comunicación. Son objetos que dirigiendo pertinentemente la mirada hacia él, produce información. El panóptico es garantía de orden ya que evita allí donde se extiende la rebelión, ya que se es controlado, por lo que en la cárcel no hay manera de fuga, en la escuela no hay posibilidad de copia o jaleo, no hay contagio en el hospital, ni distracción y relación en el taller manufacturero. Pero su fundamental aportación es que induce el “detenido” la generalización de un estado permanente de visibilidad – donde se es visto pero no se ve- que garantiza automáticamente el orden, es una interiorización del miedo y el control. Aunque realmente no sé este siendo observado. Lo que la tratan las sociedades panópticas intentan es de garantizar el orden de la manera más económica posible, y de la manera segura, aunque la vigilancia sea discontinua el efecto es permanente y se generaliza incluso cuando no se esta ejerciendo el poder. Siendo esa vigilancia, además con el fin de proteger la seguridad ciudadana. El poder panóptico- el que intenta penetrarlo todo, verlo todo- es tan perfecto que se hace innecesario su ejercicio continuo, no necesitamos ningún capataz que nos este pegando para que obedezcamos. El poder a partir de aquí es invisible e inverificable. Aquí es donde se va produciendo la gran disociación profunda entre el ver y ser visto, que esta al servicio de la dominación, del lado del poder se ve pero nunca se es visto, del lado de los dominados siempre se es visto, sin ver jamás. Por tanto el poder se convierte en una maquina, se automatiza y se individualiza, ya que no importa quien esta en la torre del panóptico, ni tampoco importa cuales sean sus intenciones o motivos, lo importante es el régimen de visibilidad. Es lo mismo que sea un sádico que le gusta hacer sufrir, vigilar y castigar, que sea un filántropo que quiera el bien de la humanidad a través del conocimiento, etc. Todo cumplen la función de la generación del principio panóptico, produciendo efectos homogéneos de poder. Es una máquina que genera saber, tanto para enseñar a leer con técnicas pedagógicas o formas de curación por medicamentos tras la creación de situaciones experimentales, controlables y comparables. Es un gran edifico de poder de vigilancia y que al mismo tiempo un laboratorio donde se gesta un saber. Pero lo que nos interesa el panópticos no como edificios construidos, sino como diagrama ideal, como representación imaginaria de todo un mecanismo de poder, de una tecnología política propias de las sociedades disciplinarias sobre el modelo de la peste. Es un esquema que lo que hace es distribuir a los cuerpos en un espacio, diferenciar a los individuos y organizar los canales y los instrumentos de poder. Es un sistema muy económico ,efectivo, y que tiene una gran importancia. Transformador en el orden político, ya que algo tan simple que produce y consigue casi una total optimización del control. Además es polivalente ya que se puede aplicar tanto para aumentar la producción, modificar conductas, de reformar la moral, aliviar las cargas publicas, preservar la salud, difundir la instrucción, aumentar la capacidad productiva en todos los ámbitos. Este es el modelo que se ha difundido en el cuerpo social. Este modelo (panóptico) programa el funcionamiento básico de la sociedad atravesada y penetrada de mecanismos disciplinarios. Frente al castigo o la tortura de la época clásica, la tecnología disciplinaria es el resultado de varios procesos. La inversión funcional de las disciplinas, ya que el castigo en la edad clásica se castiga de una manera negativa, en el caso de las disciplinas lo que hace es una acción positiva (hacen algo), aumentando la productividad del individuo, haciéndolos dóciles, obedientes, cuanto más útiles, no se trata de impedir sino construir a cada uno de los sujetos. Se trata de aumentar la rentabilidad del individuo en el trabajo, en el espacio de ocio, y por generalización en la cama con los modelos de capital relacional que tenemos cada uno que explotar. Frente al castigo, la prohibición, la limitación, medieval, proliferan las técnicas a las que llamaremos disciplinarias para fabricar individuos útiles. Otra característica es la conjunción de mecanismos disciplinarios, la transferibilidad de estos mecanismos que pasan de unos ámbitos a otros. La necesidad de extender la vigilancia y el control desde instituciones hacia fuera de ella, a otros ámbitos como de la escuela a los padres o de los pacientes de un hospital a la población.

Las disciplinas no deben identificarse con una institución o un aparato, sino un tipo del poder una física del poder, una modalidad en el ejercicio del poder, una tecnología de poder. Por tanto una sociedad disciplinaria no es una sociedad con cien aparatos de poder, sino una sociedad lanzada a una generalización del principio panóptico, que todo se pueda ver, que todo sea visible, donde se sepa todo. Además sea tanto más visible cuanto más dominado, es decir se vigila, se genera mas saber sobre el niño, el loco, la mujer, etc. Una sociedad disciplinaria no es una “que ande con el látigo en la mano”, mal van las disciplinas si la el látigo es la solución. La gran excusa con la que justifica todo esto es por la seguridad pero sobre todo por su propio bien (“ la sociedad somos todos”, por el bien ciudadano, etc.) .El control ejercido desde la (sobre)protección.

La vigilancia llega a los cuerpos con el perfil psicológico, los tests el caso medico, la higiene, la dieta, etc. Pero sobretodo no es que el individuo de nuestras sociedades este “con plena autonomía y esencia” y llegue el “coco”, el poder y lo mutile o castre. Lo que sucede más bien que minúsculas invenciones técnicas, tácticas y estrategias disciplinarias del poder nos construyen, la identidad, todo lo que somos. Gracias de las invenciones técnicas han logrado que aumente de las fuerzas útiles y a la vez que disminuya el poder necesario para lograrlo. Lo que quiere decir, con el menor gasto reducir la fuerza política del cuerpo, como una sujetación que imposibilite generar contrapoder para enfrentarse a otros poderes.

En la sociedad actual la nueva mecánica del poder se apoya más en los cuerpos y sobre lo que estos hacen, más que sobre la tierra y lo que se extrae de ella, como era el caso de la sociedad feudal. De los cuerpos se extrae mas que riqueza y bienes, se toma tiempo y trabajo. El poder se ejerce por la vigilancia y no por la forma discontinua como se hacia en la edad media por glebas o impuestos, cuando llegaban los emisarios del monarca o el señor de vez en cuando.

Más que un soberano el poder disciplinario es una cuadricularon muy compacta de coacciones materiales, donde no se trata de agotar las fuerzas, sino de hacerlas en todos los campos más rentables. Ese tipo de poder, el poder disciplinario, es el gran invento de la sociedad burguesa, ha sido un instrumento fundamental en la constitución-articulación del capitalismo. Podemos entonces definir entre un derecho de muerte y un poder sobre la vida; el derecho de muerte está ligado a la monarquía absoluta o más globalmente a la soberanía de carácter medieval y luego de carácter absolutista, el soberano dispone de la vida de sus súbditos, por lo tanto mientras duró la sociedad feudal, la problemática de la soberanía cubría la mecánica general del poder. ¿Cuáles son los límites de soberano?, ¿Hasta qué punto tiene el soberano poder sobre la vida de sus súbditos?.



EL PODER SOBRE LA VIDA: EL BIOPODER

Lo que caracteriza a nuestras sociedades es el poder sobre la vida, lo que Foucault llama el biopoder. El soberano, aunque ahora sea el pueblo, sigue teniendo el derecho de mandar a sus ciudadanos a morir en la guerra, pero no en defensa de los intereses patrimoniales del soberano, sino para mantener un equilibrio de fuerza en beneficio de todos. El armamento es la salvaguarda de la seguridad, y esa amenaza exterior, contra la que hay que precaverse mediante el armamento y eventualmente mediante una guerra, respalda lo necesario del poder. Se trata de mantenerse a cubierto de eventualidades que vienen de fuera, para que en el interior el poder se siga ejerciendo de una manera necesaria. Y ese poder, es un poder positivo, un poder que no es de exclusión y prohibición, porque administra, regula y multiplica la vida. Eso es el biopoder desarrollado a partir del S. XVlll, y llevado a su máxima actualmente, bajo dos formas fundamentales: el cuerpo máquina y el cuerpo especie. El cuerpo máquina, cuerpo individual, considerado como fuente de fuerza de trabajo, es a lo que me he referido antes con el poder disciplinario, que se ejerce sobre el cuerpo individual y sobre el cuerpo como máquina, cuerpo que hay que educar aprovechando al máximo sus potencialidades. Esto dará, lo que llama Foucault, una anatomía política del cuerpo humano. Pero al lado de este cuerpo máquina, hay un cuerpo especie, que es el cuerpo como objeto de estudio (estudios sobre natalidad, mortalidad,...), el cuerpo no como máquina rentable, sino el cuerpo como cuerpo viviente. Los mecanismos de la vida (natalidad, procreación, muerte, salud...), llegan a hacerse objeto de cálculos y previsiones. Entonces aparece algo nuevo, la biopolítica. La exterioridad de una ley represiva a un poder normativo que está inscrito en los aparatos médico-administrativos. De lo que se trata es de regular la vida, un adiestramiento en la obediencia sin tener que recurrir a la exclusión o a la tortura. El cuerpo ya no es un resto (del alma), sino que es positivado desde la medicina en general o desde la sexología. Estamos ante uno de los fenómenos fundamentales del S. XIX, y que se prolonga y llega a su culminación en el siglo actual, que es que el poder se hace cargo de la vida, es una estatalización de lo biológico. Pero no es que el biopoder cancele el derecho de muerte (al igual que el modelo de la peste no excluye al modelo de la lepra), sino que lo modifica, es un poder de hacer vivir (regular la vida) y de dejar morir.

El biopoder conlleva dos novedades, la primera es que la clásica teoría del derecho sólo funcionaba en base a dos elementos: El individuo y la sociedad. Las disciplinas solamente trataban al individuo, mientras que el biopoder trabaja con el concepto de población, la población como problema político y científico. En segundo lugar que los fenómenos considerados (morbilidad, calidad de vida,...), son colectivos, solamente son pertinentes a nivel de masas, con efectos económicos y políticos sólo en masa considerados. Con el biopoder hay una consecuencia, y es una progresiva descalificación de la muerte, cada vez hay menos derecho a hacer morir, y más a hacer vivir. En el momento que el poder es cada vez más el derecho a intervenir sobre la manera de vivir, la muerte es el final del poder, es el exterior. Sobre la muerte el biopoder no tiene nada que hacer, el poder domina no sobre la muerte sino sobre la mortalidad, es decir, sobre la gestión de la vida y la mayor o menor probabilidad de que se muera, pero no sobre la muerte misma, por ello la muerte se delega a lo más privado. Otra consecuencia del biopoder es la importancia de la sexualidad, puesto que en su campo se cruzan las disciplinas y el biopoder. Se cruzan las disciplinas (vigilancia, control, individualización,...) con el biopoder ejercido sobre la población para regular la procreación, control de natalidad, aborto. , es decir, que es un campo privilegiado porque se cruzan las técnicas de biopoder ejercidas en masa sobre la población y las técnicas disciplinarias ejercidas de manera individualizada e individualizante sobre el cuerpo de cada uno entendido como máquina. La medicina , psicología, psiquiatría en todo esto ocupa un lugar central, porque es un saber que vincula la acción científica y la técnica política de la intervención tanto sobre el cuerpo como sobre la población. Sobre el cuerpo individualmente considerado historial clínico, pero al mismo tiempo también intervención masiva sobre la población. Es un poder-saber, para Foucault la otra cara del poder es el saber, que actúa sobre ambos, el cuerpo individual y el cuerpo social, y por tanto tiene efectos disciplinarios sobre cada cuerpo individual como efectos de regulación sobre las poblaciones consideradas globalmente.



EL BIOPODER Y LA DISCIPLINA :LA SOCIEDAD DE LA NORMALIZACION

El concepto clave de esta sociedad es que sobre una base disciplinaria y sin anular esta base disciplinaria va a elevar todo un biopoder ejercido sobre el cuerpo en tanto viviente sobre la población, lo más importante será el de norma, la norma es lo que puede aplicarse tanto al cuerpo a disciplinar como a la población a regular. Y nuestra sociedad es una sociedad de normalización, no es sólo una sociedad en la que se hubiera procedido a una generalización de las disciplinas, sino una sociedad donde se entrecruzan la norma disciplinaria (normativa) la norma aplicada al individuo como cuerpo máquina rentable, y la norma reguladora, la norma que regula los procesos de vida en el interior da las poblaciones(mayorías). Se trata de un poder normalizador que ha tomado a su cargo el cuerpo y la vida, con un discurso específico que no es el del derecho, es un discurso de la norma con el código de la normalización (no el de la ley), con un horizonte teórico que es el de las CC Humanas (no el de las CC Jurídicas), y con su jurisprudencia que es el del saber clínico. Es una sociedad de normalización que está en choque cada vez más fuerte con los sistemas jurídicos de la soberanía (por ej: la carta de derechos y deberes de los alumnos está expresado en términos de soberanía, cuando en realidad no es mas que un sistema de normas disciplinarias, esto es, aquello que corresponde al ámbito de lo normativo, de la regulación, de un saber previo que es un saber gestado en los centros de enseñanza, todo esto aparece con el vocabulario jurídico de derechos y deberes, entonces hay un choque entre un lenguaje jurídico de soberanía que no es aplicable a un registro que funciona con otras nociones, nociones médico, psi, clínicas).







LA MEDICALIZACIÓN Y LA (PSICO)PATOLOGIZACIÓN.

Otras cuestiones conexas al biopoder son, por una parte, el paso que hemos dado en muy poco tiempo desde la 2ª Guerra Mundial hasta aquí, del derecho a la salud al imperativo de salud, a la obligatoriedad moral de estar sano, joven, guapo,..., con lo que llega a una especie de demanda absoluta e infinita (de la salud absoluta como bien máximo) a un sistema sanitario que es por definición finita, esto crea una problemática.

Otra cuestión conexa es el de la progresiva medicalización (patologización). El que vivamos en sociedades de normalización lleva a una medicalización. Esto quiere decir que cualquier problemática social, cualquier diferencia, es enunciada en términos médicos, en términos de patología (los psi inventan nuevas patologías que poder curar). Asistimos a una patologización absoluta, reducido a una psicopatologización; y esto es a lo que nos dedicaremos a continuación, haciendo una genealogía por una parte de la medicina mental, que no es eterna (no siempre han existido el enfermo mental y el médico), en paralelo con la genealogía del anormal, que tampoco es eterna, para ver como ha ido progresando esa extensión de la psicopatologización, y cual es el encargo de la Psicología (médico, psi) en esta sociedad de normalización.

DEL ALIENADO AL ANORMAL

Vamos a empezar por esa doble genealogía del anormal y el nacimiento de la medicina mental. No es casual entre el acabamiento de la gran Filosofía Clásica y la aparición de la medicina mental. El enfermo mental no ha existido siempre, del mismo modo que no ha existido siempre el médico encargado de curar esa enfermedad mental. ¿Locos?, quizás han existido siempre, pero antes del S. XVIII la locura no era considerada una enfermedad, sino una forma de error, de estar equivocado, y los locos no eran obligatoriamente internados. El loco se entregaba a sus quimeras, pero estas quimeras eran como otras tantas ilusiones (por ej. el enamorado idealiza a su pareja). Al loco se le intentaba hacer salir de sus errores, pero mediante el contacto con la naturaleza, el teatro,... Pero a principios del S. XIX tiene lugar dos grandes rupturas, por una parte el loco es obligatoriamente internado en un lugar de reclusión exclusivo para los locos, un asilo de alienados. La segunda ruptura es que la locura ya no se percibe como error del juicio, sino en relación a la conducta normal (perturbación del actuar, querer, decidir). Hay un cambio del eje verdad-error-conciencia (conciencia de una realidad que se percibe erróneamente), al eje de la voluntad-pasión-libertad. De ello que el manicomio sea ante todo permitir descubrir cual es la verdad de la enfermedad mental, y para ello hay que aislarla de todo lo que la puede ocultar o potenciar, esto es, separarla del resto de la vida para que este resto no la contamine, para crear una situación ideal en la que se pueda aislar la verdad de la locura. Pero además el asilo de alienados permite confrontar dos voluntades, la voluntad enferma, desordenada, pervertida, con la voluntad ordenada y recta del médico. Esquirol (uno de los primeros alienistas), dice: “Hay que subyugar el carácter entero de los enfermos, vencer sus pretensiones, domar sus arrebatos, romper su orgullo”. En esta cita no hay nada que remita al juicio erróneo del loco, sino que se habla de carácter, de pretensiones, de arrebatos, de orgullo, esto es, estamos en el eje inmoral, el eje de la voluntad torcida, la voluntad desordenada, y no en el eje del error. El hospital, por lo tanto, será un lugar de clasificación de las especies de la locura, pero también es un lugar de doma de una voluntad por otra. El gran médico alienista es aquel que no solamente sabe la verdad de la locura, sino que también es el que es capaz de someterla, el dueño de la locura. Entonces, ¿cómo es posible que esa forma de dominación sea legítima? ; lo es porque está recubierta de un saber, por el conocimiento científico que pretende compartir con el químico o con el biólogo. Es el predominio de la medicina mental organicista, que desde principios del S. XIX es el gran foco de atracción para la medicina mental. Desde que toda alteración psíquica se reduce a una enfermedad puramente orgánica, la legitimación es absoluta, porque la legitimación que quiere la medicina actual plenamente asentada, por fin será compartida con la medicina mental. Por ejemplo, si actualmente el cóctel farmacológico es legítimo, es porque están sobre la base de que actúan sobre una enfermedad, y que esta enfermedad está definida por los mismos parámetros que la enfermedad orgánica. Entonces la legitimación que tiene la medicina se transmite a la medicina mental.

Tanto la figura del enfermo mental, como la de su médico alienista (luego psiquiatra), son muy recientes, al igual que la figura del anormal. El anormal aparece esporádicamente en el S. XVIII, pero es a finales del S. XIX cuando cuaja definitivamente.

Foucault ha rastreado los gérmenes que están en acción en esta figura del anormal (aunque esta figura es muy reciente, no ha aparecido de la noche a la mañana). La figura del anormal se gesta con la fusión de tres figuras previas:

1ª- El monstruo. Noción de origen jurídico, que se remonta a la Edad Media. Se extendió de la ley social (monstruo como aquel que causa problemas a las leyes sociales) a la ley natural (monstruo como aquel que es mitad hombre y mitad animal, o más tarde el hermafrodita). Lo que preocupa del monstruo es la conmoción que provoca en el ámbito jurídico (leyes matrimoniales, bautismo, leyes sucesorias,... ¿con quién tiene que casarse un hermafrodita?). Esa preocupación pronto se extiende a la ley natural. En la figura moderna del anormal hay algo del monstruo, en el sentido en que sigue siendo una excepción de la naturaleza, alguien que contraviene las normas naturales, y/o una infracción del derecho. Se entremezcla lo que es biológico natural y lo que es jurídico social. Actualmente hay una herencia de esta figura, ya que seguimos hablando en términos de monstruosidades, y seguimos calificando a determinados actos de monstruosos. Cuando un juez pregunta si un individuo es peligroso se están saliendo del ámbito jurídico, y se está uniendo implícitamente dos términos completamente distintos, el de la infracción a la ley y enfermedad, es decir, se están mezclando los dos ámbitos, el de la monstruosidad natural y lo estrictamente jurídico, con lo que se está retomando el equívoco del monstruo medieval.

2ª- El individuo a corregir. Es coetáneo de la sociedad disciplinaria (sobretodo S. XVIII), y aplicado a los colegios, el ejército, las familias,... Ese poder disciplinario dirigido al cuerpo máquina, implica que hay individuos que no se dejan fácilmente disciplinar, que se resisten a ser educados, corregidos. Son los incorregibles, con el nacimiento de las instituciones de corrección.

3ª- El onanista. Niño o adolescente masturbador, que ocupa un lugar central a partir del S XVIII, y solamente explicable por la nueva posición que ocupa el niño en la familia, y por la importancia concebida a partir de ahora al cuerpo y a la salud. El onanismo antes también preocupaba, pero era cosa de la pastoral cristiana, del onanismo como pecado. Mientras que aquí no se trata del onanismo como pecado, sino de la preocupación por parte de ese biopoder, de esa regulación de la salud de las poblaciones, es decir, con una importancia política y no ya en el registro del pecado. Esto es lo novedoso a partir del S. XVIII, que el onanismo se convierte en objeto del biopoder, con campañas dirigidas a los niños y adolescentes de las familias ricas (y también a los padres como culpables). Esa es otra distinción de Foucault respecto de un marxismo tradicional, que ha considerado que el poder se ejerce más sobre las clases dominadas, cuando en realidad ciertas formas de poder se ejercen más sobre las clases dominantes. Se empieza a perfilar una nueva relación padres/hijos:

§ Intensificación de las relaciones padres/hijos, movimiento centrípeto de las familias.

§ Reinversión de las obligaciones: ahora son los padres los cargados de obligaciones hacia los hijos.

§ La salud como ley fundamental de las familias.

§ Distribución de la familia en torno al cuerpo infantil.

§ Organización de una relación física inmediata, de cuerpo a cuerpo, entre padres e hijos (nudo de deseo y poder).

§ Control médico exterior, que reglamenta tales relaciones.

Así se ha formado nuestra pequeña familia actual. La preocupación por la sexualidad infantil, por el onanismo, fue uno de los procedimientos para construir ese nuevo dispositivo de familia nuclear restringida volcada sobre el cuerpo infantil.

En resumen, el anormal es una figura nueva, pero no sale de la nada sino que proviene de una especie de fusión entre la excepción jurídico natural del monstruo, el incorregible del correccional, y el niño onanista o perverso.



LA EXTENSIÓN DE LA PSICOPATOLOGIZACION

Vamos ahora a conectar el nacimiento de la medicina mental al que nos hemos referido antes, con lo que es nuestro hoy. Primero veremos ese consumo generalizado de mercancías, bienes, servicios psi, hasta llegar a la existencia de terapias para los que presuntamente no necesitan terapia, porque en función del juego normal-anormal, son los precisamente normales (terapia para normales). En cuanto al consumo generalizado de mercancías psi, ya he dicho que la medicina mental al nacer como alienismo, separó al loco de otras categorías en las que al principio estaba junto. El loco formaba parte de ese lote de deshecho, que se encerraba indiferenciadamente del hospital general, vagabundos, criminales, pobres,... Lo que hizo la medicina mental fue separar al loco de esas categorías y adjudicarle un espacio, una terminología y un código propio. Al parecer, dando un salto de casi dos siglos, estamos ahora en el camino de vuelta, pero no porque el loco vuelva a confundirse con todos los demás, sino que estamos en el punto en el que el enfermo lo es no solamente el loco, sino también lo es desde el niño con problemas de aprendizaje, como el homosexual, tanto el violador como el impotente; o dicho de otra manera, después de haber separado cuidadosamente los reinos profesionales, el loco para el médico alienista y el delincuente para el policía o el juez, los psi se los anexiona. Ese avance imparable ha seguido las siguientes líneas de difusión:

Una 1ª línea es lo que se puede llamar la psiquiatrización de la diferencia, por esto se estaban fuera de la jurisdicción de los psi (delincuentes, psicópatas, toxicómanos, alcohólicos, retrasados escolares,...). Es la lectura de cualquier desviación en términos de psicopatologización.

Una 2ª línea ha sido la prevención. Ha ocupado un lugar preferente la infancia como lugar en donde prevenir el conflicto.

La 3ª línea es la generalización mercantil del consumo de mercancías y servicios psi. Esto es, no ya el lugar de tratamiento de la locura que es el manicomio, que está absolutamente desprestigiado, sino esa proliferación de terapias (terapia familiar, consejo sexológico, la modificación de conducta, la bioenergía, el análisis transaccional, el psicoanálisis,...), es decir, la riqueza del mercado con toda la segmentación que corresponde a un mercado que se precie.

Vamos a ampliar un poco cada línea:

En primer lugar la psiquiatrización de la diferencia, hace que poblaciones que no eran competencia del ámbito psi, poco a poco han sido incorporadas al ámbito psi. Vamos a señalar solamente las primeras figuras en ser anexionadas. La figura del delincuente, que en principio es una figura del ámbito penal, y la figura del alcohólico seguida muy de cerca por la figura del toxicómano. Se puede añadir también la figura de los trastornos alimentarios.

El delincuente tiene una" carrera" en donde se enfrenta con tres grandes aparatos: la policía, la justicia y la cárcel. Cada uno de esos tres aparatos pesados, se encuentran hoy medicalizado, psicologizado. Por ejemplo Psicólogos, Sociólogos y Psiquiatras han colaborado tanto para mejorar las relaciones entre la policía y la comunidad, como para el reciclaje de los agentes policiales. En 2º lugar, la utilización policial de diversas técnicas psi, y en último lugar la colaboración sobre el terreno entre los policías y los asistentes sociales. El psicólogo ha ayudado a la policía a lavar su imagen, a desterrar la imagen del policía brutal, franquista y/o racista.

En cuanto el sistema judicial, lo que se ha impuesto es el tratamiento individualizado del delincuente, sobre todo del delincuente juvenil. El acento se desplaza del delito cometido al control de la conducta cotidiana, de los motivos del sujeto, de la reputación que tiene, de tal manera que aún cuando no hay delito, hay otras actividades que no son delictivas (vagabundeo, promiscuidad sexual, ebriedad,...), pero que se convierten en sospechosas. Entonces el juez se convierte en médico, consejero, educador, sin dejar de ser juez, y además nace una nueva categoría que no deja de ser desde el ámbito jurídico una monstruosidad, que es la de predelincuente, ya que desde el punto de vista jurídico el predelincuente no existe, se ha delinquido o no se ha delinquido. Sin embargo mediante esta psicologización, psicopatologización, disciplinarización, individualización del caso que lo hace no ya sospechoso de que alguna vez será sospechoso de un delito, sino que es predelincente (no importa si estuvo donde se robó, sino si sufrió un edipo fuerte, su padre es drogadicto...), no ha delinquido pero todos esperamos fervientemente que lo haga, y efectivamente lo hará.

El correccional se convierte en centro de acogida, al mismo tiempo se aplican al delincuente categorías psi o una psiquiatrización del delito (delincuente anormal, psicópata sexual,...).

Por último dentro de la justicia, la sustitución de la sentencia por la llamada sentencia indeterminada, esto es, en un ámbito estrictamente penal se supone que a cada delito le corresponde una pena, según este nuevo sistema la sentencia queda en suspenso, el juez no sentencia, sino que el delincuente anormal, psicópata, enfermo,..., es internado en unas instituciones especiales que son mixtas, de lugar de encierro, y de lugar terapéutico, y donde solamente se le soltará hasta que se modifique la conducta patológica que se le achaca. Esto tiene grandes consecuencias, como que nunca se sabe cuando va a terminar esa condena, y sobretodo que la condena se tiñe de tratamiento.

En la cárcel hay una asimilación cada vez más del preso al enfermo, se hace desde terapia de grupo ha meditación trascendental, sin que esté ausente la psicocirugía, se hace sobretodo modificación de conducta (maquilla el castigo como refuerzo negativo, la celda de castigo es terapia de aislamiento).

En la figura del toxicómano solo decir que la droga se construye, que en los años 20 había tantos o más toxicómanos que hoy, solamente que no lo eran porque la heroína, la morfina y la cocaína no estaban definidas como drogas. La definición de un producto como droga es una definición social y coincide en el tiempo con su represión, una represión que oscila entre un polo médico y un polo penal. Podemos definirnos en uno de los dos polos, aplicar directamente la ley, o mezclarlo con el polo médico. En cuanto al tratamiento se trata de patologización, terapia, enfermedad, enfermos que hay que curar. Las comunidades terapéuticas han reinventado el viejo modelo del tratamiento moral (es de finales S.XVIII, ppio XIX), que es el mito rural, del ascetismo, del trabajo, vida en contacto con la naturaleza,..., y por el otro polo, el polo químico de lo que se trata es de calmar el mono, de borrar los síntomas (Tb. mata, en el 73 fueron más los muertos por metadona que por heroína), pero tiene la ventaja de que vigila, de que suprime el síndrome, controla la violencia y la criminalidad, sustituyendo la dependencia del camello por la dependencia respecto al médico (que es un camello mucho más respetable).

La segunda línea de penetración de esta psicopatologización es la prevención, la atención preferente a la infancia. La infancia es el blanco privilegiado de la psicopatologización. La red más apretada de procedimientos, de tutela y de enderezamiento de conductas, es la que se ha ejercido entorno al niño, y sobretodo porque hay un espacio privilegiado para detectar y medicalizar las anomalías, que es la escuela. Desde el momento en que la escuela se ha convertido en obligatoria, quiere decir que hay una institución por la que obligatoriamente pasa toda la población en su conjunto, y además en unas edades adecuadas; Por lo tanto la escuela se ha convertido en ese espacio privilegiado para detectar, y en su caso medicalizar cualquier anomalía (por ej. no ver la televisión, carencia del "espíritu de la Navidad"). Este poder que se vuelca por el bien y la felicidad (ya no es el policía armado), que detecta anomalías y que pretende curarlas, hace que todo el armazón crítico que usamos para luchar contra los poderes "tradicionales" se nos venga abajo (¿es mejor comprarle un televisor al niño para que no lo consideren anormal?). Todo lo que suponga una inadaptación escolar sea diagnosticado como carencia, enfermedad, disfunción individual, y por lo tanto remitido a técnicas médico-psicológicas, y/o médico-químicas. La escuela se ha convertido así en el centro de observación y de selección, donde se normaliza (se aplica la norma y se compara con ella), donde se separa lo normal de lo patológico, creándose además un personal cada vez más especializado en el tratamiento de los anormales escolares. Los tratamientos que se llevan la palma son la quimicoterapia y la modificación de conducta. Además de todo esto se ha expandido el negocio de la educación de los padres, para prevenir el paso al acto patológico de sus hijos.

Fuera de los muros de la escuela se encuentra la generalización mercantil de bienes de servicios psi. Al margen de la red sanitaria pública y de la red educativa pública, se ha desarrollado enormemente la psicoterapia privada, en donde, como corresponde a todo mercado, hay absolutamente de todo. Tras el psicoanálisis más o menos edulcorado, más o menos asequible, se ha impuesto la modificación de conducta. Esta renuncia a buscar las causas (provoca una visión inmovilista de la realidad), se contenta con el tratamiento de los síntomas tal y como se presentan a la observación. Su gran ventaja es que se pueden aplicar a todo lo que se separe de la norma, otra ventaja es que los padres y sus enseñantes las asumen muy fácilmente, ya que son fáciles de aplicar, no existen grandes quebraderos teóricos y no son más que justificaciones científicas de la vieja disciplina (premiar y castigar). Las terapias familiares también tienen bastante peso, ya que la familia actual está basada sólo en la afectividad y los sentimientos fallan. También florecen las terapias sexuales para la regulación de la población, no como máquina, sino como ser viviente.



Aquello que empezó con Pinel quitándole las cadenas a los locos, y diciendo que no son locos sino enfermos mentales, y que hay una institución para ellos que es el asilo de alienados, y un personal para ellos que es el médico alienista, y unos conceptos que son los de la medicina. Aquello como paso inicial, tenemos como paso último las terapias para aquellos que no tienen que curarse, terapia para normales. Asistimos hoy a la última y la más brillante ofensiva del poder psi, la terapia para gente normal. Son estrategias nuevas para tratar los problemas sociales en base a la gestión de las particularidades del individuo, esto es, individualizar (psicologizar), reducir las problemáticas sociales a la fragilidad del individuo, y tratarlo allí como individuo frágil. El objetivo es siempre el mismo, pero el abanico que se ofrece para ese tratamiento individual e individualizante es muy amplio, desde los métodos duros para la población de alto riesgo (psicocirugía, lobotomía, quimioterapia,...), hasta las técnicas para desarrollar el potencial humano o tb llamado el capital relacional, es gestionar las fragilidades individuales pero no en tanto patológicas (última novedad), esto es, que yo no sea capaz de desarrollar todo mi capital de relaciones no es una patología, pero es una cierta fragilidad, insuficiencia, y yo soy responsable a desarrollar mi capital relacional hasta el máximo (visión perfeccionista y productivista del ser humano). Hay que reconocer que este camino lo abrió el Psicoanálisis desdibujando la frontera entre lo normal y lo patológico, y con ello además ofreció a cualquiera esa fascinante aventura de adentrarse en lo inconsciente, sólo que con ello se abría también una contradicción enorme, que es que esa aventura era sólo para quien se lo planteara y se lo pudiera pagar. La contradicción es que por una parte tiene una vocación virtualmente universalista (no solamente para locos, neuróticos,...), pero a la hora de ser aplicado es absolutamente elitista. Las nuevas terapias tienden a paliar esa contradicción, al ofrecer un abanico de posibilidades ("análisis para pobres", psicoterapia breves ,etc.). Son terapias todoterrenos, estandarizadas que se pueden aplicar a distintas problemáticas. Lo importante es que tales técnicas tienen en su base una visión del ser humano, la de que cada uno posee una especie de capital que se debe gestionar de una manera eficaz para obtener una plusvalía, es un mecanismo capitalista. Se trata de gestionar el capital para obtener una plusvalía, que no tiene porque ser una plusvalía de rendimiento, sino que puede ser una plusvalía de placer o actitudes relacionales (¿por qué va a tener usted tal placer sí lo puede multiplicar por 100?). Vendría a ser dicho en otros términos la extensión del Taylorismo (1ª aplicación de la CC al trabajo industrial). Otra característica de estas técnicas es una extraña combinación entre la exaltación de la espontaneidad, de lo natural, y la búsqueda de la receta para conseguirlo. Rechazando ya no es de buen gusto la terapias aversivas. Se trata de liberarse haciendo tal y cual cosa, repitiendo tales ejercicios, son las terapias liberadoras. Es el camino para la liberación individual Se trata de combatir la alienación con recetas de diez puntos, hechas en serie por el experto para convertir en felices y democráticos ciudadanos. Aquí esta el paso de actitud revolucionaria, activista y comprometida con el cambio social colectivo de la modernidad a la actitud conciliadora , autocomplaciente, narcisística, individualista, escapista de la posmodernidad. Una transición fundamental para controlar a la población y crear la paz social reinante actualmente, ocultando, reconciliando, a clases con intereses contrapuestos.


Una breve geneología de la psicología

Esto va a ser un repaso breve del nacimiento y desarrollo de la psicología en su contexto histórico, su relación con el capitalismo y la producción. Vamos a ver el paso de la observación, a la gestión de las conductas, de las poblaciones y sobretodo de los riesgos, para concluir con esa demanda de salud, salud en primer lugar para acabar la omnimedicalización de todos los ámbitos de la vida.

La psicología se desarrolla junto a la modernidad, y heredera del panóptico y de Rousseau y con esa doble herencia trata de estudiar al individuo hasta sus más escondidos rincones, intentando conseguir unos regímenes de visibilidad absoluta sobre el ser humano, que nada pueda escaparse de la mirada. Recordar que el nacimiento de la psi ciencia independiente se produce después de desprenderse del “yugo” de la filosofía, en la que en principio esta integrada. Coincide con la expansión del capitalismo industrial. En esta fase del capitalismo se necesitaba calcular el índice de rentabilidad, la productividad que se puede sacar del proceso de trabajo, es imprescindible conocer la potencialidad, las actitudes de la fuerza del trabajo para desarrollarla y explotarla. La utilización de la maquina y la división de trabajo coincide con el nacimiento de la psicología. Sus primeros paso son para medir el tiempo de reacción que fue utilizada para explotar mejor el tiempo de trabajo en taller manufactura cuando la fabrica esta duramente regida por la disciplina y él cronómetro. Con relación a esta las luchas del movimiento obrero consiguen reducir el tiempo de trabajo (jornada laboral) pero se utiliza las mediciones para aumentar la plusvalía relativa aumentando la intensidad, el ritmo y reduciendo los descansos de los trabajadores (labores del psicólogo del trabajo). Decir capitalismo industrial es sociedad decir mercancías, mercado, consumo y se hace necesario estudiar los mecanismos de la percepción y la sensación para generar saber y control en lo que es el consumo y el mercado (psicología del consumo y marketing). Aquí hay es una ruptura abrupta con la parte más filosófica del estudio del alma de la psicología que se convierte en una disciplina positivista, experimental, independiente, a partir de ahora el estudio del alma se convierte en disciplina científica ( el mejor premio que se le puede dar a un campo de saber hoy en día). El cometido de la psicología que consiguiera la aplicación rigurosa y ordenada del saber científico que aumentara la producción y los beneficia para el capital. Además naturalizan en el sentido de legitimización las relaciones sociales. Hoy en día el orden social solo puede preservarse de una manera estable y calculable con la prevención, sobre todo en la infancia. Con la imposición de la escuela obligatoria como lugar especifico de moralización y control, la retirada del niño de la fabrica tanto de la taberna, las huelgas y el trabajo. Se pone a cada “uno en su lugar". Este proceso no se produjo sin resistencia por las familias y de los propios niños. De esta resistencia de los niños surge el conflicto con la nueva norma infantil que es la escolarización. Los niños que se resisten a la escolarización se consideran anormales, coercibles o incorregibles y por tanto paralelo a este proceso nace la institución correccional o reformatorio. El que no cumplen el contrato social, ya sea el loco, el delincuente, o el niño se les atribuye el estatuto de minoridad, y pasan a ser obligatoriamente tutelados por un poder omnimodo que esta envuelto en “protección” contra su voluntad. A la inmovilidad que supone la fijación en el espacio escolar, la disciplina a la reglamentación estricta del tiempo, al silencio obligatorio se oponen los niños que se serán tachados pronto de “hiperactivos”. Allí donde aparece la figura de psicólogo escolar que utilizara dos grandes categorías; las psicopatías, dificultades de aprendizaje y la debilidad mental, es decir los niños tontos o los niños malos que no llegan a la norma por razones de disciplina o que no llegan a las actitudes intelectuales o de conocimientos según la norma establecida, patologizándose la diferencia.

Se trata de conocer y generar un saber para poder modelar mejor y más eficazmente lo que luego será la fuerza de trabajo. Binet impregnado de esta filosofía inventa la medida de inteligencia, equiparando la adaptación a la inteligencia. Su objetivo era conocer la población para poder modelar su conducta ,reduciendo el número de inútiles y nocivos en defensa de la sociedad. Binet trabaja con los inadaptados; en el problema político que planten los niños insolentes, los incapacitados y turbulentos que va ha llamar anormales. Muy diferenciado de la verdadera concepción de Darwin aparecerá una especie de darwinismo social que aboga por una especie de triunfo del más adaptado. El conductismo muestra su carácter desde que se inicia. En palabras de sus exponentes, Maconel “las personas deben ser modeladas desde su nacimiento para quieran actuar como la sociedad desee” y de Skinner “Hace falta un método para controlar al conjunto de la población que este en manos de especialistas; sacerdotes, policías, propietarios y psicólogos” . Watson y Skinner dieron una gran importancia a la observación, experimentación y la conducta pero olvidaron eso que ocurría dentro de lo que llamaron el enigma de la caja negra. La psicología gracias al conductismo se convierte en una ciencia natural o sea una ciencia meramente física que no reconoce la libertad. Utilizando la norma poblacional como criterio y la estadística como ayuda inestimables para demostrar científicamente lo que se necesite. Es el comienzo de la colonización de la psicología que expresa unos de sus promotores, Skinner “los que se oponen a estas técnicas terapéuticas son neuróticos, débiles mentales o psicóticos”.

Se produce una relativa desmitificación del conductismo (que no lo impide ser la corriente más usada en la actualidad) ya que se dan cuenta que hay algo más que el estimulo y la respuesta. Empezando a imponerse la cara más amable, la psicología social, de la personalidad, la psicoterapia de la palmadita en la espalda. Es el nuevo interés por lo emocional, por las relaciones humanas en la empresa y fuera de ella. La psicología se convierte en un factor socializador en las terapias grupales y familiares para desarrollar el potencial humano. Hay una metamorfosis del control a la “ayuda” , es decir el control de la población se camufla de ayuda, altruismo o cambiar el mundo ayudando a la gente a través de la psicología. La intervención psicológica se convierte en una necesidad social bien vista. La psicología adquiere un halo de omnipresencia, esta en todos lados y todo se ha convertido en objeto de terapia: son los afanes imperialistas de la psicología, se intenta anexionar todo los campos .En lo terapéutico, lo importante es la rapidez, la eficacia que muestran los datos científicos, un mercado más con las mismas reglas que el de la oferte y la demanda. El sujeto que pide ayuda ante la necesidad de salud mostrando su fragilidad, se encuentra con que ignora mucho de lo que demanda pero será curado como el psicólogo disponga. La locura se trabaja como enfermedad mental y su nosografía diagnostica es aplicada en términos poblaciones e individualizantes. El tutelable, el que hay que corregir fue en origen el loco, ahora, en algún momento o aspecto lo somos todos.

Seminario impartido en Marzo de 1999 en el Centro social- Casa de iniciativas por

María Victoria Parrilla, Trascrito por grupo de psicología crítica Versus

BIBLIOGRAFÍA PARA AMPLIAR

Texto 1 MICHEL Foucault: “vigilar y castigar”. El modelo de la peste
Texto 2 CANGUILHEM: “lo normal y lo patológico”. De lo social a lo vital
Texto 3 MICHEL FOUCAULT: “microfisica del poder”
Texto 4 El panóptico
Texto 5 DELEUZE Y FOUCAULT. Un dialogo sobre el poder
Texto 6 M. Foucault ¿microfísica del poder o metafísica?
Texto 7 M. FOUCAULT .Porque hay que estudiar el poder: la cuestión del sujeto.